* Es posible que los políticos que hoy mangonean sean falsos positivos en administración pública y democracia; es decir, son unos impostores
Gregorio Ortega Molina
Hay intoxicación informativa. Es propiciada por las diatribas y los epítetos desde el púlpito de las mañaneras, y reactivada debido al alud de respuestas y desinformación en redes sociales.
El presidente de la República, que supuestamente gobierna a todos los mexicanos, ya pide paz para que no se metan con su esposa y su hijo menor. Olvida que por el hecho de ser familia son ya figuras públicas. Para evitar los desaguisados, que los convierta en mudos e invisibles. No hay de otra. Y si no que opinen los referidos en el Bendito Coraje.
Él, el factótum del poder en México, sí puede irse de la lengua, la investidura lo autoriza. Los que usamos los zapatos para trasladarnos de un lado a otro, hemos de ser sumisos y permanecer callados ante tanto insulto cotidiano. El presidente miente y respira para vivir.
La reflexión anterior, sumada a los sucesos derivados del atentado a Omar García Harfuch, obliga a repensar en la posibilidad de que hayan recomendado a AMLO un cambio en su narrativa para disfrazar sus errores de aciertos y convertir sus magros logros en grandes éxitos, aunque es preciso señalar lo admirable del combate al fraude fiscal, que es una lucha diferente al delito de corrupción.
Imposible no acercarse a la conclusión de que tanto el presidente de la República como Omar García Harfuch son falsos positivos políticos, no en los términos definidos por los colombianos (“falso positivo” tiene que ver con el asesinato de personas inocentes que son presentadas por el ejército colombiano como guerrilleros muertos en combate. Normalmente, un positivo, en la jerga militar, se refiere a bajas del enemigo o a éxitos militares), sino en una actualizada conceptualización de la forma y el fondo del engaño de los colonizadores españoles a los pobladores originarios de lo que hoy es América Latina.
Me explico. Andrés Manuel López Obrador es un habilidoso orador y negociador político desde la oposición, pero es un falso positivo a la hora de la toma de decisiones y del ejercicio del poder, debido a que se mueve por la nostalgia del modelo político que es causa de nuestras desgracias, e insiste en restaurar lo que es la matriz de los corruptos (no de la corrupción): el presidencialismo imperial.
En cuanto al nieto de Marcelino García e hijo de Javier García Paniagua, es momento de preguntarnos si sus ancestros hubiesen permitido el juego mediático a que es sometido, así como dejarse balacear si ya tenían noticia de que deseaban quitarlo de en medio. La denuncia tuitera es en contra del CJNG, lo que obliga a una pregunta ineludible: ¿por qué él?
Son muchas las posibles respuestas, porque las versiones sobre los motivos por los cuales los barones de la droga matan, van desde la traición por compromisos adquiridos, hasta la venganza como consecuencia de la “inteligencia” que facilita desposeerlos de sus recursos financieros. ¿Qué creer?
El asunto nos trasciende, porque es posible que los políticos que hoy mangonean sean falsos positivos en administración pública y democracia; es decir, son unos impostores.
De las declaraciones de Lozoya desde su lecho de enfermo: ¿De qué privilegio legal goza el presidente de México, el primer obligado a observar el mandato constitucional, para obtener datos de una investigación judicial en curso, y además ventilarlos en público? Por eso estamos algo más que jodidos.
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@OrtegaGregorio