A quienes me distinguen con su amistad y aprecio, en especial a Yaz que no me abandona, a mis hijas e hijos y hermanos, mi agradecimiento por sus líneas y felicitaciones consecuencia del Doctorado Honoris Causa con el que me distinguió el Colegio Internacional de Profesionistas C&C
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Esta es una historia que sólo se cuenta entre periodistas, pero puede ser de interés general porque los periodistas somos especímenes de singular naturaleza, integrantes de una jauría que caza en manada y degusta su pieza en solitario frente al teclado y, hoy, la pantalla de la computadora. Veamos.
Cuando nacía 1996, Hermenegildo Castro me compartió la nota del parto que se avistaba de un nuevo diario y me invitó a sumarme a la aventura; pactamos un encuentro con Pablo Hiriart, aunque éste se concretó en una llamada telefónica en la que me dio la bienvenida a este que iba más allá de un proyecto en el papel.
Se llamaría La Crónica y luego se le agregó “de Hoy” porque Indautor tenía registrado el título en solitario.
En esos días de principios de 1996 en comederos y corrillos políticos la versión era que el ex presidente Carlos Salinas de Gortari se aprestaba a editar un periódico dizque para defenderse de la jauría que lo hacía pedazos y, con el cobro de la factura política, se cebaba en su hermano Raúl Salinas, preso en el hoy denominado penal de alta seguridad del Altiplano.
Cuando vi a Pablo en las que serían oficinas del diario, del que aún no había número ceros, en la calle de Río Hudson, en la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México, era un esqueleto en vías de tener vida, como la tuvo y rozagante durante una época fundacional que ocurrió a partir de su génesis el 17 de junio de 1996.
¿Cuál fue el plus de La Crónica de Hoy? El número uno del diario causó cierta decepción; la expectativa que había creado el tendido de sus cimientos no se cumplió con una nota en la que se acusaba el hermano del entonces gobernador sustituto de Guerrero, Ángel Heladio Aguirre Rivero, de excesos, si mal no recuerdo, presuntos abigeos. En fin.
A los pocos días de estar en circulación La Crónica de hoy, Pablo me preguntó:
–¿Qué dicen del periódico allá afuera? ¿Cuánto tiempo nos dan de vida?
–Dicen que llegamos a diciembre y cargamos a los peregrinos—le respondí.
–Son optimistas. A mí me dicen que no nos dan más de tres meses de vida—comentó con cierto pesimismo.
De los nuevos tiempos de La Crónica de hoy la historia la escriben otros personajes, dos en especial de la etapa fundacional y cada quien tiene sus bemoles. Hubo, sí, una etapa delictiva, la de Guillermo Ortega Ruiz quien se encargó de echar por la borda el respeto profesional del periódico y de sus reporteros.
En componenda con un influyente político de las ligas mayores –hoy en la lista de Santiago Nieto– fraguó mi salida, junto con el cobro de una berrinche porque fundé El Independiente de Hidalgo junto con Alfredo Dávalos y un equipazo de periodistas profesionales con quienes viajaba todos los días a Pachuca para dar forma al que sería La Crónica de Hidalgo, pero intereses bastardos desbarrancaron con la malsana idea de llevarme al fracaso. ¡Ah!, Memo Ortega, a quien Jorge Kahwagi Gastine terminó por correr y, me dicen, con la idea de meterlo a chirona por ladrón. El karma, dicen, el karma.
Pero, como dicen los clásicos, ésa es otra historia.
El caso es que La Crónica de hoy remontó pesimismos y malos augurios y se convirtió en el diario crítico y analítico del gobierno del entonces Distrito Federal y, por supuesto, de Andrés Manuel López Obrador, amén de seguir puntualmente los casos Colosio y Ruiz Massieu, que me fueron encomendados como reportero de la fuente judicial; sólo tarde dos semanas en la fuente del PRI y del Senado.
A Pablo Hiriart lo conocí formalmente cuando fue director de El Nacional, luego de Notimex y más adelante en Presidencia de la República junto con Pepe Carreño Carlón, quien fue subdirector de información en El Universal junto con Benjamín Wong.
Nunca hubo relación periodística que nos acercara, hasta esos días en que me dio la bienvenida a La Crónica de hoy. Recién había egresado de la dirección de la revista Impacto, merced a una extraordinaria jugada en la que Juan Bustillos permitió metieran mano desde la Presidencia de la República dizque para hacer periodismo, cuando a la revista la había posicionado con trabajo profesional.
Por ahí hay algunos personajes, uno llamado por mi amigo Paco Rodríguez como “ingeniero en letras”, que supuestamente llegó a hacer periodismo y se entregó a los brazos de Baco. Hoy, la revista es una revista, solo una revista.
Pero, bueno. Mis primeros meses en La Crónica no fueron miel sobre hojuelas. Pablo Hiriart es un reportero profesional, uno de esos raros personajes con singular olfato periodístico, duro como jefe y dicharachero cuando quiere. Es Pablo, sencillamente Pablo con sus claroscuros como periodistas, pero un profesional a quien le debo respeto y reconocimiento.
El caso es que, con su respaldo mi trabajo nunca tuvo un gramo de censura. Prometí que sacaría a Raúl Salinas y a Othón Cortés de prisión, por supuesto con mi trabajo de investigación. Y lo logré.
Por supuesto Raúl no es una hermana de la caridad, pero gracias a las ambiciones protagonistas de Fernando Lozano Gracia y Pablo Chapa Bezanilla, con el acicate de Ernesto Zedillo Ponce de León, llegaron a urdir una novela grotesca que tuvo como personajes a Francisca Zetina “La Paca”, una osamenta sembrada en el rancho El Encanto, versiones pagadas para hundir en prisión a Othón Cortés, quien murió hace poco en espera de justicia.
¡Vaya tiempos! Y en el medio periodístico, en lo personal, me bromeaban con aquello de que trabajaba para el periódico de Carlos Salinas de Gortari. Ese fue un plus, no cabe duda, que asumí con el desparpajo de presumir que así era y, además, se trataba del mejor Presidente que había tenido México. ¡Ja!
Pablo fue, reitero, un excelente director y luego, cuando La Crónica se convirtió en la sombra de Andrés Manuel López Obrador, se nos vino encima la reacción contra el periódico. Primero, en la gestión de Rosario Robles Berlanga hubo la intención de impulsar a un sindicato de colegas del diario, a quienes tengo un gran respeto, pero erró porque le gané el registro y me convertí en secretario general del Sindicato de Trabajadores de La Crónica de hoy, registro que anda en los archivos de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje.
Hoy, después de un largo camino recorrido desde que, en el año 2000, renunció a la dirección general de La Crónica, Pablo ha decidido irse como corresponsal de El Financiero a Estados Unidos, para seguir de cerca la elección, en noviembre próximo, del presidente de Estados Unidos. Donald Trump va por la reelección con momios en contra.
¿Y?
Y resulta que la jauría de la 4T se ha soltado contra Pablo y busca hacerlo pedazos. Él niega que se vaya por un año a solicitud de Andrés Manuel López Obrador a la dirección de El Financiero.
Por supuesto, Pablo se defiende solo y sabe hacerlo con maestría. No soy, en forma alguna, abogado oficioso; el tema es pretexto para recordar a un buen director, de los pocos que tenido como reportero en más de cuatro décadas.
Mire usted lo que es la vida del periodista, del reportero de la infantería. En un momento Pablo me dijo que algún día se sabría cuánto me debe La Crónica de hoy, sobre todo porque en esa defensa de la fuente de trabajo aposté todo.
¿Qué gané? Disculpe por escribir en primera persona y le respondo: no gané dinero, gané un espacio en mi tarjeta de vida que se presume. Luego le cuento más de esos días, hoy le deseo lo mejor a Pablo. Conste.
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