EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Totó y el cine en Giancaldo, Sicilia, (1967).
Ciudad de México, sábado 8 de agosto, 2020. – Cuando me enteré que van a cerrar no sé cuantas salas de Cinépolis y Cinemex y que, en el mejor de los casos, podríamos ir bajo la extraña nueva normalidad, me di cuenta de que la bella época del cine había terminado tal como sucedió en Giancaldo, Sicilia cuando derrumbaron el Cinema Paradiso y Salvatore di Vita (Totó), hecho todo un director de cine había asistido al entierro de Alfredo, el cácaro y amigo de su vida en ese pueblo, para luego, ser testigo del derrumbe del cine y de su infancia. En nuestro caso, los cartuchos de dinamita están cargados con el maldito SRAS-CoV-2, como le llaman a este bicho.
En estos meses de confinamiento hemos visto series y películas bajo demanda –como Erando González nos cuenta en una de sus puestas en escena en Facebook–, en la pantalla chica o no tan chica que no resulta tan mal: podemos darle pausa para ir a servirnos una copa de vino o un café y, de esa manera, tratar de apaciguar la nostalgia cuando veíamos las películas en la pantalla grande.
Me acuerdo los viernes en Guadalajara cuando íbamos toda la bola a ver funciones dobles en una sala enorme donde podíamos fumar. Veíamos películas como la Escuela de vagabundos (1955) con Pedro Infante, al que lo creyeron que era un de esos, aunque se trataba de José Alberto Medina, un galán que había ido de cacería y se le había descompuesto su coche. Entre otras cosas, tenía carisma y cantaba de maravilla y aceptó quedarse como chofer para conquistar a Miroslava, la manzana de la discordia.
O haber ido a una de las reseñas en el Fuerte de San Diego en Acapulco para ver Belle de Jour (1967) de Buñuel con Catherine Deneuve, shockeados por la doble vida que tardamos en digerir después de varios Martini’s en la terraza de Alfredo’s de la Costera. Nada como esa noche estrellada, caminando al Fuerte y luego, por la orilla del mar, hasta agotar el tema de la bella puta de día.
Años después, en el cine Diana del Paseo de la Reforma, íbamos a la reseña sin importar la desvelada aunque, al quinto día seguido, nos quedábamos dormidos con las novedades italianas o francesas de los buenos e ilustres directores del universo del cine de autor. Ahí nos encontrábamos a la China Mendoza que se negaba a dar su opinión a la salida, en cambio, mis amigos, Muñoz de Baena, Miguel Ángel y Charo Lavín, Pilar y Augusto Elías y Jomí García Ascot, nos íbamos hasta muy noche al bar más cercano para digerir la última de Bergman entre gritos y susurros.
Ahora que hemos vuelto a ver Cinema Paradiso por YouTube, recordé la catarsis que tuve cuando la vimos en el cine Bella Época allá en los sesentas: al final, sollozando como no lo había hecho en años, un conocido trató de saludarme y yo me negué hacerlo: paliacate en mano, como paño de lágrimas, le decía con la mano que otro día sí, que hoy así… ¡no!
La nostalgia por el tiempo pasado: la infancia de Totó al lado de Alfredo en la cabina del cine; Elena, la novia de su alma; Alfredo en el pupitre negociando con Totó y, tiempo después, apesumbrado y nostálgico, testigo del derrumbe del cine, de la infancia, del amor, de las ilusiones y hasta del hambre. Por todo eso, cuando vimos esta película la primera vez, no pudimos más y dejamos que se deshicieran los nudos gordianos para que fluyeran las emociones.
En Giancarlo se acabó la época del cine como ahora por la pandemia que no podemos ir las salas de la pantalla grande. Todo ha cambiado y en vida han demolido muchas cosas: la casa de mi infancia en Hamburgo 150, el cine Diana de los que no queda rastro alguno, excepto fragmentos en la memoria porque todavía no se los ha llevado el olvido.