FRANCISCO RODRÍGUEZ
Una presidencia autoritaria y omnipotente; los poderes Judicial y Legislativo, sometidos; la Administración, sumisa y decadente; la población mayoritariamente desinformada y muchas veces apática; los gobernadores, apanicados, y los poderes estatales inexistentes, hacen del modelo mexicano un sistema político rehén de los carteles.
Y no sólo de los carteles del narcotráfico, que hacen su voluntad al socaire de la indefensión popular, sarracinas y ejecuciones, sino de todos aquéllos que se impongan por el poder del dinero y de las consecuentes influencias que prodiga, en casi todos los rubros y sectores de la sociedad.
El sistema político mexicano es el ejemplo emblemático de lo que se puede lograr al cobijo de lo extralegal. Pero esto no sólo impacta en las actividades que deberían estar protegidas por la ley y su correlato de justicia, sino en todas las aplicaciones remunerativas que brinda una población cercana a los 130 millones de habitantes.
Un sistema que navega sin rumbo ni ritmo al a’i se va, sino que es especialmente complaciente en las actividades que redundan en la marcha de la economía y en el consumo masivo.
México es, aparte de un protectorado chafa, un cartel gigantesco
Los carteles dominan en todo aquello que requiere permiso, concesión o displicencia: los medios de comunicación, el deporte masivo, los sindicatos, el transporte, las tiendas, los servicios públicos, las industrias, los estacionamientos, los tianguis y todo aquello que usted quiera añadir.
Así se ha hecho para sepultar la productividad, la producción y la competitividad a lo largo del tiempo recordado. De paso, se ha derruido la identidad nacional por la vía de un sistema cultural entreguista. México, se ha dicho en todos los tonos y en todos los foros, es aparte de un protectorado chafa, un cartel gigantesco.
Y es que, a pesar de lo que digan los chairos o tecnócratas que aplican las fórmulas del Imperio para defender los indicadores macroeconómicos del aparato del gobierno, éste ha quedado exhausto y destrozado, no sólo en bancarrota financiera y física, sino en la ruina moral.
El sistema ha decantado en un gran fracaso los últimos 70 años
México se ha encargado de comprobarle al mundo que las naciones occidentales dominadas por zonas exclusivas son sólo una máscara, una ficción legal, detrás de la cual operan grandes conglomerados privados que corrompen y utilizan hasta el día de hoy a los políticos nativos de la transformación para conseguir sus fines.
Representan un sistema deficitario e insaciable, cuyos dirigentes operan como si fuera suya la riqueza del país, rodeados sólo de instituciones democráticas formales. El ogro patrimonialista del Estado mexicano tiene mucho que huyó y colgó los tenis en casi todos los renglones.
El sistema, el régimen, el gobierno y el aparato administrativo mexicano, en todos sus órdenes y niveles, ha decantado en un absoluto fracaso, por lo menos, los últimos setenta años. El modelito ha sido el mismo. Presidentes van y vienen y nadie se ha opuesto a esta masacre. Todos son igual de omisos y de culpables.
Todos a una sólo defienden la estabilidad financiera de la derecha
Los populismos de centro, de derecha o de izquierda han logrado el objetivo para el que creen haber sido electos: prolongar la agonía de un sistema político al servicio de los carteles. La población nunca ha sido el objetivo. Todos bailan al son de la mansedumbre. Se agachan antes de que siquiera se los ordenen.
Imponiendo la enorme corrupción de los partidos políticos y sus simpatizantes, legisladores, jueces, autoridades de todo jaez, la descomposición política y social que nos agobia, acompañada de la irresponsabilidad supina de la clase empresarial, se hacen una para defender la estabilidad financiera de la derecha.
Todo, a cambio de ninguna obra pública, salarios miserables, ninguna prestación básica o adicional, ningún sistema de agua, de salud o educativo que funcione, ningún aparato eficaz de seguridad, ni una sola vivienda, manteniendo las remuneraciones más bajas de América Latina, según sostiene hasta la misma CEPAL.
Vendieron hasta el territorio y mar patrimonial del Golfo de Cortés
Está en el poder el mismo aparato que durante los últimos cuarenta y cuatro años despareció el Estado, provocó el cierre de un millón de micros, pequeñas y medianas empresas, propició las grandes quiebras sistémicas, nos condenó a rescatar a banqueros y empresarios…
… a pesar de sangrar el presupuesto durante tres décadas y del que debemos todos los mexicanos sesenta mil millones de pesos, sólo por concepto de intereses anuales, no del pago del principal. Han vendido hasta el territorio y el mar patrimonial bajacaliforniano. ¡Hágame usted el refabrón cavor!
Por eso es por lo que, ahora que la Suprema Corta de Justicia abre su período para analizar la constitucionalidad, plagada de agravios, de las iniciativas legales del lopezobradorismo para multiplicar las atribuciones legales del Poder Ejecutivo y de su titular, esto provoca todos los sarcasmos.
La Corta ratificará el presidencialismo despótico, sin contrapeso
Como se ha mencionado hasta la saciedad, esas leyes dibujan un Ejecutivo que puede expropiar los bienes que juzgue de procedencia ilícita, imponer prisión forzosa a ciudadanos cuyas infracciones fiscales equipare a delincuencia organizada, usar el Ejército para un barrido o trapeado…
… disponer de las Fuerzas Armadas para imponer un gorilato en las calles, ejercer y asignar el presupuesto de contentillo, reasignarlo cuando quiera, imponerse a gobernadores, organismos autónomos y poderes estatales cuando le plazca, asignar contratos millonarios sin licitación ni merecimientos.
Establecer un presidencialismo despótico, sin contrapeso alguno.
Y habrá más de lo mismo… en una agonía que ya es septuagenaria
Me preguntarán: ¿y toda esta acumulación de poder y dinero, para qué?
Y la misma gente se contestará: para seguir sirviendo a los patrones, los carteles de todo tipo que florecen y se imponen al amparo de las leyes y de la misma autoridad que persigue el poder para ponerlo a sus plantas.
Ni duda cabe que la Suprema Corta, el Poder Legislativo y hasta el administrativo, decadentes y sumisos, apostarán nuevamente por el modelito de marras, sólo para continuar prologando una agonía de setenta años.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: A finales de noviembre de 2019 la revista inglesa
The Economist afirmaba en un amplio texto sin firma que el presidente Andrés Manuel López Obrador utiliza su campaña contra la corrupción para ir eliminando opositores o gente que no es de su agrado. Bajo el título: “AMLO está usando su cruzada contra la corrupción para acumular poder e intimidar fuertemente a sus críticos”, la revista cuestionaba la lucha anticorrupción del mandatario mexicano, tema que fue su bandera durante la campaña y que lo llevó al poder en la tercera ocasión que lo buscó. “Muestra su dedicación a la lucha contra el saqueo, su talento para el teatro político, su indiferencia hacia las instituciones y su creencia en la virtud de la gente común, entre quienes se considera a sí mismo. Los mexicanos ‘son personas honestas’, dice el presidente. ‘La corrupción ocurre desde arriba, no de abajo hacia arriba’. Su manera popular de combatir la corrupción está funcionando para él…”
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