* Las cifras y los muertos de hambre son la evidencia, apuntalada por el análisis de los especialistas sobre el número de fallecimientos con motivo del Covid-19 -que pudiera rondar los 170 mil-, a los que es necesario sumar las víctimas de la violencia, lo que implicaría que este año tendremos 250 mil mexicanos menos, más un déficit alimentario de miedo
Gregorio Ortega Molina
En ciertos niveles sociales la comida es algo más que alimento. Ciertamente es un símbolo, muestra un estilo de vida, una forma de halagar y también de desperdiciar. Una mesa bien puesta, con los cubiertos, copas y platos correspondientes, significan cultura, pero sobre todo poder.
Igual de inexplicable a la manera en que la mezclilla se convirtió en tela de diseñador, los escamoles, los gusanos de maguey, las coyotas, las tortillas de harina sobaqueras, la salsa borracha, los mixiotes fueron alimento de pobres, hoy se sirven en las mesas opulentas.
Hay cierta satisfacción en despojar a los menos favorecidos de sus gustos y caprichos. Parece una consigna quitarles todo, y luego, desde los poderes político y económico, se quejan porque en respuesta arrebatan vidas. Es resultado del hambre, y ésta es mala consejera.
En el texto Los bancos de alimentos en el mundo, que abre las memorias de los cinco lustros de Alimento para Todos, IAP en la que la presidenta del patronato es Ana Berta Pérez Lizaur, Halley Aldeen y Mónica Dykas nos ilustran sobre el desperdicio:
“El vínculo entre el hambre y el desperdicio de alimentos es un reto que implica riesgos sociales y ambientales significativos. Las proyecciones muestran que durante las próximas tres décadas el aumento esperado en la demanda de alimentos es de 60 por ciento debido al incremento de la población mundial. La reducción del desperdicio de alimentos, la conservación de recursos y el fortalecimiento de sistemas alimentarios puede ayudar a mejor la seguridad alimentaria global en las próximas décadas. Y los bancos de alimentos son fundamentales para concretar este esfuerzo”.
El panorama no es alentador; supongo que las consecuencias del Covid-19 y la crisis económica modifican el resultado de su análisis, mismo que deberá tender a explicar las razones de la creciente militarización en México.
Apuntaron Aldeen y Dykas: “… el hambre tiene un impacto social y económico. El costo global anual de la desnutrición es de 19 mil millones de dólares en pérdidas de desempeño laboral de adultos y gastos de salud relacionados. La pérdida de productividad debido a desnutrición se ha calculado entre 3 y 16 por ciento (o más) del PIB en países de bajos ingresos. La dieta deficiente es el factor de riesgo número uno de la carga de morbilidad mundial. Se calcula que el impacto de todas las formas de mala nutrición: desnutrición -incluyendo retraso en el crecimiento, emaciación y deficiencia de micronutrimentos- y sobrenutrición -incluyendo sobrepeso- en la economía global equivale a 3.5 billones de dólares anuales, un promedio de 500 dólares por persona”.
Las cifras y los muertos de hambre son la evidencia, apuntalada por el análisis de los especialistas sobre el número de fallecimientos con motivo del Covid-19 -que pudiera rondar los 170 mil- a los que es necesario sumar las víctimas de la violencia, lo que implicaría que este año pudiera dejar 250 mil mexicanos menos, más un déficit alimentario de miedo.
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