RELATO
Aquel sábado (ayer) fue el mejor sábado de ¡toda su vida! Caminando los metros que hacían falta para llegar al agua, su mente, finalmente, ya no pudo gritarle nada.
No había motivo o razón para traer ahora al Pasado ante un momento tan hermoso como éste: Padre e Hijo habían venido a la playa. No; su pasado no debía de arruinar su progreso. Presente ante este hombre, su dolor se iba curando, casi de manera milagrosa, por el amor de esta misma persona.
Por vez primera en toda una vida, una sonrisa hermosa había surgido en los labios de este joven. Y el hombre, desde luego que lo había notado.
Así que aquí estaban ambos ahora: unidos por UN AMOR que solamente ellos dos podían ENTENDER Y COMPRENDER. “No; ¡no dejaré que lo arruines!”, pensó el muchacho, cuando sus pies tocaron el agua. “¡No te dejaré!”, gritó a su Pasado, que siempre lo arruinaba ¡todo!
A lo lejos, dentro del mar, algunos pelícanos y gaviotas volaban libres bajo el cielo infinito. Más atrás todavía, se podía ver alguna que otra lancha que regresaba de pescar. En el lado derecho, como a un kilómetro de distancia donde ellos se bañaban, el muelle de cemento se veía diminuto.
Era sábado, pero más bien parecía domingo. El cielo se encontraba nublado, y el agua, como “ellos tres” lo comprobaron, estaba tibia, debido a que toda la mañana el sol la había bañado con sus rayos.
“¡Te llevaré a la playa!”, había dicho aquel hombre al joven, cuando lo conoció. “¡¿Ves?!”, exclamó, mirando ahora a su hijo. “Lo que prometo, ¡lo cumplo!”, enseguida añadió. “¡Gracias, Pa!”, respondió al instante el hijo, rebosando dicha por cada poro de su piel.
Y así, cada instante de todo este tiempo en la playa, pareció ser parte de un sueño, un sueño hermosísimo que CASI no se hace realidad. O, esto lo que el joven había pensado. Porque él más que nadie lo sabía: lo mucho que esperó y esperó para vivir… EL MEJOR SÁBADO DE TODA SU VIDA.
Ahora, con la mayor parte de su cuerpo dentro del agua, el muchacho miraba la inmensidad del Mar. Luego entonces alzaba su rostro hacia el Sol, medio oculto por algunas nubes que parecían de algodón. “¡Mírame!”, se repitió, una y otra vez, mientras que el agua salada le lavaba sus heridas.
“¡Mírale!”, volvió a decir, esta vez a la Eternidad.
Así se lo pasó él ¡todo este tiempo!: mirando el mar, las nubes y el sol. Todo su ser, antes muy triste, ahora se encontraba extasiado de felicidad. Porque aquí y ahora, a su lado, se encontraba el hombre a quien él amaba y admiraba lo indecible: “¡SU PADRE!”.
Anthony Smart
Septiembre/13/2020