La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Perogrullo endecha: si lo doctor no quita lo pendejo, lo militar no quita lo corrupto
El indiciado, Salvador Cienfuegos Zepeda, alcanzó el rango máximo al que puede aspirar cualquiera que entre al ejército: general de división. Además, de rostro adusto, cumplía con otra de las pretensiones básicas de los hombres de verde olivo: daba miedo.
Justamente, estas circunstancias, permitieron que el ex secretario de la Defensa, asumiera que podía hacer lo que le viniera en gana, sin que nadie se atreviera a cuestionarlo, la verticalidad del mando en la milicia, hace imposible cualquier indagatoria interna.
Su presunta colusión con el crimen organizado, sólo la supimos a partir de una investigación de la DEA denominada ‘Operación Padrino’, lo que llevó a su detención, de no ser así, el hecho hubiera pasado desapercibido para la justicia mexicana.
Para fines prácticos, el suceso demuestra que todas las instituciones del Estado son falibles, por algo tan obvio, como estar integradas por hombres. Por sí mismas, las Fuerzas Armadas no son una isla de honestidad, son susceptibles de corromperse.
Por ello, poner tal o cual atribución en manos de los militares, no es garantía de un ejercicio correcto de lo que se les encargue y, peor aún, cuando es costumbre que Marina y Ejército, sean inescrutables para los mecanismos de supervisión civiles.
De seguir empoderándolos quedarán en arca abierta, después, que nadie se espante.