La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Todos somos inocentes hasta que promovemos un amparo
Uno de los fenómenos más cobardes, aparejado a la detención de un hombre que haya sido poderoso, sobre todo si lo apresan en los Estados Unidos, es la estampida de los antiguos aduladores, que pavoridos gritan: ¡mi relación fue institucional, nunca fuimos amigos!
Algo por el estilo ocurre con el general Salvador Cienfuegos que, sumido en la desgracia, comienza a ser utilizado como un hombre que mancha reputaciones, por haber tenido algún tipo de acuerdo administrativo con él o, peor aún, por ser su ex colaborador.
La generalización, es un tipo de acusación muy torpe, si un supuesto narco aparece en un mitin o en una cena de apoyo a tal o cual candidato, no se debe inferir, en automático, que el aspirante al cargo está coludido con el invitado.
Igual ocurre con el militar: no se debe prejuzgar que todos sus colaboradores, durante el peñato, eran sus cómplices en los presuntos tratos con los malosos.
Montarse en este asunto para tirar boñiga, no contribuye en nada a combatir la impunidad, en realidad, es una reacción pueril propia del cretinismo intelectual.
Que al militar en desgracia lo juzguen los fiscales neoyorkinos, mientras, los encargados de acá, deben ocuparse en verificar, no con linchamientos mediáticos, si hay actuación en pandilla y proceder en consecuencia. Dejen las ‘bolas de humo’, como la consulta popular.