EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Niños jugando en la playa. Joaquín Sorolla (1905).
Ciudad de México, sábado 7 de noviembre, 2020. – Lo que nos trata de decir Bach en las Variaciones de Goldberg es exactamente lo que cada quien interprete. Él simplemente nos pone en charola de plata un universo de melodías para que seamos nosotros los que imaginemos lo que se nos ocurra.
Por ejemplo, que la mano derecha empieza un juego y de esa manera pone un desorden-ordenado: la izquierda, con un tono más grave, sigue a la derecha como si quisiera llamarle la atención. Parece que están jugando, una al lado de la otra; una, un poco más adelante que la otra, como si el hermano mayor jugara con el menor –cosa que no se olvida–, como ese día que corríamos para escondernos y que alguien más nos encontrara mientras tratábamos de llegar primero a tocar base, parloteando al mismo tiempo, antes de hacer una pausa, ese silencio necesario para respirar hondo, tomar aire y, sin prisa, volver a la siguiente variación con otras reglas del jugo.
En un momento dado las dos manos hacen un paréntesis y el menor aprovecha para decirle algo a su hermano que parece es serio, como si se tratara de cosas que le molestaban. El mayor lo escucha y, el otro repite la historia, no vaya a ser que no lo haya entendido. Le cuenta lo que le pasa y va recorriendo el teclado como si fueran los diferentes argumentos para que, entre una y otra anécdota, le repita lo principal de esa variación, plena de armonías.
Dejan de jugar por un momento y todo parece que lo que está contando el menor es importante; imaginamos un diálogo en donde el mayor lo entiende y logra ponerse en su lugar, repitiendo algunas frases de lo que le ha dicho, sin importar que sean melancólicas: ¿será la ausencia de la madre o del padre? ¿Será la nostalgia del tiempo perdido o el recuerdo de esa dicha inicua cuando perdía el tiempo? ¿Será el recuerdo cuando jugábamos de niños y todo era risa, en medio de esa liviandad del ser como la del aire que respirábamos?
En la siguiente variación vuelven a jugar y, ahora, es el menor quien se adelanta y se escapa aprovechando que la izquierda estaba distraída. Juegan sin poder reconocer quién fue el que inició el juego. Creemos que fue el mayor –la mano izquierda– que empieza con una escala hasta que, el menor, sorprendido, ‘lo busca, lo busca y no lo busca’, en una inversión de las reglas, sin dejar de mostrar en algún momento la belleza con la de una tarde luminosa.
El mayor le lleva ventaja y ríe a su manera: un poco más grave que el menor. De repente, las dos manos se topetean y la libran, escabullendo entre ellos los dedos para que todo siga como si nada, buscando dónde hay que tocar base en esta ocasión: si en ese árbol que en el otoño “ha dejado caer sus hojas amarillas colgadas de las ramas donde una vez cantaron los pájaros” o en la fuente, donde se refrescan y los pájaros toman agua para apaciguar su sed.
Sin avisar, el menor –sí, ya sabemos que es el de la mano derecha– corre y el mayor trata de hacer lo mismo mientras los dos se dan a la fuga que llena el espacio como lo hace Sir András Schiff en estas Variaciones que nos hablan más claro que las palabras, porque expresan, dentro de su propia matemática musical, una belleza tal que nos dejamos llevar de la mano para entrar al universo de la invención donde todo parece estar iluminado, jugando, como lo hicimos cuando niños o como Bach lo pudo haber hecho cuando compuso estas Variaciones –obra maestra–, o cuando las interpretaba su amigo Goldberg en la madrugada, una vez que lo despertaba su patrón para que lo entretuviera en medio del insomnio, aunque, al hacerlo, se quedaba mejor despierto hasta que amaneciera la mañana fresca y otoñal, como las de estos días.