* En medio de un descontento generalizado que no expresa malestar, que amenaza con manifestarse como irritación social, los poderes políticos de Occidente introdujeron o reintrodujeron un elemento que aprendieron y asimilaron con el desarrollo y los resultados de la guerra del opio
Gregorio Ortega Molina
Las consecuencias de las guerras regionales y una supuesta descolonización desequilibrada y sin retribuciones favoreció el inicio de una reingeniería social que todavía está en marcha, y que se esfuerzan en profundizar con la aplicación de los Consensos de Washington, la Revolución Cibernética, el reordenamiento económico a través de la globalización y el libre mercado, el narcotráfico y las consecuencias del Covid-19.
Internet modifica la percepción del reloj biológico y el tic tac de los segundos, minutos y horas dedicadas a las tareas cotidianas, las que nos dan sustento y aliento. La manifestación virtual de las acciones del poder y sus efectos en tiempo real, nos obliga a vivir en dos planos y nos margina de lo tridimensional. Sólo unos cuantos, quizá nada más los sensatos, se aferran al papel periódico y a los libros impresos. Lo tangible cede su lugar a la pantalla del ordenador y/o el teléfono inteligente. El que no está conectado, ¿está perdido?
La mejor manera de comprenderlo será determinar con pulcra exactitud quiénes y cuántos en el mundo de la educación a distancia acceden a ella en línea o a través de una televisión. A través de la red se puede establecer comunicación y una deformada alteridad; frente a la pantalla sólo se recibe una instrucción que hay que cumplir si el intelecto te da para aprender solo, o si tienes al lado a alguien que pueda responder tus preguntas y despejar tus dudas. Así se establece ya el ámbito de los que pronto mandarán y el de los que están destinados a obedecer. Permanecemos impasibles y agradecidos porque los hijos y los nietos tienen la oportunidad de aprender. Sí, a dos ritmos y con dos conceptos del mundo distintos y distantes. Es el inicio de una más perversa discriminación.
De ahí la multiplicación de credos, sectas y seudo religiones. Lo que no puede satisfacer el poder político, quizá el espiritual sí… aunque esa percepción o concepto de lo religioso y lo que ofrece permanezca en pugna desde hace dos mil años, y se renueve como en el caso de los concilios, las reuniones ecuménicas y las reconceptualizaciones teológicas; la de la liberación que alumbró a personalidades entre las que destacan Ernesto Cardenal, Camilo Torres y Samuel Ruiz, o profundas revisiones del dogma y la manera de comunicar la doctrina, realizadas por Leonardo Boff y Hélder Cámara.
En medio de un descontento generalizado que no expresa malestar, que amenaza con manifestarse como irritación social, los poderes políticos de Occidente introdujeron o reintrodujeron un elemento que aprendieron y asimilaron con el desarrollo y los resultados de la guerra del opio, o quizá desde antes, porque hemos de suponer que los estupefacientes son los sustitutos del pan y circo.
El poder político obtiene así un instrumento adicional para gobernar a sus sujetos. Es la manera ideal de consumir esa energía sobrante identificada por Herbert Marcuse en Eros y civilización.
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En Medida por medida, de William Shakespeare, leemos en la escena III cómo el Duque se dirige al hermano Tomás.
Duque. –Tenemos ciertos estatutos por demás rígidos y ciertas leyes singularmente refrenantes, bocados y barbadas precisos para los corceles indisciplinados, que desde hace 19 años hemos dejado dormir casi a la manera de un león abrumado de fatiga, que no sale de su caverna para ir a cazar. Nos ocurre hoy como a esos padres indulgentes que lían paquetes amenazadores de varas de abedul para colgarlos ante los ojos de sus hijos, y hacerles servir de emblema de terror más que de instrumento de castigo; a la larga se encuentra que esas varas inspiran más burla que temor y así sucede con nuestro decretos, que muertos en la aplicación, no tienen, en realidad, existencia; la licencia tira de las narices a la Justicia; el niño azota a la nodriza, y el decoro va de capa caída.
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