La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Por ser ‘mochos’, no creyentes, se les niega la multiplicación de los panes
En 2016, de cara a la posibilidad real de ganar la gubernatura, cosa que al final ocurrió, los panistas veracruzanos ‘tomaron la extraña resolución de ser razonables’ (Borges dixit) y decidieron aglutinarse, en torno del liderazgo de Miguel Ángel Yunes Linares.
Sin embargo, al perder la contienda en 2018, ante Cuitláhuac García, muchos azules atribuyeron la derrota al empecinamiento del jefe del clan, por imponer a su hijo como candidato, eso provocó el voto útil contra el Chiqui Yunes, mismo que paró en MORENA:
Moralmente derrotados (YSQ dixit), al no poder concretar el plan de quedarse con la silla 14 años, los migueles se fueron al ostracismo, circunstancia que, sumada al renovado anti yunismo, dio al traste con el control que mantenían del CDE del blanquiazul.
Ahora, ante el riesgo de ser ignorados en el reparto de candidaturas en los municipios de Boca del Río y Veracruz, por sus antiguos aliados (el Chapito, Julen y todo lo que gira alrededor de ellos), que buscan bloquearlos en sus aspiraciones de repetir en el 2024, los Yunes azules están frente a una disyuntiva: sumirse y sumarse o chisparse.
Como la primera opción no les garantiza nada, lo más seguro es que busquen cobijo en el CEN, pero, de ser bateados, la viabilidad de una fractura local aumenta.
Aún mermado, el yunismo cuenta con un capital político interesante, por lo tanto, su estrategia podría consistir en buscar espacios en el PRI, PRD o MC. En cualquier sentido, se queden o se vayan, para el panismo de por acá, el asunto es un juego de perder-perder.