EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Iberia de Albéniz en la versión de Carlos Saura.
Ciudad de México, sábado 21 de noviembre, 2020.– Prácticamente llevamos nueves meses, lo que dura un embarazo, confinados por la pandemia. Me considero vulnerable y, por eso tomo todas las medidas de precaución para defenderme del ataque mortal de los códigos genéticos que hasta ahora han acabado con cien mil vidas en México.
“Para la mayoría de nosotros sólo existe el momento desatendido, el momento dentro y fuera del tiempo, el acceso de distracción que se pierde en un rayo de sol, el tomillo silvestre no visto o el relámpago de invierno o la catarata o la música tan profundamente escuchada que no se escucha en absoluto porque somos la música misma mientras dura. Éstas no son más que sugerencias y conjeturas, sugerencias que engendran conjeturas; lo demás es plegaria, reverencia, disciplina, pensamiento y acción”, como decía T.S. Eliot en The Dry Salvages, uno de los Cuatro cuartetos en la versión de José Emilio Pacheco publicado por El Colegio Nacional y ERA en 2017 y que ahora viene a cuento como ningún otro poema que he leído últimamente.
Uno de los efectos del confinamiento ha sido el poder volver a uno mismo, tener el tiempo para sentarse a escribir o a pensar para saber quiénes hemos llegado a ser y qué hemos hecho, así como, lo que nos queda por hacer, por eso me gustó mucho lo que escribió Guadalupe Morfín Otero en su poema Voy por mí: “Bendita pandemia, que nos sacude tanto. Y todavía nos permite tanto.”
Atender lo que pasa al momento o reconocer un pasado que ya no existe y del que sólo queda una que otra huella que se escurre como ese presente que apenas si lo percibimos y ya pasó para irse al archivo de los recuerdos; el aquí y ahora que nos permite atender el presente inmediato, lo que hacemos en un momento dado, si es que logramos aplicarlo; o la poesía y las obras de teatro por las que hemos navegado durante estos meses para, luego, volcarlo con las nuevas herramientas en una clase virtual, regodeándonos en los detalles, redescubriendo, asombrados la diversidad para reconocer lo que el hombre ha hecho en el tiempo, para alabarlo como lo hizo Hamlet cuando decía “¡qué obra de arte es el hombre! ¡Cuán noble por su razón! ¡Cuán infinitas sus facultades! En su forma y movimientos, ¡cuán expresivo y maravilloso! En sus acciones, ¡qué parecido a un ángel! En su inteligencia, ¡qué semejante a un dios! Belleza del mundo, parangón del reino animal”, sin olvidar que también existen los depredadores, los antónimos, los tiranos de este mundo, los Ricardo terceros, las Lady Macbeth y los Yago que disfrutan de hacer el mal por el mal mismo.
Encontrar esa luz en medio de la oscuridad cuando andamos a tientas, sabiendo que queda poco tiempo y hay que aprovecharlo al máximo. Hemos aprendido a reunirnos, sin importar dónde estamos ni la hora que sea y, los que hemos aprendido a trasponer lo virtual en real, que hemos practicado hace tiempo, para que cuando nos vemos en pantalla sea como si nos estuviéramos cara a cara, entendiendo el lenguaje corporal y ese estado de ánimo del otro, para disfrutar del asombro y del sentido del humor de esa otra manera.
“Somos la música misma mientras dura”, nada más puntual que esto cuando por las tardes me pongo unos buenos audífonos para escuchar una Sinfonía de Mahler o tal como se me antojó el otro día que me acordé de Charito, ver la Iberia de Isaac Albéniz en la versión de Carlos Saura que, por momentos me emocioné tal vez por los gratos recuerdos de una España imaginaria o por los genes del Alarife que vino desde Trujillo hasta la Nueva España en 1580 con 22 años de edad para construir la Catedral de Guadalajara.
Volver a uno mismo nos ha permitido reconocer que hayamos encontrado nuestro propio camino, saber si hemos vivido nuestra propia vida e irnos preparando para morir nuestra propia muerte…
¡Olé!