EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
¿Qué estará soñando esta ninfa?
Ciudad de México, sábado 5 de diciembre, 2020. – Ahora que dejamos de desplazarnos en el espacio, lo hacemos en el tiempo entre los sueños. El presente se convierte en un porvenir inmediato porque sabemos lo que hay que hacer por la mañana, como tarea de la oficina-en-casa o de la talacha en el hogar. Una vez realizado, se disuelve en la bandeja del pasado para que sedimente, mientras, seguimos a tientas sin saber lo que el futuro nos depara, aislados en nuestra cáscara de nuez –por más grande que sea el palacio–, para poder seguir siendo, gracias a nuestra imaginación, los amos del universo.
Nos falta tiempo para darle de vueltas a lo que proponía San Agustín a propósito del tiempo: “¿quién se atreverá a decirme que no hay tres tiempos como aprendimos de niños: presente, pasado y futuro, ¿sino sólo el presente porque aquellos dos no son? O, por ventura, sí son, pero el presente sale de no sé qué secreto cubil cuando deja de ser futuro para hacerse presente, y va a esconderse en no sé qué oculta madriguera cuando deja de ser futuro para hacerse pasado…”, como escribió en sus Confesiones y José Emilio Pacheco lo cita para explicar el inicio del poema Burnt Norton, en los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot, cuando el poeta recuerda la visita que hizo a una casa solariega del siglo XVIII, tiempo después que su dueño Sir William Keit decidió prenderle fuego y morir en el incendio. Eliot la visitó acompañado de Emily Hale, una frágil inglesa, pensando que por ser mujer era culpable “porque su cuerpo atrae con la promesa de infinitos placeres al inocente que, si cae en la trampa, vivirá la eternidad entre no menos infinitos tormentos.”
En los sueños, el tiempo adquiere otra dimensión, como si estuviera envuelto por una neblina que no nos deja ver con claridad en qué día de la semana estamos pero, eso sí, cuando, nos vamos a dormir, nos damos cuenta de lo rápido que pasó el día, como ahora me sucede con los sueños que gracias al cúrcuma procesado en Alemania con nanotecnología (Vidafy), son abundantes, tienen claros relieves y los veo en tecnicolor y, cuando despierto, intento conectar con ese disparador que me mandó… ¿al pasado?
“El tiempo anterior a febrero y a marzo ahora nos parece que es una edad remota: 2019 no parece que fuese el año pasado. En la gloria del presente está latiendo la semilla del tiempo que se lo acabará llevando todo y, lo que era el antes y el después, ahora es una duración sombría en la que se vuelven confusas todas las referencias temporales…”, como escribió Antonio Muñoz Molina en Babelia, primero a propósito del confinamiento y, después, relacionado a la poesía de Francisco Brines.
Shakespeare llegó al fondo de muchas cosas, incluyendo los sueños de Bottom el tejedor, quien pasó una noche del verano con Titania, la reina de la Naturaleza y, cuando se despertó, no sabía bien a bien qué fue lo que había pasado pues tuvo “la más rara de las visiones… un sueño que supera a todo el ingenio humano, sobre todo, si intento explicar qué clase de sueño fue… Me imaginé que era… no, no hay ser humano que pueda decir qué era… me imaginé que era… y que tenía…” ¡Ah, qué trabajo nos cuesta entender cuando pasamos las noches al lado de una reina como Titania! Nos hacemos bolas, incrédulos suertudos.
Mejor buscarnos un tiempito para pensar en el señor Tiempo, ese que dice el poeta “alivia del amor y del dolor”, ese que en los sueños adquiere otra forma y otra dimensión que nos remonta a viejas historias: como el esbozo de felicidad cuando recibí mi primera bicicleta, hechiza, armada con los restos de las bicis de mis primos o, cuando esperábamos que Santa Claus no fuera gacho y nos trajera lo que le pedimos, aunque ahora los niños creen que ese señor habita en “Mercado libre” y no en el Polo Norte.