Horizonte de los eventos.
Apenas iniciados los 80’s, el gobierno de la República reconoció el riesgo por el bajo nivel de la moral pública y de la clase gobernante, que convocó a la “renovación moral”, por los despilfarros e indiferente control de la administración de la riqueza nacional, por el Presidente López Portillo, posterior a LEA.
Aunque él mismo se definió como el último presidente de la Revolución, don Pepe no era revolucionario, ni priista, ni político. Bueno, ni mexicano -vale la pena recordar cuando llegó al pueblo de Navarra, de donde salieron sus ancestros, declaró que él era navarro.
En todo caso, heredero del pensamiento de la Conquista, toda vez que el primer López Portillo que llegó a América -a México-, fue con Hernán Cortés. Luego, sus notables ascendientes sobresalieron tanto en la Colonia como el s. XX, y más recientemente, con Porfirio Díaz.
Destaco esta parte biográfica del ex presidente, por su conducta ajena a lo que en anteriores publicaciones he llamado “moral revolucionaria”, que él, ni fue priista ni en su “compromiso ancestral” anidó nunca la herencia del pensamiento revolucionario. Sino otro, más relajado, suntuoso y frívolo (“cuando terminara su sexenio se dedicaría a boxear y a pintar caballos”), sin menoscabo de su erudición y sólida formación constitucionalista, orador, comprensión histórica, conocedor, personalidad y heredero de los hilos más viejos del poder en América. Pero sin la moral revolucionaria.
La Presidencia de la República durante la administración de don Pepe, relajó sus principios, desvió sus propósitos, derogó compromisos históricos y canceló recursos destinados a ese fin, dispendió los recursos nacionales y dejó al Estado propicio para su abrogación.
También es correcto decir que “odiaba” al PRI, tan es así que hizo Presidente de ese Partido a don Jesús Reyes Heroles, quien creó los “diputados de partido” (que no de representación proporcional), reforma que minó al Sistema y a quienes luchaban dentro del sistema.
1981: Momento propicio para la instrumentación del proyecto importado de Miguel de la Madrid y la imposición del neoliberalismo, que sustituyó para siempre al Estado Revolucionario; Vale decir que para que no fuera hurtado el patrimonio nacional, lo vendió.
La moral revolucionaria pasó de su alto registro -cotizada por escasa- del hombre en sociedad, a una mojigatez propia de los más estúpidos e inadaptados miembros de la sociedad, rechazados por la mayoría formada en la cultura voraz de lo inmediato, propio del capitalismo académico de las universidades gringas, tan apreciadas por los señoritos consentidos: la ganancia pronta.
Los valores impulsados por el neoliberalismo en México, ven ejemplar al que está en un puesto público y roba (!). Confirmada esta cultura, como bien advirtió el Dr. Samuel del Villar, en la propia legislación, que modificó los Códigos Penal y de Procedimientos Penales, para desaparecer como graves, los delitos patrimoniales cometidos por servidores públicos -derogó el delito de enriquecimiento inexplicable- a la vez que retiró del catálogo de delitos graves, el fraude genérico. En otras palabras, “a robar, ustedes empresarios, o nosotros, servidores públicos, podremos salir bajo fianza”.
Reformas votadas durante las legislaturas del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Sentando precedentes que nos orientaron hacia una “moral neoliberal”, contra revolucionaria, cuyos resultados eran calculables y hoy son evidentes.
La 4T está en el momento oportuno para demostrar que sí hay una redignificación de la cosa pública y del país, consecuentemente, Sr. Presidente: revaloremos la integridad del Estado y de sus nacionales.
Y que valga la pena –“y no salga tan caro”- el conducirse con apego a los principios y valores de consciencia y respeto a lo público, de honradez y compromiso social e ideológico, con el valor para exigir y denunciar las conductas inapropiadas de nuestros gobernantes.
Al menos que paguen los que deben ¿verdad, Sr. Presidente? Que la historia de más de un siglo de consciencia y congruencia constante de tres generaciones (repetida en tantas familias mexicanas) y que el punto final de dos biografías ejemplares (de tantos anónimos intachables) que fallecieron viendo gangrenarse el espíritu revolucionario por el que lucharon y dieron la vida y por cuyos principios nunca claudicaron, al costo de enormes sacrificios, personales y familiares, al costo del olvido y el más remoto de los ostracismos, hasta la vida, sin esperanza ya de que un Presidente patriota, aplicara su resto de poder, a fin de robustecer y ejemplificar con el derecho y la justicia y retornara a la equidad y el nivel que cada quien merece, despoje de prebendas y beneficios indebidos a quien se ha burlado de la confianza del Estado en él y se le aplique la pena correspondiente: Un patriota que aproxime nuestra realidad política, a la nítida jerarquía de la axiología del mandato constitucional.