(Crónicas del encierro, Eduardo Macías, coordinador)
Por Julio Carrasco Bretón
Hoy desperté sobresaltado porque me dí cuenta que la Pandemia se había introducido en la trama onírica allanando ese espacio de solitud, reposo e intimidad que me quedaba en las noches en reposo. Me dije, sólo eso nos faltaba para completar su presencia, porque en la realidad, real y virtual, el virus se apoderó de todo el 2020.
Pensé que era afortunado porque al menos podía soñar sin padecer insomnios como millones de seres que lo sufren, no obstante el uso de somníferos que por cierto en el mundo ha aumentado su consumo, sin hablar de calmantes, barbitúricos, alcohol, tabaco, estupefacientes y excesos de comida.
Me recliné, sentado en el borde de la cama, restregándome los ojos, y continué pensando en el efecto positivo de esta apremiante condición humana de las sociedades planetarias, sobre todo las mal llamadas de occidente.
Mis reflexiones giraron en dos sentidos, sin olvidar el intenso negativo de los estragos de la Pandemia. Ese vasta fenomenología psicológica y social que ha develado la miseria humana o su falta de madurez para reaccionar de manera adecuada.
Ello es, verbigracia, la incapacidad mostrada por los gobiernos y sociedades gobernadas para actuar a tiempo y evitar los negativos que se han multiplicado en estos doce meses en el mundo.
Los conatos de violencia familiar y social, los sentimientos colectivos de condolencia por las defunciones de seres queridos, los aislamientos forzados que trastocan la costumbre de vivir para afuera o el estar inmersos en un consumismo permanente.
El aumento de suicidios, separaciones de índole sentimental entre matrimonios y amasiatos, pérdidas de empleos, brote de enfermedades somatizadas por el estrés o el miedo a la contaminación virológica y tantas otras derivadas de la Pandemia globalizada cuyos antecedentes se remontan más allá de la edad media.
De pronto me dí cuenta había pasado una hora reflexionando en pijama.
Salté de la cama, me bañé, desayuné y continué con las reflexiones, sólo que ahora se trataban de cómo yo había aprovechado este encierro forzoso.
Escuchaba un cuarteto de cuerdas de Mozart y pensé en su corta vida truncada por un contagio de una bacteria y las epidemias desarrolladas de cólera y tifo que azotaron Europa. Meditaba eso, curiosamente el 5 de diciembre, fecha del nacimiento de ese genio de la música.
Y entonces lo relacioné con su capacidad de componer el famoso Requiem estando confinado, muy mal de salud, antes de morir a los 36 años.
Razoné sobre la importancia de aprovechar el confinamiento para componer, crear y hacer un balance de nuestras propias vidas, de lo que hemos hecho y podemos hacer por nosotros y los demás.
La Pandemia, a pesar de las consecuencias adversas, es un llamado de atención a la humanidad para que corrija el rumbo personal y social de convivencia y su relación con la naturaleza.
Así procedía mentalmente mientras preparaba un lienzo para pintar mi próxima obra como un canto a la vida, no a la muerte o la desolación.
Y hacía un balance de estos nueve meses confinado, la mayor parte de ese tiempo en Bretaña y un poco en Paris, ciudad en la que siempre descubro algo nuevo.
La Pandemia me impidió viajar a México desde ese mismo lapso de nueve meses, sin embargo me decía a mí mismo que soy muy afortunado porque no he sentido con intensidad el confinamiento, pues he tenido oportunidad de hacer múltiples actividades.
Una de ellas consistente en realizar esculturas inspirado en el arte Povera propuesto por los italianos Michelangelo Pistoletto y el matrimonio de Mario y Marisa Merz, sólo que utilizando tapas de plástico de recipientes recogidos hace años en paseos a pie o en bicicleta por diferentes países y ciudades.
Asimismo, poder cumplir con un anhelo reservado de tiempo atrás como escribir una extensa novela erótico-política, lo cual no era una pretensión sino saber precisamente que sólo tengo esta vida para realizar mis propósitos y, sobre todo, compartirlos con mis seres queridos o con el prójimo, pues las obras cuando las termino, nacen para irse algún día y dejan de pertenecerme y así serán de quien las mire o lea.
Por otra parte, continué con la preparación de la paleta acorde a los colores que previamente imaginé y me acordé también, en esta condición de recluso preventivo pandémico, de realizar actividades como el diseño del proyecto de mural que aumentó la cifra a 71 obras concretadas, así como acrílicos destinados a dos exposiciones: en Paris y en Bretaña.
Revisando el registro de las pinturas constaté haber realizado un mil 261 cuadros en 45 años de vida profesional de artista plástico y pensé varias cosas, una de ellas la evolución en mi propia expresión plástica, el cambio o la permanencia de ideas, conceptos, desarrollo del oficio de pintor, dibujante, grabador ocasional o escultor novel.
Con cierta nostalgia medité que nunca podré mirar a todas aquellas en conjunto, ni yo ni nadie, la mayoría andan dispersas en un “quién sabe quien y por doquier”.
Seguía cavilando en esa crónica mental silenciosa de este encierro, cuando otra vez me dí cuenta que en este período diseñé con una I-Pad muchas electrografías o como le llaman algunos colegas y críticos Software´s Art.
Pude leer un treintena de libros, pues la lectura para mí asemeja a un túnel del tiempo existencial, mata confinamientos, provee al lector de otra dimensión de libertad; es como vivir varias vidas y varias épocas en diferentes contextos y costumbres.
Leer es un privilegio maravilloso de la vista, por supuesto en mi condición de pintor la forma, el color y la dimensionalidad me arroban y nutren eso que integra la conciencia de mi existencia a través de la pupila, para ser asimilado por la razón y el sentimiento, el propio vivir de observaciones permanentes que van más allá de los lienzos, como es el haber disfrutado los ciclos de floración de distintas plantas, correspondientes a cada estación.
Confinamiento que posibilita dedique más tiempo a contemplar la naturaleza, saldar rezagos de falta de tiempo para mirar con paciencia el crecimiento de las coles sembradas en mi hortaliza de juguete, reparar una silla, resucitar unos calcetines agujerados de esa lana que casi ya no la confeccionan, y tener el tiempo para zurcirlos…
Asímismo cortar y juntar leña para las chimeneas, fotografiar aquello que descubrí en las caminatas cerca del mar o en linderos y veredas de bosques compartiendo la experiencia con mi compañera, como el verde intenso del musgo aferrado al lomo húmedo de una roca cercana a un arroyo o las algas náufragas arrojadas por la sinergia de las mareas…
También descubrir formas caprichosas en relieves de granito o densas cortezas rugosas, grisáceas de árboles; sorprender a un pequeño venado en el camino y razonar sobre el respiro tenido por los animales silvestres en casi todo el planeta en tierra y mar, o simplemente, limpiar mi taller de pintura. O bien mirar películas que no había visto y tener el tiempo de comentarlas con mi pareja.
Por otra parte, añorar la convivencia con mis dos hijas residentes en otros países y sus respectivas familias, sin olvidar lo que queda de familia en México y España, después de siete de décadas de existencia.
Añoré las reuniones con mis amigos en México y el extranjero, el gusto de tenerlos para charlar, discutir de arte, literatura o política…
Afortunadamente, gracias a las aplicaciones de la tecnología y a propósito de ello, reflexioné que al menos pude aportar algo pensando a partir de razonar sobre el concepto de “la otredad del ser” ya sea referido a Octavio Paz o Jean Paul Sartre.
Y en ese péndulo entre alteridad y oposición, en esa necesidad de encontrar lo perdido, donde el otro es lo que no queremos ser, el expuesto en este caso directamente al virus sea curandero o enfermo, me dio vergüenza de mí mismo, como los creyentes que le piden a su ser divino que los proteja a ellos y sus familiares pero no piden, valga el caso de contingencia teológica, para todos los demás.
Si se trata de pedir, que por lo menos pidan por todos los seres humanos que sufren y que rompan su egoísmo religioso.
Entonces me dije ¿qué estoy haciendo en mi guarida por los que están fuera? Es por ello que realicé, mediante el internet aunado a la telefonía celular, varios videos con el propósito de presentar una exposición virtual para tratar de contribuir a levantar el ánimo de quienes son nuestros recientes héroes, todos aquellos que combaten el Covid-19.
Con toda modestia se trata de una aportación social para agradecerle al personal médico, además de estimular a los enfermos hospitalizados.
Porque los creadores tenemos, mas allá de una obligación moral, la de ser críticos y propositivos permanentes de la realidad que nos circunda.
Eso, creo con convicción, es estar consientes del compromiso con nuestra sociedad y con la salud del propio planeta manifestado en la naturaleza de la cual formamos parte.
Invierno 2020 Bretaña, FRANCIA