* Occidente enfrenta una grave carencia de referentes políticos y sociales cuya ética y moral estén lo suficientemente estructuradas y fortalecidas para defender, con argumentos sólidos y hechos irrefutables, la necesidad de la globalización y la formación de los bloques europeo y de América del Norte, para garantizar la preservación civilizatoria de la cultura judeo-cristiana del mundo
Gregorio Ortega Molina
¿Son suficientes 2000 años de civilización judeo-cristiana como para que pierda su hegemonía en Occidente? ¿Es favorable el balance ante lo que hoy nos muestra la avanzada económica y civilizatoria de Oriente? ¿Qué traen en el caletre los líderes occidentales, para organizarse y conducir a sus naciones a una “globalización” de esa vida cultural y económica que, hasta hoy, preside el destino de América del Norte y Europa?
Los conflictos internos en las naciones, los intrarregionales -como lo muestran el Brexit y el Muro de Donald Trump- determinan el estado de ánimo de las sociedades. La “depresión” permea en las manifestaciones religiosas y facilita la preeminencia de una nueva fuerza económica que es capaz de determinar rumbos y compañeros de viaje. La delincuencia organizada dejó de ser contrapoder, porque ya es parte de esa legalidad marginal sobre la que se sostienen en la ilegalidad los Estados. Ninguna nación garantiza el Derecho ni la aplicación de la ley por encima de la justicia facciosa y/o partidista.
No es un asunto de diferencias ideológica, éstas dejaron de marcar el rumbo hace décadas, lo cedieron a los intereses de grupo y a las corporaciones y casas de bolsa. El poder real es económico, y éste lo comparte con quien defiende su manera de ser, con violencia y sin ella, con narcodependencias y otras enfermedades necesarias para el control social.
¿Dónde están los líderes políticos? ¿Dónde el Estado?
Imposible conocer todas las respuestas. Acudir a quienes han estudiado los temas y los explican en sus escritos y o cátedras es lo adecuado. Alberto Ortega Venzor expone: “Hay muchas variables que deben considerarse y ponderarse para aventurar una respuesta ante algo tan complejo que tiene que ver con lo propio de la realidad natural, donde se da el quehacer político, que es del orden de lo contingente y no de lo necesario como las matemáticas:
- a) La ubicación geográfica, con todo lo que implica en términos de recursos naturales y demográficos; b) la verdadera historia y no la historia oficial. En el caso de México la historia oficial ha eliminado, prácticamente, los 300 años del México Colonial y la Guerra Cristera. Esta versión ideológica es una especie de agnosticismo histórico; c) las instituciones en todos los órdenes y su evolución;
d)la geopolítica; e) la cantidad y la calidad de los procesos educativos en todos los niveles y vertientes, sin omitir el diagnóstico de la instrucción y de la formación de los estudiantes. Parece mentira, pero durante 25 años, a partir de la administración de Miguel de la Madrid, se eliminaron de la educación oficial las materias de civismo y ética; f) la escala de valores con los que opera la población, y g) el grado de unidad nacional vs la división y la polarización.
“Estas tres últimas pautas o patrones son importantes para tratar de entender por qué una gran mayoría de la población apoya a políticos que por medio de la dialéctica y la retórica tienen secuestrada a la verdad y al sentido común, sin caer en cuenta de la paranoia y de la esquizofrenia de sus gobernantes en turno. Dos ejemplos a la mano son Trump y López.
“Al final, sería simplista y reduccionista afirmar que no hay políticos capaces para enfrentar los grandes retos de nuestro tiempo. Capacidad entendida como racionalidad que tiene que ir, necesariamente, de la mano con la honestidad. Ambas deben tener -desde mi punto de vista- como eje de su actuación la verdad, que no es otra cosa que el conocimiento y el reconocimiento de la realidad tal cual es. Sin esta condición se dan soluciones adecuadas a problemas equivocados, cuyos resultados se traducen en graves consecuencias. La cultura generada cuando se deja de actuar conforme a la verdad, además de convertirse en un problema del proceso del conocimiento, se transforma en una grave cuestión ética, pues la mentira consiste en que sabiendo que las cosas son como son, se afirma lo contrario”.
El doctor José Manuel Cuéllar fue breve: “En México, no. Más aún: tampoco hay política. Lo propio de la política –“lo político”– está radicalmente ausente. Entiéndase esto, a lo Schmitt, como una distinción clara entre amigos o enemigos; a lo Arendt, como la apertura de un espacio compartido en que los agentes políticos se presentan para hacer uso de la palabra y para tratar asuntos comunes; a lo Castoriadis, como ese momento en que se instituye una sociedad”.
Ambas respuestas me conducen a una única posible deducción: Occidente enfrenta una grave carencia de referentes políticos y sociales cuya ética y moral estén lo suficientemente estructuradas y fortalecidas para defender, con argumentos sólidos y hechos irrefutables, la necesidad de la globalización y la formación de los bloques europeo y de América del Norte, para garantizar la preservación civilizatoria de la cultura judeo-cristiana del mundo, capaz de contemporizar con la violencia de Oriente.
No creo que tengamos las herramientas ni las respuestas adecuadas; para comprenderlo basta con leer los ensayos sobre la pena de muerte de Albert Camus y Arthur Koestler, la extraordinaria reflexión literaria de Alejandro Dumas inserta en El conde de Montecristo, acerca de las ejecuciones oficiales, al amparo de la ley.
Desborda toda cordura la existencia de los campos de concentración, ahora convertidos en estaciones migratorias, o esa nueva y moderna esclavitud que se practica a través de la trata o el trabajo mal remunerado.
Sobre esa locura, está la de la verdad, la literaria y la real, que coinciden y nos permiten constatar que Occidente es cruento. Allí está lo escrito por Sándor Márai para El último encuentro: “No conocías esa extraña pasión, la más secreta de todas las pasiones de la vida de un hombre, la que se esconde más allá de los papeles, disfraces y enseñanzas, en los nervios de cada hombre, en lo más recóndito, como se esconde el fuego eterno en las profundidades de la tierra. Es la pasión por matar.
“… Para nosotros, matar es una cuestión jurídica y moral, o una cuestión médica, un acto permitido o prohibido, un fenómeno limitado dentro de un sistema definido tanto desde un punto de vista jurídico como moral… Matamos en nombre de elevados ideales y en defensa de preciados bienes, matamos para salvar el orden de la convivencia humana. No se puede matar de otra manera”.
Imposible entonces eludir la empatía que sentimos por los transgresores que en novelas y series televisivas ponen en orden, silencian e incluso desaparecen a los que matan en nombre de la ley.
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Manuel Bartlett la libró, mejor recordemos a Yuri:
El apagón
Iba sola por la calle
Cuando vino de pronto un apagón
Vale más que yo me calle
La aventura que a mí me sucedió
Me tomaron por el talle
Me llevaron al cubo de un Zaguán
Y en aquella oscura calle
Ay, que me sucedió.
Con el apagón… que cosas suceden
Que cosas suceden… con el apagón
Con el apagón… que cosas suceden
Que cosas suceden… con el apagón
Me quede muy quietecita en aquella
Terrible oscuridad
¡Y una mano ay! Ligerita
Me palpo con confianza y libertad
Si el peligro estaba arriba
Acá abajo la cosa andaba peor
Fue tan fuerte la ofensiva
¡Ay!… Que me sucedió
Con el apagón… que cosas suceden
Que cosas suceden… con el apagón
Con el apagón… que cosas suceden
Que cosas suceden… con el apagón
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@OrtegaGregorio