Francisco Gómez Maza
• De Donald Trump a Joe Biden
• Seguimos de vecinos distantes
No es pesimismo. Es realismo. Ningún mexicano progresista, demócrata, nacionalista puede esperar cambios, y menos profundos, con la derrota de Donald Trump y el triunfo de Joseph Biden para la presidencia del imperio.
Ambos se arañan por sus propios intereses dentro del mismo costal. Como dos gatos de la misma raza. Como dijera el poeta Enoch Cancino Casahonda de Chiapas y Guatemala, podría parafrasearlo: Trump y Biden son plumas de una misma ala o dos gatos del mismo costal.
Lo republicano y lo demócrata no significan para ellos lo que yo entiendo por ambos conceptos. Para mí, lo republicano y lo demócrata se corresponden: Republicano frente a la monarquía. Demócrata frente a la dictadura.
De acuerdo con la concepción estadounidense, inspirada en el veterano protestantismo liberal, ambas “corrientes” son ideológicas: madres e hijas de las leyes del mercado, de la desigualdad, de la superioridad de la raza blanca. Nada tienen que ver con la conciencia libre y autonómica.
Ambos dejarían de ser estadounidenses, descendientes de lo más conservador del viejo imperio británico, de pantalón vaquero, sombrero tejano y revólver al cinto, para que fueran una esperanza de buen trato para los prietos mexicanos.
Es más. La experiencia histórica enseña que, con los presidentes presentados por el partido llamado demócrata, a México no le va mejor. Así lo atestigua, por ejemplo, la administración demócrata de Barack Obama, uno de los de mano dura con los migrantes mexicanos.
Nos ha ido “mejor” con los gobiernos del partido republicano. Con estos, ya sabemos a qué atenernos y con reglas de juego precisas. Ya sabemos, por ejemplo, que soportan a los mexicanos en su territorio, porque los necesitan para los trabajos que los ciudadanos estadounidenses no quieren ejercer. Los peores. Los sucios. Como lavar la loza de los restaurantes, o hacer la limpieza de los hoteles. Los gringos despotrican de los mexicanos, pero los necesitan.
Los demócratas dicen una cosa y hacen otra. Y los mexicanos no saben a qué atenerse. Así que no se puede celebrar mucho con la asunción de Biden.
Sigue vigente aquel axioma atribuido al general Porfirio Díaz: “Pobre México. Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Somos los vecinos distantes de los que habla y escribe el gran amigo Alan Riding, colega que allá por los 70 era corresponsal del New York Times en México y agudo analista de las relaciones de nuestro país con los Estados Unidos. Una relación de siervo y patrón.
Así que no es cuestionable de ninguna manera la política del gobierno de México, frente al vecino del norte con el cual, esté un republicano o un demócrata en el Salón Oval, siempre sale perdiendo. Por ello es muy importante y significativa la política aplicada por Palacio Nacional, en momentos de cambio de estafeta en la Casa Blanca: Somos un país débil económicamente, frente al imperio. Pero no podemos aceptar que se nos trate como a siervos, ni como súbditos, ni como subordinados, ni como “bananero”.
Excelente el tratamiento del caso del general Salvador Cienfuegos Zepeda, investigado y detenido por la agencia antidrogas estadounidense (DEA). La justicia de Washington no tuvo elementos de prueba para condenar al militar mexicano, por lo que, como si hubiera sido un carbón encendido, les pasó el problema a las autoridades judiciales encabezadas por el fiscal Alejandro Gertz Manero.
Mas. Cómo estarían de débiles las pruebas de la investigación del caso Cienfuegos, que el juez las desestimó y, no encontrando ninguna razón para enjuiciar al militar, desistió de juzgarlo. Lo dejó libre, en manos de la justicia mexicana.
El Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, no halló razón alguna para presentar al general a un juez de control, que le iniciara un proceso penal por narcotráfico. No había pruebas suficientes en la carpeta de investigación. Y hace unos días, como todos se enteraron, lo exoneró de todo cargo. Obviamente, la autoridad fiscal no cierra el caso. Éste está sujeto a nuevas investigaciones. Pero México planteó su absoluta soberanía ante el gobierno estadounidense.