El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Fuegos artificiales, luz al final del día.
Ciudad de México, sábado 23 de enero, 2021. – Primero, un respiro hondo y profundo, luego, pegado a la TV para ver la ceremonia y la celebración en donde el equipo de Biden y Harris mostraron al mismo tiempo su dolor por las víctimas de la pandemia, como lo hicieron un día antes de la toma de posesión en un escenario bellísimo, cada uno de la mano de su pareja y un brevísimo discurso de duelo por los cuatrocientos mil muertos por Covid-19 en los Estados Unidos, para darse la media vuelta y de espaldas a las cámaras, en silencio, ver cómo se prendieron las miles de lámparas a la orilla del espejo de agua que va hasta el obelisco como si fueran las almas de los que han fallecido.
Al día siguiente, la ceremonia cumplió con su objetivo en muchos sentidos: no hubo disturbios y la ausencia del innombrable resultó como exorcismo: el Presidente y su Vicepresidenta juraron su compromiso que les exige cumplir con las reglas de la democracia esa que estuvo a punto de naufragar, pero que salió a flote para continuar navegando, ciertamente en aguas turbulentas, por el viento de la esperanza y un plan de acción maduro, equilibrado y predecible, propuesto por quien ocupa ahora la Casa Blanca.
Los encargados de la ceremonia tomaron en cuenta al Covid-19 y mostraron su capacidad para hacerlo de manera virtual, utilizando todas las herramientas que han llegado para quedarse, mostrando cómo es que se puede vivir tolerando la dualidad, como la que conocemos los seres humanos, mostrando que hoy en día son una sociedad formada por seres de todos los colores y diferentes costumbres según su origen, Sur-Norte-Este-Oeste, enfatizando por todos los medios cuáles las prioridades del nuevo gobierno: el virus, el cambio climático, la desigualdad creciente y el racismo, como lo señalaban las canciones interpretadas desde los cuatro puntos cardinales, mostrando las diferencias que hay en casi todos los países, con un mensaje implícito: tienen una nueva oportunidad para mejorar la calidad de vida, celebrando esa coyuntura que muchos anhelaban se pudiera dar.
Asistieron tres expresidentes: Clinton, Bush y Obama que comentaron brevemente la oportunidad que ahora tienen los norteamericanos, deseando éxito a Biden y Harris los que dirigen el barco. Mejor imposible.
Estuve encantado de volver a ver a ese país que admiro en varios sentidos, uno de ellos, el de la democracia y el balance entre los tres poderes, para no seguir aterrados hasta por las provocaciones supremacistas que dominaron el ambiente tóxico durante cuatro largos e infinitos años.
En medio de la ceremonia, antes de la celebración, aparece Amanda Gorman, una joven poeta afroamericana de veintidós años declamando su poema The Hill we Climb, La colina que escalamos que termina así:
Cuando llegue el día en que salgamos de la penumbra,
inflamado y sin miedo
el nuevo amanecer florecerá mientras lo liberemos,
ya que siempre hay luz
si tan sólo tenemos el valor de verla,
si tan sólo tenemos el valor de serla.
Entonces, esbocé una sonrisa, pensando que si en medio de esa ceremonia escuchan la belleza de las palabras y las metáforas de ese poema político, entonces, se ha encendido la luz y han salido del infierno, listos para ascender la colina tomados de la mano, hasta llegar a la cumbre iluminada, como proponen Biden y Harris, que han encendido la luz para que las tinieblas de la ignorancia se disipen. El eco del poema hablaba de no dar marcha atrás, de avanzar hacia la cumbre a pesar de estar lastimados, en ese país que sigue entero, benevolente, audaz, fiero y libre.
Fue un día al estilo americano, como a ellos les gusta: después del juramento, el himno por Lady Gaga; “Imagine” de los Beatles; Jo López en español y todos los demás, como banderas que ondeaban insistiendo en la nueva oportunidad que tienen a partir de ese día.
Tranquilo, al final me fui a dormir sabiendo que hay esperanzas de que la vida en ese país vuelva a su cauce.