La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Hubo una vez un redentor que nunca se redimió a sí mismo
Más allá del debate sobre si la salud del presidente de la República, en este caso Andrés Manuel López Obrador, es o no un asunto de carácter público, llama la atención que, al margen de la poca información oficial, lo que se ha dicho es un conjunto de despropósitos.
De entrada, el mandatario se contagió de COVID, no de acné, por lo que el tema es serio, a esto se debe agregar que tiene 67 años, hipertensión, sobrepeso y ha sufrido dos infartos.
Por lo tanto, cuando la señora Sánchez Cordero y el doctor López-Gatell, dan sus partes médicos sobre el enfermito, ignoramos si se refieren al Tlatoani o a un atleta de alto rendimiento a punto de iniciar una competencia:
“goza de excelente humor, está al tanto del país, está ejerciendo sus funciones sin problemas, es un ejemplo a seguir”…es el tono del politiquero discurso.
Caramba, todos sabemos que un aumento en la temperatura corporal genera molestias, que la sensación de cuerpo cortado y el dolor de cabeza causan malhumor. Además, los estudios señalan que ante la falta de un medicamento eficaz (estar frente a lo desconocido), los pacientes del coronavirus padecen una incertidumbre que puede desembocar en la depresión. Por más fortaleza de espíritu que se tenga, se reacciona con cautela y/o temor.
Así las cosas, todo indica que al final, cuando reaparezca, los apologistas dirán: ya ven, no era para tanto, no sean chillones. Ni hablar, la propaganda es lo de hoy.