DIARIO DE ANTHONY
10:02 a.m. Amanecí con miedo y algo de dolor. Era un dolor físico y existencial. Luego de un rato de desesperación, sentí que el dolor se deshizo en alguna parte de mi brazo. Y ahora aquí estaba. Me proponía contar la más hermosa de las fantasías.
“Anthony era un niño que vivía en un pueblo llamado “Muna”. Él había nacido en California. Su madre, al morir su padre, lo trajo con ella a vivir a este pequeño lugar. Anthony tenía por aquel entonces dos años.
Anthony era un niño moreno y muy guapo. Conservaba sobre su cuerpo aquel sello inconfundible de ser norteamericano. Los niños se burlaban de él, porque no hablaba bien el español.
Con el pasar de un tiempo, Anthony se volvió un niño muy retraído. Su madre, que hacía cuanto podía por seguir con su vida, no le prestaba mucha atención. Anthony nunca había ido a la escuela.
Durante el día solamente se dedicaba a leer historietas, que robaba en una tienda.
Su vida solamente pareció cambiar un poco, el día que conoció a un hombre llamado “John Sullivan”, y quien también venía de California. Este hombre era alto y delgado.
“Hey kid. I saw what you did”, dijo esa vez el hombre al niño. Sorprendido ante estas palabras, Anthony al instante sintió su corazón temblarle por saberse descubierto. Y, sin saber qué responder, esperó de pie frente al hombre, que se encontraba sentado en las escaleras de la entrada de la tienda.
“Pero sólo por esta vez no te acusaré”, añadió para alivio de Anthony. Y mirándolo directamente a los ojos le dedicó una sonrisa cálida. “Soy John Sullivan”, se presentó. “A… Anthony”, logró articular el niño.
Y desde este instante hombre y niño se volvieron amigos. Anthony acababa de cumplir diez años. El hombre tendría cuando mucho unos cincuenta años. Viendo que el niño no iba a la escuela, le ofreció trabajar para él. Anthony enseguida aceptó gustoso.
Con el pasar de un tiempo, el hombre le llegó a tener mucho cariño al niño. Anthony, que siempre se había sentido muy solo en el mundo, al fin vio su soledad disminuir un poco. Trabajar para su amigo representaba para él una dicha enorme.
La amistad entre los dos se fue afianzando, más y más. Pasado otro tiempo, Anthony al fin logró sentir pertenecer a alguien. John Sullivan, al ver el empeño que su joven amigo ponía en todas las cosas que le daba para hacer, comenzó a sentirse muy orgulloso de él. Y fue así como un día comenzó a llamar a Anthony “son”.
“Todo este tiempo has sido un buen muchacho y un excelente trabajador”, dijo un día el hombre al niño. “Por lo tanto, quisiera darte un premio”. Al escuchar esta revelación, el rostro guapo de Anthony se iluminó en su totalidad. “¿De verdad?”, preguntó unos segundos después. “Mister Sullivan”, que es como Anthony lo llamaba, contestó “Sí”.
“He decidido llevarte conmigo mañana al viaje que haré hasta Mérida”. Al momento de escuchar esto, Anthony solamente exclamó “wow”. Viendo la hermosa sonrisa en su rostro, Mr. Sullivan añadió: “¿Y sabes qué más?” Anthony abrió mucho los ojos. “Después de terminar con mis compras, ¡iremos a McDonald´s!”
“¡McDonald´s!”, casi gritó el niño. En el cajón de su cómoda conservaba un pedazo de periódico con el anuncio de este lugar. Aquella hamburguesa era algo que él siempre había deseado poder probar. “Sí. Eso mismo”, respondió Mr. Sullivan…
A la mañana siguiente, a la hora acordada por su amigo, Anthony se presentó frente a su puerta. ¡Se veía hermoso de los pies a la cabeza! Como todos los días, hoy también calzaba sus sandalias favoritas, unas sandalias Teva de correas verdes con negro.
“¡Hola, Anthony!”, lo saludó Mr. Sullivan cuando le abrió la puerta. “¿Listo ya para el viaje a Mérida?” Los ojos del niño le brillaban de una manera muy especial. Y sonriendo con esa sonrisa hermosa suya, respondió “Sí”.
¡Qué hermoso se veía Anthony, vestido como solamente un niño californiano podía hacerlo: con unas ropas simples como shorts, playera sencilla, calcetas blancas y nada más! Su figura se veía tan elegante, tan suave y tan libre como el viento.
Mr. Sullivan esta vez había optado por vestir pantalón largo, camisa de mangas largas y unos zapatos cafés muy elegantes. Los dos se veían guapísimos. Ambos poseían unas figuras difíciles de describir con palabas escritas. Se veían tan apuestos que toda la gente que pasaba junto a ellos se les quedaba mirándolos.
Anthony no paró de sonreír mientras esperaba a que el camión se asomara. Los dos se encontraban ahora parados bajo el sol de la mañana. El rostro del niño todo el tiempo se iluminaba con la belleza de su sonrisa. Anthony poseía una belleza única, algo que bien podía ser nombrado como “belleza californiana”…
Este día fue uno de los días más hermosos en la vida del niño. Su amigo se había convertido para él en una figura paterna. Inconscientemente Anthony ya lo quería mucho, como si Mr. Sullivan fuese su propio padre. Mr. Sullivan, por el otro lado, también ya lo veía como si él fuese su hijo.
Y ahora, sentados los dos frente a frente, la escena se vio indeciblemente hermosa. Niño y hombre comían y reían. La vida no podía parecerle más hermosa a Anthony. Él al fin había encontrado a un amigo de verdad, y Mr. Sullivan también.
Dos horas después, mientras regresaban al pueblo, Anthony comenzó a sentir sueño. Entonces se durmió. A su lado se encontraba sentado su amigo. “Duerme, hijo. ¡Duerme!”, dijo Mr. Sullivan. Y sintiendo un regocijo muy inmenso en su corazón, le acarició el pelo a su pequeño amigo.
Anthony, al momento de sentir su mano, solamente sonrió. Después, sin abrir los ojos, dijo a su amigo: “Gracias Mr. Sullivan por este día tan hermoso. Lo disfruté mucho”. Mr. Sullivan nuevamente volvió a sentir una alegría inmensa en su interior. El niño lo quería mucho.
Después, mientras Anthony dormía, Mr. Sullivan acercó su rostro hacia su oreja. Y entonces, con un susurro de su voz, dijo a su pequeño amigo: “Gracias a ti, Anthony…”
(Ya puedo suicidarme)
Anthony Smart
Febrero/27/2021