Una Película de Anthony Smart
Aquel primer sábado que acudió a este lugar, el hospital psiquiátrico de su estado, Anthony se sintió muy solo, nervioso y vacío. Sus dolores eran dos: uno emocional y el otro físico.
El dolor físico le hacía doler la frente y arriba de su cabeza. El dolor emocional le hacía sentirse perdido, en medio de este lugar sucio y deprimente que él tanto detestaba por cómo lucía.
“Tercer Mundo”, pensó Anthony, luego de darse la vuelta para buscar un lugar donde sentarse. Apenas y eran las ocho y media. Y su cita era hasta las nueve. Sintiendo mucho miedo y algo de angustia, Anthony hizo cuanto le fue posible por mantener la calma, a pesar de que todas las personas que él inevitablemente miraba le recordasen su terrible soledad.
“¡Maldito!”, pensó, apenas y se sentó. “¡Maldito!” Recordando al hombre al que él había amado como a un padre, sintió unas ganas tremendas de ponerse a llorar. Anthony todavía lo seguía amando. Pero el hombre había terminado abandonándolo en el peor momento de su sufrimiento.
La vida jamás lo había querido. La vida siempre se ensañó con él, maltratándolo como a nadie más, quitándole hasta el último vestigio de su dignidad que como ser humano le correspondía.
A unos cuantos metros de donde él se encontraba sentado, al otro extremo de la calle, la gente entraba y salía de un puesto de tortas. “Todos son normales”, pensó Anthony con dolor. “Menos yo”. “Todos sonríen…, menos yo”.
Su pasado bastaba para que él se sintiese la persona más desdichada y miserable sobre la tierra. Y no había nada que pudiese ayudarlo a escapar de todo lo que él ahora sentía. ¡Cómo detestaba seguir con vida! Si es que vivir con mucho dolor podía ser llamado así: Vida.
Anthony permaneció sentado. Para no olvidar quién era, todo el tiempo se miró sus piernas largas. “No soy de aquí, no pertenezco aquí”, nuevamente comenzó a decirse. En su mente, para consolarse un poco, se imaginó ver a personas altas y delgadas como él mismo.
“¡Qué canción más bonita!”, alguien exclamó. Esta era la sexta vez que Anthony repetía la melodía en su teléfono celular. La canción se llamaba “How Do you Fall In Love”, y lo interpretaba “Alabama”, una de sus bandas favoritas.
Abriendo lentamente los ojos, Anthony vio que la persona que había dicho aquel comentario era una muchacha muy bonita. Y, para alivio suyo, comprobó que ella era alta y delgada.
“¿Te gusta?”, preguntó él, pasados unos segundos. “¡Mucho!”, respondió la joven, a quien Anthony había invitado a sentarse a su lado. “¿Sabes inglés?”, preguntó Anthony. Ella dijo que no, moviendo su cabeza. “Entonces no sabes el significado del título de la melodía”. “¿Quieres tú decírmelo?”, pidió la muchacha. Y moviendo su cabeza hacia ella, Anthony la miró directamente a los ojos. Luego entonces dijo: “Como te enamoras” “Eso es lo que significa el título”…
A la semana siguiente, Anthony regresó a este mismo sitio. Esta vez el lugar ya no le molestó mucho, porque entonces él ya había comenzado a tolerarlo. Tampoco mirar a las personas que pasaban por la calle le molestó. Su dolor físico y emocional parecía ir disminuyendo.
“Hola. ¿Me extrañaste?”, preguntó Anthony cuando apenas y se sentó en aquella misma silla de metal. “¡Mucho!”, respondió la joven, que enseguida había venido a su encuentro. “¿Quieres?” Anthony extendió hacia ella la bolsa de sus galletas. La joven tomó una, luego le dio las gracias…
Al llegar el tercer sábado, después de platicar con su amiga un buen rato, Anthony le preguntó: “¿Te gustaría ser mi novia?” La joven, que se llamaba Angelía, con el rostro lleno de sorpresa, respondió: “Pero ¡¿cómo?!” “Si yo solamente soy un espíritu”.
Hacía más de diez años que ella se había suicidado, dentro de unos de los cuartos de este mismo hospital. Un novio suyo la había abandonado, causándole así una enorme e irremediable depresión.
“Por eso no te preocupes”, respondió con una leve sonrisa en sus labios Anthony. Y sacando de su back-pack Jansport un cuchillo, se cortó la vena de su brazo izquierdo. La joven se tapó la boca al instante. “¡No lo puedo creer!”, exclamó. “Con que ya venías preparado para esto…”
Mientras la sangre iba manchando el suelo, Anthony le dijo: “Pensaba utilizar este cuchillo para matar al guardia que la primera vez que vine a este lugar no me permitió pasar adentro a esperar por mi cita. Pero veo ahora que de no haber sucedido eso, yo jamás me habría venido a sentar a este lugar, y por lo tanto jamás te habría conocido”.
“Por algo pasan las cosas. ¿No crees?”, respondió la joven. Anthony, que ahora tenía la cabeza hacia arriba, le preguntó: “¿Me das un beso?” Y mirando de reojo a su amiga, añadió: “Quisiera sonreír, aunque sólo sea por una vez, antes de abandonar este horrible lugar que toda mi vida sin vida detesté”.
La joven, sentada en su silla, acercó su cuerpo etéreo al de Anthony. Después colocó una de sus manos sobre el brazo de su amigo. Anthony cerró los ojos. La joven lentamente fue acercando sus labios hacia él para besarlo. Y, cuando Anthony al fin sintió el calor de sus labios, le dijo:
“¡Larguémonos de aquí ya!” Su corazón hacía breves instantes que había dejado de latir. “Quiero que me lleves a un lugar mucho mejor que esta cosa llamada Tierra”. “¡Pero y tu cuerpo!”, protestó la joven. “¡Eso ya no importa!”, respondió algo exasperado Anthony. Y a continuación añadió: “Que hagan con él lo que a los forenses se les dé la gana”. “¡Vámonos ya!”, insistió él de nueva cuenta.
Faltaban solamente diez minutos para las diez, hora en que le tocaba consulta a Anthony con su terapeuta. Todo este lugar seguía estando sucio y deprimente. Por todas partes había polvo. Todo era viejo, incluido el edificio que siempre había deprimido a Anthony, por lo feo que lucía por fuera y por dentro. Las hojas secas de los árboles, que él siempre había detestado ver porque le recordaban “lo seco” de su existencia, seguirían estando aquí, pero ya no lo molestarían más. Porque entonces él ahora finalmente había logrado escapar de toda esa vida de dolor. Anthony finalmente había logrado encontrar la felicidad en aquel espíritu de su joven amiga.
Junto a su cuerpo ya sin dolor, quedó asentado su teléfono, el cual, a través de su bocina, siguió cantado aquella hermosísima canción de Alabama… “HOW DO YOU FALL IN LOVE”
Anthony Smart
Marzo/08/2021