La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
En los hechos convierten al Estado en promotor del analfabetismo
Una de las tácticas cotidianas del presidente López Obrador, consiste en descalificar, desde ‘la mañanera’, a todos aquellos que disienten de la 4T, mujeres y hombres que piensan diferente, del país y del extranjero, son estigmatizados por el tabasqueño.
Conservadores, fifís, corruptos, manipulados, chayoteros y mafiosos, son los adjetivos más recurridos para insultar a periodistas, intelectuales, empresarios, feministas y en general, a todos los que enderecen alguna crítica contra los (des) propósitos del proyecto oficial.
Estas matutinas agresiones, son una especie de arenga religiosa para que las hordas de fanáticos y las granjas de bots, se lancen con toda la furia posible a vituperar al o los señalados, pueden ser Loret, Lily, Brozo, Krauze o el gobierno español.
El asunto radica, en que el mismo personaje que aúpa a sus huestes para el linchamiento mediático de cada día, afirma a los cuatro vientos que es demócrata y humanista, para rematar con su estribillo preferido: ¡prohibido prohibir!
Sin embargo, en su peculiar concepto del mundo, el don pretende vedar que haya un pensamiento que discrepe de su línea ideológica (pergeñada por él, que se nutre de la ‘sabiduría del pueblo bueno’), quien se atreva será perseguido por el brazo porril, aquel que disfruta de ‘meterla doblada’.
Estos son los moditos de los que se creen la reencarnación de los liberales del siglo XIX, los que sueñan con uniformar la mente de los ciudadanos al amparo de la ‘ley de Herodes’.