EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Thomas Mann y Katia su esposa en Berlín.
Ciudad de México, sábado 27 de marzo, 2021. – Thomas Mann enfrentó muy pronto a los nazis –dice Andrés Sánchez Pascual en la Nota Preliminar de Schopenhauer, Nietzsche, Freud (Plaza & Janés, 1986). Una visita suya a París en 1926 fue aprovechada por los nacionalistas alemanes para censurarlo por su presunta entrega a la “civilización”. Para 1928 publican un artículo contra él con estas palabras que resultaron proféticas: “A un futuro Estado popular no le queda otro medio de limpieza que deportar al extranjero a todos esos que nos ensucian la casa.” Y con esto, me da un escalofrío: esos ataques se han expresado en las mañaneras de nuestros días.
El 8 de mayo de 1936 Thomas Mann dio una conferencia en Viena para celebrar los 80 años de Freud. De entrada les pregunta a los más de trescientos asistentes por qué lo habían invitado a él que era “un escritor dedicado a la fabulación literaria” para celebrar a un gran hombre dedicado a la ciencia.
Hace un par de meses que estamos releyendo Los Buddenbrook, esa primera novela monumental publicada en 1901, cuando sólo tenía veinticinco años de edad. Tuvo tal éxito que, en 1929, cinco años después de haber publicado La Montaña Mágica le dieron el Premio Nobel de Literatura.
Así voy tejiendo estos hilos a partir de la lectura de Mann, combinados con la experiencia del psicoanálisis, para confirmar cómo es que cada quien experimenta una epifanía, esa manifestación inesperada que nos cambia la perspectiva de la vida: yo la tuve a los 23 años de edad en 1964, caminando una mañana por la calle de la Selva Negra en Freiburg, i.Br., cuando se manifestó claramente que lo que quisiera lograr en la vida, dependía de las circunstancias y del esfuerzo que le dedicara y no de otra cosa. Mann la tuvo a los 19 años, cuando leyó a Schopenhauer y, desde entonces se sintió “libre, redimido, desembarazado de todas las cadenas y trabas artificiales.”
“Fue una circunstancia afortunada –dice Mann relacionando su lectura de Schopenhauer– cuando se me ofreció en seguida la posibilidad de insertar esa experiencia supraburguesa, en el libro sobre los burgueses que estaba acabando, para preparar a Thomas Buddenbrook para la muerte: allí fue, en aquella glorieta, sentado en la mecedora de mimbre, donde un día estuvo, durante cuatro horas completas, sumido, con creciente atención, en la lectura de un libro que había ido a parar a sus manos, más por casualidad que por deseo.”
Su relación con el psicoanálisis se remonta al inicio de su actividad creadora, cuando los psicoanalistas encontraban en él, elementos de su propio mundo…. Hermann Hesse utiliza en sus relatos los resultados del psicoanálisis… pero, a él, lo que más le fascinó fue el aspecto mítico de la doctrina de Freud, cuando el psicoanálisis nos retrotrae a nuestra infancia.
Me ha movido el tapete lo que luego resumió C.G. Jung: “hasta que no te hagas consciente de lo que llevas en tu inconsciente, éste último dirigirá tu vida y tú le llamarás destino”. Resulta que ahora, con la novela de Mann, he podido entender la conducta de la burguesía alemana, como la nuestra, cuando lo hijos viven no en función de lo que son, sino que están con la voluntad restringida por el padre y lo que la sociedad espera de él.
Para Thomas Mann, la lectura de Nietzsche y Schopenhauer fueron causales de su epifanía, que bailotearon alrededor de su obra y de sus extraordinarias novelas.
Mann visitó a Freud un mes después de haber dado su conferencia “en el círculo más íntimo de su familia y amigos” y dice que le dio mucho gusto haber encontrado “al octogenario Freud en pleno vigor, lleno de simpatía, delicado y bondadoso como siempre”. Aprovechó para leerle lo que había dicho, cuando “al final, tenía lágrimas en los ojos.”
La experiencia psicoanalítica le permitió caminar su propio camino, vivir su propia vida, y morir su propia muerte en medio de varias tragedias familiares.