EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Mágica sympathia: Edward Herbert, 1630.
Ciudad de México, sábado 3 de abril, 2021. – Cuando sale el Prólogo al inicio de La vida de Enrique V y nos dice: “¡Quién tuviera una musa de fuego para poder ascender al universo de la invención…”, nos preguntamos qué demonios quiso decir, porque, la verdad, no se entiende bien a bien eso de la musa de fuego, ni lo del universo de la invención.
A Shakespeare hay que interpretarlo con calma, respirar hondo y detenerse si no entendemos lo que dice en primera instancia, para darle de vueltas hasta encontrar la cuadratura al círculo. En este caso, hilar lo que dice y rascarle un poco a lo que los griegos definieron como espíritus que nos inspiran cuando nos atoramos y necesitamos salir del aprieto. Les llamaron Musas y son nueve: Calíope-Poesía; Terpsícore-Danza; Erato-Teatro; Urania-Astronomía; Clío-Historia; Euterpe-Música; Melpómene-Canto y Polimnia-Memoria… ¡Ah, quién tuviera una musa como ésta!
Cuando el Prólogo se refiere a una Musa de Fuego, podemos asociarlo con un cierto estado de ánimo a partir de la idea que tenían en la Edad Media cuando creían que estában formados por cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego, en donde cada quien tenía una combinación determinada de estos cuatro elementos con la que se conformaba su personalidad; por otro lado, sabían que cada espacio del teatro equivalía a uno de estos elementos que asociaban sin problema alguno:
Lo instintivo o la Tierra lo representaba aquel que salía de una trampa en medio del escenario, como Calibán en La tempestad, el nativo de la isla donde estaba exilado Próspero con su hija Miranda, hasta el día que el nativo trató de violarla para ser rechazado.
El Agua eran las emociones que en el teatro se expresaban en el escenario, en donde los personajes gesticulaban y se pavoneaban expresando todo, hasta de lo que se iban a morir.
El Aire, sí, el ligero y transparente aire como el que respiramos, equivalía a la poesía y a la música que declamaban o se tocaba desde el balcón, donde podían ver mejor las cosas, tal como las veía Julieta cuando, enamorada, declamaba esto:
¡Extiende tu negro manto, noche protectora del amor!
Un parpadeo de tus ojos evasivos
para que venga Romeo a estos brazos,
en silencio y sin ser visto.
Los amantes celebran sus ritos amorosos
con la luz de su propia belleza y, como el Amor es ciego,
buscan hacer el amor en la noche.
El Fuego era el cuarto elemento y representaba lo espiritual lo apacible. En el teatro, los dioses residían en la torre más alta, por eso, cuando el público veía que bajaban con malacates a un pájaro enorme montado por alguien, ese alguien era nada menos que Júpiter que, en ese momento, bajaba para deshacer los nudos gordianos.
Entonces, lo que nos proponía el Prólogo lo podemos ver de esta manera: si tuviéramos una musa de fuego que nos pudiera apaciguar los ánimos para que estuviéramos relajados, entonces, podríamos ascender al universo de la invención, ahí donde están todas las soluciones posibles.
El Prólogo nos invita a estar relajados para entender la obra –y lo que escribimos–,como debemos hacerlo cuando deseamos resolver uno de esos problemas que nos acosan. Tal parece que si nos relajamos, como pasa en la duermevela, nos viene a la cabeza, sin esfuerzo alguno, la solución esperada. Por eso el dicho popular cuando nos proponen que “lo consultemos con la almohada”, para que, de esa manera, encontremos una solución a lo que nos preocupa.
Los procesos creativos se parecen y, para inspirarnos, necesitamos estar relajados para que así, según el dramaturgo, podamos ascender como espíritus puros al universo de la invención.
En ese mismo discurso, el Prólogo nos advierte de las dificultades para ver la realidad real –vigente en nuestros días–, porque, de ser así, entonces, “veríamos a Enrique V como es, con su porte de Marte, atados a sus pies y en cuclillas, como perros listos para ser empleados, el hambre, la guerra y el fuego.”