Francisco Gómez Maza
• El trabajo infantil es una vergüenza más de la sociedad
• Orgullo por venir de los indios; en Chiapas, la gloria maya
Qué mala vida sobreviven millones de niños y niñas, y adolescentes mexicanos: tienen que trabajar en condiciones, muchas veces, de casi esclavitud, porque lo que ganan sus papás no alcanza para medio llevar la vida familiar: algo que parece casa, garras que parecen vestido y comida chatarra que parece alimento. ¿Leche de vaca? No. Esa es para los infantes de Las Lomas de Chapultepec.
Este sábado se celebra el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Pero lo que no se dice es que esta gran porción de los mexicanos, sin presente ni futuro, tiene que salir a la calle a jugarse el pellejo, a torear automóviles que se les vienen encima, a dormir a la intemperie o en las alcantarillas, para ganarse unas monedas y mitigar el hambre familiar. ¿Escuela? ¿Educación?
¿Diversión? Qué es eso. No tienen derechos.
Es oprobiosa la situación en la que crece, física, emocional y mentalmente importante proporción de la población infantil mexicana.
Y hablando de proporciones, lo explica muy bien el INEGI, luego de recordar los datos obtenidos de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2019:
Unos 3.3 millones de niños y niñas de 5 a 17 años se encontraban, hace dos años, en condiciones de trabajo infantil; esto representa una tasa de 11.5 por ciento.
Unos 2.2 millones de niños y niñas de 5 a 17 años, estaban ocupados en alguna actividad económica, cifra equivalente al 7.5% de la población de 5 a 17 años.
El 73.0% (20.8 millones), de la población infantil participa en quehaceres domésticos y 5.3% (1.5 millones) realiza quehaceres domésticos en condiciones “inadecuadas”.
La Organización Internacional del Trabajo busca exponer los riesgos a los que se enfrentan las niñas, niños y adolescentes que realizan algún tipo de trabajo infantil. Y para avanzar en su eliminación, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se estableció poner fin a cualquier forma de trabajo infantil para 2025. Qué ilusión.
Y digo qué ilusión porque la inmensa mayoría de los niños es de la clase pobres, muy pobre. Tienen que trabajar. Nadie, en este mundo, les va a incrementar el ingreso a sus padres, la inmensa mayoría que, siendo pequeños, tuvo que hacer lo mismo: trabajar para sobrevivir. He visto adolescentes en las calles de cualquier ciudad; me toca más de cerca la vida cotidiana da la interminable Ciudad de México, adolescentes que se paran a las 6 de la mañana y comienzan su recorrido entre los automóviles, “limpiando” parabrisas y esperando que los conductores les paguen con cualquier moneda. No son limosneros. Trabajan y fuerte sin ningún salario.
La prohibición de que los supermercados tuvieran niños, ayudando a la clientela a guardar sus compras en las bolsas de plástico, ya prohibidas, metió en verdaderos líos a las familias de estos pequeños, apodados “cerillos”
El INEGI advierte que la inclusión al mercado laboral a edades tempranas puede traer consecuencias que afectan el desarrollo de las niñas, niños y adolescentes. Un menor de edad que trabaja puede, por un lado, disminuir el tiempo y calidad invertido en el estudio (si es que fuera a la escuela. Usualmente, estos niños no van a ninguna institución educativa), u otras actividades que favorecen su crecimiento y, por otro, exponerse a sufrir algún problema físico o psicológico por realizar actividades no adecuadas.
De acuerdo con los resultados de la encuesta referida, durante un periodo de referencia determinado, niños y niñas y adolescentes participaron en el mercado laboral en sectores de actividad peligrosa, empleados por debajo de la edad mínima y ocupados en servicios domésticos no remunerados de carácter peligroso, por realizarse en horarios prolongados y/o en situaciones de exposición a riesgos. Y así sigue siendo. Un sueño guajiro que el trabajo infantil se acabe en el 2025.
A DESFONDO: A mucha honra. La inmensa mayoría de los mexicanos somos producto del mestizaje. Llevamos en nuestro cuerpo la molécula que contiene nuestros datos genéticos, el Ácido Desoxirribonucleico; el ahora tan traído y llevado ADN. Alberto Fernández, el presidente de Argentina, de ninguna manera es racista cuando afirma que los mexicanos venimos de los indios. Estos son nuestra madre o nuestro padre. Además, qué orgullo descender de integrantes de insignes culturas y civilizaciones, de los toltecas, de los nahuas, de los aztecas, de los mayas. Grandes entre los grandes. Tan sólo dese una vueltecita por Palenque, en mi terruño, y retornará muerto e envidia por haber visto la sensibilidad de esos genios que sabían los caminos del cielo, e inventaron el cero. Así que no se deje llevar por el racismo de los ignorantes conservadores que, por ignorantes y conservadores, son racistas. Felicidades, presidente Fernández.