EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
El abrazo y la lectura, (El Blog alternativo, 2009).
Ciudad de México, sábado 12 de junio, 2021. – “La soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”, esto que decía Carl Jung lo ha de haber dicho por experiencia. Qué envidia me da, porque a mí se me está haciendo bolas el engrudo, ahora que estoy vacunado y no sé si quiero o no lidiar con la gente con o sin tapabocas.
La mascarilla sirve para proteger al otro en caso que el portador tenga el bicharraco, aunque, una vez vacunado, las probabilidades de que traigamos el coronavirus son mínimas, seguimos teniendo miedo. Este es el asunto, a pesar de estar protegidos en un 90% o más, el miedo al contagio está presente y, por eso, nos da un no sé qué imaginar que nos podemos enfermar.
Almudena Grandes dice que se pudo haber desanimado nada más de pensar que nada volverá a ser como antes, “pero esta mañana –dijo–, al abrir el balcón, he respirado un aire conocido, y más que conocido, familiar, y más que familiar, conmovedor. ¿Qué hago yo aquí?”, se preguntó, tal como lo podríamos hacer nosotros, deseando estar a la orilla del mar, viendo ese ir y venir de las olas sobre las que vuelan en fila India por las tardes los fieles pelícanos.
Después de año y meses de confinamiento tengo la impresión de haber perdido el toque de bola y aquellas ágiles conversaciones –bueno, ágiles es un decir–, antes de la pandemia, cuando sintetizaba lo más relevante de la vida y los sucesos de actualidad en poco tiempo, ahora, me veo lento y tardo en explicar cómo es que veo la vida desde esta nueva perspectiva y, si me atrevo a decir que “extraño el confinamiento”, me voltean a ver con cara de fuchi.
Hay un “aspecto en el cual el abrazo y la lectura se asemejan más porque, en su interior, se abren tiempos y espacios distintos del tiempo y del espacio mensurables”, decía Italo Calvino. Tal vez por eso, cuando me siento a leer, es como si me abrazara una encantadora compañera.
Pero hay que pensar en el futuro, por eso, las viñetas en The New Yorker (17.5.21) de Guerreiro y Simon sobre la etiqueta en la Post-Pandemia decidí recrear un par de ella: la primera, relacionada con las reuniones de negocios, en caso de que alguno de ustedes esté comprometido a asistir a una de ellas, para que tomen en cuenta que en la sala de juntas, a diferencia de Zoom, no existe el botón de “silenciar” y si quieren tomarse su Bourbon, seguro que se van a dar cuenta que lo hace.
Y si acaso van al cine, por favor, no saquen su celular para ver TikTok a todo volumen y no griten: “¡Esa ya la vi! Cuando Raquel y Ross no pueden subir el sofá por las escaleras.” No, no es esa –es otra, en donde Lear enloquece y no hay sofá de por medio.
Me niego a ver las malas noticias, sobre todo en la mañana porque “todo sobre la tierra tiene un amanecer de lozanía y aroma, ¿por qué reservarle al vivir del hombre un alborear de pestilencia y carroña?”, como propone Félix Pita Rodríguez en su Elogio de Marco Polo.
La etiqueta ha cambiado y sólo nos preocupa cómo nos vemos de la cintura p’arriba. Ayer me di cuenta que he descuidado la boleada de los zapatos, pues, cuando pasé por la Plaza, Mike, el mejor bolero de Tlalpan, reclamó mi ausencia.
¿Y si queremos bailar como lo hacíamos? Resulta que ya nadie conoce esa música con la que bailábamos de cachetito. Ahora los jóvenes brincotean para calentarse como si estuvieran en el gimnasio. ¡Ajá!
Lo que más deseo es volver a la terapia-del-abrazo: sentir el otro cuerpo cerca de uno, confirmando de esa manera que no estamos solos en este mundo. Sí, tiene razón Jung, la soledad puede ser peligrosa.