* Estos menores son víctimas de las políticas económicas y de seguridad regional de los países a los que acuden en busca de asilo, anhelantes de la posibilidad de recuperar sus vidas
Gregorio Ortega Molina
Difiere la percepción que los gobernantes, las sociedades y los organismos internacionales tienen de los menores de edad migrantes, en grupo o solitarios, vagando a la buena de Dios.
¿Qué los expulsó de su hogar, de su zona de confort? ¿Hace cuánto perdieron todos los parámetros de seguridad? ¿Tiene o tendrán la aptitud de restablecerlos, en dónde y con quiénes? ¿En qué medida se modificó su escala de valores, y qué están dispuestos a hacer para no morir? ¿Cuántos terminarán como “El Monchis”? ¿Podrá Recep Tayyip Erdogan conciliar el sueño? Las imágenes de los niños turcos asesinados, huérfanos o en calidad de huidos de su oscura realidad, son para reclamar el abandono de la divinidad.
No son los únicos desfallecientes. Los marroquíes o norafricanos que ven en las costas de España la tierra prometida son sacados del mar desfallecientes o muertos, llevados a las salas de urgencia de los hospitales, por nadie llorados si mueren, porque ¿a quién dar aviso de que esos menores dejaron de estar?
Lo que sucede en México en las estaciones migratorias, en los campamentos, en los transportes de los polleros, es de espanto, pero nos negamos a verlo y mejor el gobierno, la prensa y las buenas conciencias, se quejan de los abusos y violaciones que, en territorio de Estados Unidos, se cometen en contra de mujeres y niños. Se magnifica el escándalo para esconder la miseria humana de muchas de nuestras autoridades migratorias, o policías que cuando los encuentran no pierden la oportunidad de medrar.
Recuerdo muchas de las páginas literarias y/o históricas del Holocausto, lo ocurrido en Vietnam durante la ocupación francesa y la guerra con Estados Unidos, o Camboya y los jemeres rojos, ese cúmulo de cráneos de víctimas anónimas, pero muchos de cuyos propietarios fueron niños que murieron torturados.
Imposible olvidar los abusos y crímenes cometidos en el seno de nuestra sociedad. Algunos los narró con precisión Héctor de Mauleón en El Universal, donde dio cuenta de lo sucedido a unos niños otomíes en una oscura vivienda de una vecindad del centro de la Ciudad de México. Los encontramos en las calles de las zonas urbanas, controlados por adultos que pueden ser sus padres, o simulan serlo. ¿Quién se atreve a aclararlo?
Lo temible y lo terrible de este tema, es que muchos miembros de las distintas sociedades convierten a esos menores en objeto y sujetos de sus miedos, pues para ellos resulta difícil verlos como víctimas. Los satanizan, les auguran un futuro de sicarios o terroristas, están decididos a una guerra sin cuartel y a negarles toda oportunidad, sin importar que son niños, de carne y hueso, llenos de inseguridad y pavor.
Lo triste es que estos menores son víctimas de las políticas económicas y de seguridad regional de los países a los que acuden en busca de asilo, anhelantes de la posibilidad de recuperar sus vidas.
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@OrtegaGregorio