* En términos políticos y reales de poder, hacer iguales a los desiguales es inviable. Las flaquezas humanas favorecen discordias, encono y divisiones, lo que ayuda a que nadie viva en paz
Gregorio Ortega Molina
Las utopías sobre la igualdad llenan muchas páginas del quehacer político, social y, sobre todo, religioso. Ahí están los Hechos de los apóstoles, donde nos enteran de la formación de las primeras comunidades cristianas y cómo vendían sus pertenencias y propiedades para, después, compartirlo todo.
El cristianismo, como doctrina y propuesta social, es quizá la más acabada de las utopías sobre la igualdad. “Si tienes dos mantos, regala uno”… “Si quieres seguirme, vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres”. La textualidad de las palabras elegidas es imprecisa, pero no la idea.
Llevada a sus límites, la igualdad cristiana propone, además de compartir, la “no” posesión de bienes terrenales. En este terreno nadie cumple. Todos queremos ser propietarios de algo, al menos del féretro que nos cobijará, o de la urna en la que se depositará el polvo que realmente somos.
El ebionismo político-religioso de Andrés Manuel López Obrador es imposible, como lo fue durante los primeros años del cristianismo. La inteligencia y las pulsiones humanas nos hacen diferentes unos de otros, de ahí que las minorías anden desesperadas por obtener la igualdad en las posibilidades de la participación económica, social y en términos de poder. ¿Es lo mismo inclusivos que incluyentes? Todavía está por verse.
La inteligencia tanto como la maldad establecen las diferencias. Las perversiones se manifiestan en ambas, lo mismo que las obsesiones. Tarde -malos e inteligentes- descubren sus debilidades y se exhiben sin rubor alguno. Lo terrible es cuando en el poder se suman inteligencia y maldad.
Regresemos al origen de la propuesta de análisis. Mi esfuerzo por comprender y aceptar la imposibilidad de igualar a los desiguales, me condujo a la relectura de Vida de Jesús, donde Ernest Renan asienta: (la traducción es mía) “Una idea absolutamente nueva, la del culto fundado en la pureza del corazón y la fraternidad humana, favoreció su acceso al mundo; idea tan elevada, que la Iglesia cristiana debía, en este punto, traicionar completamente las intenciones de su jefe, y que, incluso en nuestros días, solo unas cuantas almas son capaces de asumirla… puesto que toda idea, para tener éxito, necesita sacrificios; nunca se sale inmaculado de la lucha de la vida”.
Pongamos los pies sobre la tierra. La ofertada igualdad por parte de los políticos, las doctrinas sociales y religiosas, resulta inviable. Lo que sí puede hacerse, al menos, es reducir las condiciones de miseria y favorecer las posibilidades de una vida digna. No se logra con establecer, a rajatabla, un ebionismo político-evangélico. A los pobres no se les regala con programas sociales para hacerlos dignos, sino que debe dignificárseles porque son humanos.
¿Cuántas viviendas mexicanas carecen de piso firme, de baño, de cocina? Nótese que las califico de viviendas, porque imposible considerarlas casas, hogares, donde vivan intensamente el presente y consideren con optimismo el futuro. En eso es en lo que no trabajan.
La idea concreta es que nos completemos unos con otros, que juntos contribuyamos a ser mejores. Contribuir no equivale a obsequiar. El esfuerzo dignifica. San Pablo lo dejó anotado en su carta a los Corintios (4-11). Les comparto lo que deben conocer nuestros guías políticos.
“Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere.
Es momento de preguntar a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, si él está dispuesto a parcelar su rancho de ominoso nombre, para mostrarnos el camino de hacer iguales a los desiguales.
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@OrtegaGregorio