EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Un día de estos serán parte del coro.
Ciudad de México, sábado 3 de julio, 2021. – El único que advierto que se habla de Tú con el Señor de los Señores es Juan Sebastián Bach quien a través de sus composiciones lo deleitó tanto a Él como a la Corte Celestial, ángeles y arcángeles del mismísimo cielo, así como, al resto de los que pisamos Tierra y que, a veces, nos preguntamos angustiados como Rilke: “¿quién, si gritara yo, me escucharía en los celestes coros?”
Juan Sebastián Bach logró llamar Su atención desde que interpretó su Misa en si bemol con la que consiguió la visa para tener, en su momento, el pase directo a la Cumbre de las Alturas. No sé cómo cantan los ángeles porque nunca los he oído, pero estoy seguro que desde que Bach entró por la puerta grande, San Pedro organizó al Coro Mayor para que empezaran a practicar el arte de la fuga, una vez que arregló lo que puede ser el ADN angelical para que contaran con las voces agudas de las sopranos sobre las mezzos y contraltos, tenores y bajos que, partitura en mano, ensayaban esa Misa que empieza, como debe ser, con un “Señor ten piedad de nosotros.”
Fue tal el regocijo de las almas que ya circulaban en el espacio celestial, mismas que se habían adelantado por alguna razón que no comprendo al tiempo del juicio final y las sentencias que se dictarán un día, esperando que sean “admirables y justas”, tan admirables y tan justas como la música coral que escuchamos en esa Misa acompañada por la orquesta de solistas barrocos ingleses que amenizaron a la concurrencia y consolaron a los que vivimos pegados a la Tierra por la fuerza de gravedad.
El 28 de julio de 1785 se enteró San Pedro que Juan Sebastián Bach llegaría a sus 65 años de edad por la Puerta Grande. Temprano, llamó a los ángeles encargados de dar la bienvenida a los “happy few”, los VIP’s de las Grandes Alturas, para que los arcángeles, con sus largas trompetas bruñidas les dieran la bienvenida y los ángeles, mostrando su buena disposición, empezaran a cantar el “Osanna in excelsis” al más Grande del Cielo, una vez que éste había iluminado la entrada para que el recién llegado no se perdiera en las bifurcaciones de esos jardines y tomara el camino que lo llevara directo a la diestra de Quien Preside que, bien podemos imaginarnos, sonreía por primera vez, gozoso, de oír esa música de fondo como la que nosotros también escuchamos en YouTube con la Filarmónica de París, dirigida por John Eliot Gardiner y el coro Monteverdi, una versión que pudo haber sido el modelo a seguir para la Escuela Coral Celeste, integrada, desde que llegó Bach, por el grupo selecto de ángeles una vez que les adaptaron sus voces compatibles con las que hay en la Tierra.
Desde ese mismo día interpretaron la música del compositor –para la gloria de Dios–, quien, encantado de la vida, se distrajo, descuidando a sus rebaños, tal como lo hemos notado, pues ha permitido un verano invernal, producto del cambio climático; varios actos de terrorismo, chismes y pleitos de lavanderas en el Palacio y una pandemia que no se acaba.
Bach sigue siendo su Embajador pues la Belleza está implícita en lo Divino y esa Misa, como tras más, es una estrategia para ver si convencemos al Señor que podamos vivir en Paz, empezando con el Kyrie, seguido por la Gloria, Credo, Sanctus y Osanna in excelsis antes de pedir que haya paz, aunque sea imaginaria.
Encantados con la música del Celestial Coro que juega con las voces a las escondidas, huyen unas de otras como si escaparan en una fuga, se repiten de acuerdo a las reglas del juego, unas detrás de las otras en una ronda y en plena armonía… ¡Ah!, por fin entendí… con razón… ¿quién, si gritara yo, me podría escuchar en los celestes coros?, embelesados como están con la Música de Bach.