Horizonte de los eventos.
Apenas iniciados los 80’s, el gobierno de la República reconoció el riesgo por el bajo nivel de la moral pública y de la clase gobernante, que convocó a la “renovación moral de la sociedad”, deficiente control interno de la administración de la riqueza nacional, por parte de los gobiernos de la Revolución (fue un primer “golpecillo de Estado”), hasta LEA y por los despilfarros excéntricos de la Administración Federal encabezada por el Presidente López Portillo.
Esta sustitución de esquemas de producción, procesos y estructuras financieras y de espíritu legislativo y constitucional, impulsada por Miguel de la Madrid y consolidada por Carlos Salinas, en la llamada inicialmente Reforma del Estado, en realidad se trató de la instauración del neoliberalismo, y con él, en México, la reinstauración del liberalismo económico de Diaz, Limantour y hasta Luis Cabrera, para 1914, ya muy trasnochadas.
El neoliberalismo, que por los resultados, 30 años después, nadie duda que fue un fracaso desde la perspectiva del bienestar social, hasta el extremo del Presidente López Obrador, que lo señala como el aberrante saqueador de la riqueza nacional y el pervertidor moral del pueblo ¿qué opinaría entonces de los gobiernos del LEA y JOLOPO, de desordenados y despilfarradores? ¿Sería posible que los neoliberales, satanizaran a dichos gobiernos para justificar la imposición del modelo suyo, como salvador? Por supuesto que así fue.
Por esas dos administraciones -ojo- “desordenadas” desde la perspectiva neoliberal, se impulsó una poderosa campaña en contra del PRI, cuando lo cierto es que ni LEA ni Jolopo fueron priistas netos. Ambos sólo hicieron una campaña electoral, cada uno, la de sus candidaturas a la Presidencia. Aprendieron mucho, pero eso no los hace priistas.
De la misma forma que el candidato a la Presidencia, Carlos Salinas, en un solo día, en virtud del Rito Mazónico, le distinguieron como “Gran Maestro, grado 33”, lo que no le hace mazón… ni con mucho.
Aunque él mismo se definió como el último presidente de la Revolución, don Pepe no era revolucionario, ni priista, ni político. Bueno, ni mexicano -vale la pena recordar cuando llegó al pueblo de Navarra, de donde hace cinco siglos salieron sus ancestros, que declaró que él era navarro.
En todo caso, heredero del pensamiento de la Conquista, toda vez que el primer López Portillo que llegó a América -a México-, fue con Hernán Cortés. Luego, sus notables ascendientes sobresalieron tanto en la Colonia como el s. XIX, y más recientemente, con Porfirio Díaz. Hasta D. Pepe.
Destaco esta parte biográfica del ex presidente, por su conducta ajena a lo que en anteriores publicaciones he llamado “moral revolucionaria”, que él, ni fue priista ni en su “compromiso ancestral” anidó nunca la herencia del pensamiento revolucionario. Sino otro, más relajado, suntuoso y frívolo (“cuando terminara su sexenio se dedicaría a boxear y a pintar caballos”), sin menoscabo de su erudición y sólida formación constitucionalista, de la penúltima gran escuela de oradores mexicanos.
Su erudita comprensión histórica, conocedor del origen directo de América -México, incluido. Su soberbia personalidad y en suma, legatario de los hilos más viejos del poder en América. Pero sin la moral revolucionaria.
La Presidencia de la República durante la administración de don Pepe, relajó sus principios, desvió sus propósitos, derogó compromisos históricos y canceló recursos destinados a ese fin, dispendió los recursos nacionales y dejó al Estado propicio para su abrogación.
También es correcto decir que “odiaba” al PRI, tan es así que hizo Presidente de ese Partido a don Jesús Reyes Heroles, quien creó los “diputados de partido” (que no de representación proporcional), reforma que minó al Sistema y a quienes luchaban dentro del sistema.
1981: Momento propicio para la instrumentación del proyecto importado de Miguel de la Madrid y la imposición del neoliberalismo, que sustituyó para siempre al Estado Revolucionario; Vale decir que para que no fuera hurtado el patrimonio nacional, lo vendió.
La moral revolucionaria, valiosa por escasa, pasó de su alto registro del hombre en sociedad, a una mojigatez propia de los más estúpidos e inadaptados miembros de la sociedad, rechazados por la mayoría formada en la cultura voraz de lo inmediato, propio del capitalismo académico de las universidades gringas, tan apreciadas por los señoritos consentidos: la ganancia pronta.
Los valores impulsados por los neoliberales mexicanos, ven ejemplar al que está en un puesto público y roba (!).
Confirmada esta cultura, como bien advirtió el Dr. Samuel del Villar, en la propia legislación, que modificó los Códigos Penal y de Procedimientos Penales, para desaparecer como graves, los delitos patrimoniales cometidos por servidores públicos -derogó el delito de enriquecimiento inexplicable-, a la vez que retiró del catálogo de los delitos graves, el fraude genérico.
En otras palabras, “a robar, ustedes empresarios, y nosotros, servidores públicos o representantes populares: reformamos la ley y todos podemos salir bajo fianza.”
Reformas votadas durante las legislaturas del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Sentaron precedentes que nos orientaron hacia una “moral neoliberal {mexicana}” -insisto que en Europa, el neoliberalismo conllevó efectos muy distintos-, contra revolucionaria, cuyos resultados eran calculables y hoy son evidentes.
La 4T está en el momento oportuno para demostrar que sí hay una redignificación de la cosa pública y del país, consecuentemente, Sr. Presidente: revaloremos la integridad del Estado y de sus nacionales.
Y que valga la pena –“y no salga tan caro”- el conducirse con apego a los principios y valores de consciencia y respeto a lo público, de honradez y compromiso social e ideológico, con el valor para exigir y denunciar las conductas inapropiadas de nuestros gobernantes.
Al menos que paguen los que deben ¿verdad, Sr. Presidente? Que la historia de más de un siglo de consciencia y congruencia constante de tres generaciones (repetida en tantas familias mexicanas) y que el punto final de dos biografías ejemplares -las que nos precedieron-, de tantos anónimos intachables, que fallecieron viendo gangrenarse el espíritu revolucionario por el que lucharon y dieron la vida y por cuyos principios nunca claudicaron, al costo de enormes sacrificios, personales y familiares, al costo del olvido y el más remoto de los ostracismos.
Hasta vivir la vida sin esperanza ya, de que llegara un Presidente patriota, aplicara su resto de poder, a fin de robustecer y ejemplificar con el derecho y la justicia y con equidad redistribuyera el nivel que cada quien merece, conforme a los dictados de la Constitución.
Despoje de prebendas y beneficios indebidos a quien se ha burlado de la confianza del Estado en él y se le aplique ejemplarmente la pena correspondiente: Un patriota que aproxime nuestra realidad política y social, a la nítida jerarquía axiológica del mandato constitucional.
Pero no lo está haciendo, ha colocado en puestos a personas, a lo mejor compañeros de lucha, de su absoluta confianza, en cargo para los que no tienen la capacidad ni comprensión.
Y en muchos casos, como en el Conacyt, a jóvenes bachilleres, que además de ser ofensivo con quienes han dedicado su vida a esa vocación -no la de la lucha política- y cuyos manejos son catastróficos, en el mero apego al calendario de actividades oficiales, incumpliendo el mandato legal de sus facultades, con grave daño a la producción científica del país.