Héctor Calderón Hallal
El viejo y humilde carpintero se esmera por enésima ocasión. Renueva su fe con el nacimiento de cada sol y en la terrible soledad de sus ocasos diarios, eleva su vista al firmamento y encara a la adversidad… la reta y la maldice a veces; más no se puede rendir.
De un momento a otro la inspiración y el favor divino, permitirán al fin darle forma armónica a esa criatura… de la mejor madera, aspirando como siempre a que sea algún día de carne y hueso. Vulnerable al fragor de las batallas. Resistente a la maldad humana. Hecho con sangre, ilusiones y fé.
Será el último muñeco que haga Gepetto… ahora sí.
El viejo carpintero hará su última obra. Emplazado ya por Cronos, tiene las horas contadas para su hazaña. Vive para terminar su obra.
Sabe que tendrá un taller compartido pero sin razón social definida. Si acaso será un taller de propiedad pública, colectiva, sin colores ni falsas banderas; que no represente los intereses de unos cuantos empresarios o banqueros, sino que recoja por delante, antes que nada… los genuinos intereses de la gente.
La última experiencia del viejo Gepetto es por demás desoladora: después de haber construido cuatro muñecos esperando que alguno de ellos alcanzara la gracia de un soplo de vida y alcanzara la dimensión humana, sólo uno, el más defectuoso, el menos virtuoso y el menos agradecido de los varios que hizo, cruzó el umbral de la gracia.
Gepetto hizo un muñeco de acuerdo a los caprichos de cada uno de los cuatro diferentes grupos de poder fáctico que le hicieron pedido.
Más el único que se volvió de carne y hueso, consiguiendo además la aceptación temporal del público en general, fue un muñeco muy básico, que aunque hecho con la misma calidad de la madera de los otros tres. Gepetto es realmente democrático: utiliza solo cedro y caoba, con algunas incrustaciones de palo fierro, indefectiblemente para todas sus criaturas… esto es, la misma madera… pero usada en diferentes moldes y modelos.
El muñeco que sobrevivió es uno que tiene lo básico. Quizá por eso se identificó con él la gente: está programado con la gracia de decir simplezas y peladeces a través de una grabación a una voz chillona (“¡Tengo otros datos, tengo otros datos!”), que raya en lo cómico.
Levanta además su bracito derecho en forma de escuadra simulando “mentar la progenitora como lo hacen taxistas y camioneros” y con sus cinco deditos de la manita derecha, perfectamente doblados… hace la señal de “¡Huevos güey!”.
A esta criatura de Gepetto no le crece la nariz espontáneamente, como sucedía con los modelos muy exitosos de Gepetto, construidos por encargo también desde la década de los 30 en el siglo XX y hasta el año 2012, en que el carpintero construyó el último y el más reprochado de todos sus engendros. Gepetto dice haber roto el molde con ese mono, que causó un profundo malestar en quienes creyeron en él y lo adoptaron sin conocerlo.
Pero así es la gente; así es el mundo dice Gepetto: “A la gente le gusta lo corriente y lo defectuoso, no cabe duda” Y es que mientras materializó a este mono pelado y malagradecido, como a otro casi con las mismas características, aunque con un atributo especial, pues era modo “regio” y manco, fabricó otros dos muñecos ese mismo año, que hablaban varios idiomas a la vez, estaban diseñados con atractivos trajes-sastre italianos y calzado español; tenían conocimientos especializados en materias como la Economía, el Derecho, la Administración Pública y el liderazgo institucional en términos generales, particularmente uno que prometía ser un “trancazo” en el gusto del público, pues le faltaba un grado… una rayita digamos… para ser la “Siri” en forma de muñeco de madera.
Tenía un conocimiento enciclopédico y estaba diseñado para el manejo de las grandes crisis institucionales. Le faltó ese soplo de la gracia que concitara el favor del público. Se le quedaron pues en el estantero al carpintero, tanto ese su mejor producto, como otro muy parecido aunque de dimensiones ligeramente más pequeñas… y el otro diseño tipo bronco.
Pero ese soplo de gracia no es otra cosa que algo que sí tenía el mono que se “personificó”, detalle que por cierto Gepetto descubrió recientemente: era un mono “con causa”.
De nada sirve fabricar un muñeco espectacular, pretensiosamente perfeccionista o grandilocuente, si no representa el interés del público.
De nada sirve… si en él no se ve identificado el conglomerado social. Al muñeco estrella de 2018 le faltó “causa social”.
Y aunque el creador de los cuatro es el mismo Gepetto y su taller siempre estuvo ubicado en el cruce de Insurgentes y Violeta, en Buenavista, él es el responsable de la victoria del modelo “rabioso y con rencor social”.
Gepetto lo dotó –sin proponérselo- de esa característica que le da identificación con el público.
Representa al ciudadano inconforme, genuinamente enfadado, con limitaciones de todo tipo, sobre todo económicas y culturales, más preocupado por la inmediatez que por el mediano plazo.
Resignado a no volver a soñar en un futuro mejor para él ni para sus descendientes… el mexicano del “ya merito”; del cuarto lugar perpetuo en el podio. Que ya olvidó incluso qué se siente soñar despierto. Que ya se acostumbró también a ser segregado en algunos grandes y exclusivos centros comerciales por su condición económico-social… y -¡atención!- desarrolla y propaga rápidamente un peligroso complejo por la condicionante racial, un aspecto por muchos años desterrado en ese país donde vive Gepetto.
El público consumidor de Gepetto se siente segregado, ignorado, agraviado… y hasta odiado por algunos sectores de población minoritaria dominante, económicamente hablando.
El taller del carpintero no se ubica ya en el cruce de Insurgentes y Violeta; ni estará en el cruce de avenida Coyoacán y José María Rico; ni en la calle Benjamín Franklin… mucho menos en la calle de Chihuahua.
Gepetto deberá llevarse sus fierros para trabajar en el umbral de un hospital público Covid, para nutrirse del dolor ajeno y reconocer que su prodigioso y descontinuado modelo “Pinocho” del pasado, tuvo un gran atributo que lo salvó y lleno la vida del carpintero de amor y de esperanza: la conmiseración.
O quizá Gepetto tenga que irse a un crucero citadino; o quizá a un centro de atención a la drogadicción; o a un campo pesquero para ver las carencias por las que atraviesan trabajadores (padres de familia) en una actividad sin fortuna cada día que pasa… y sin apoyos gubernamentales.
O quizá deba irse a un campo agrícola o con un grupo de migrantes que intenta pasar del otro lado de la frontera, para que recoja los “polvos mágicos” y dote a su criatura de la sensibilidad mínima suficiente de la malograda vida de muchos compatriotas que viven al límite de sus fuerzas en cada acto de sus vidas, buscando sobrevivir a un sistema cada vez más anegado, donde la mano de obra no tiene valor y cada vez se vive peor, en una sociedad no solo polarizada, sino segregada con crueldad y que implanta con rudeza las diferencias de clase.
Porque el pobre que se rebela contra un sistema económico, no es más que un “aspiracionista que se frustra”, que choca contra una resistencia que no le permite avanzar en su sueño de permeabilidad social, que lo segrega, lo agravia, lo lastima a diario.
El reto de construir una oposición técnicamente capaz, pero popularmente aceptada
La parodia del carpintero Gepetto, personaje del cuento italiano “Pinocho”, bien puede adaptarse a la necesidad que tienen los ciudadanos interesados en oponer una resistencia al actual gobierno y sus políticas públicas.
Del partidio que sean, coaligados o no, es el momento de ir delineando una plataforma ideológica de el o los probables abanderados.
De entrada, se ocupa un perfil preparado profesionalmente, sin duda… pero también deberá ser un individuo –más que carismático y retórico-, un hombre con notable identidad con la sociedad en general, de todos los estratos socioeconómicos de México.
Se ha insisitido –y ahí ha estribado el error quizá-, en que los candidatos del PRI y del PAN por ejemplo, deben ser estrictamente portentos tecnocráticos. De acuerdo, pero deben tener un alto componente también de identificación popular; sin demagogia ni simulaciones; de buena y reconocida fama pública.
Ya – y a muy buena hora- se empiezan a delinear perfiles y nombres en algunos partidos como el PRI: Enrique De la Madrid, José Ángel Gurría y hasta un José Antonio Meade, de nuevo.
A buena hora porque ya el presidente López Obrador “abrió el juego sucesorio”
En los tres casos priístas me permito –sin que nadie lo haya pedido- volcar una pequeña crítica: Les falta el criterio de la identificación popular… una causa social.
¿Será tan difícil entenderlo?
Enrique De la Madrid Cordero, hace aproximadamente un mes reconoció sus aspiraciones de “ser opción” en una eventual alianza opositora a Morena.
Notable actitud del exsecretario de Turismo.
El caso de José Ángel Gurría, brillantísimo economista, políglota y orgullo académico de México, aunque merece también mención especial y es un gran precandidato, debe también contemplar al allegarse de un ropaje más popular y más político, también, hay que decirlo.
Su solo historial académico, por impresionante y extenso que sea, no será suficiente si va a competir para ganar.
Este jueves 12, mañana, estará José Ángel Gurría en un evento tipo conferencia magistral con jóvenes “nuevos líderes”, organizado por el Tecnológico de Monterrey. Oportunidad inmejorable para ver cómo se acerca a México el exsecretario general de la OCDE.
Sin duda, De la Madrid, Gurría y el propio Meade Kuribreña –de quien analizaremos en próxima entrega- son ya los activos con los que el PRI y consecuentemente la eventual alianza opositora a la 4 T, se propone recuperar el poder perdido en 2024.
Autor: Héctor Calderón Hallal
Twitter: @pequenialdo