Victor Roccas.
“La confianza social y política absoluta es paso a la total perdida de libertad, pues supone extinguir razón, consciencia y crítica ante la fe y la esperanza” -V. Roccas.
Uno de los grandes despropósitos de nuestra falsa democracia representativa es sin duda el delegar en otros prácticamente todo propósito social, por ello el termino “representativa” es relevante pues además de todas los embustes y embutes que rigen a la falaz democracia que nos dispensa la politiquería mexicana, esta se encubre y justifica en la ridícula potestad de los más corruptos para incluso reformar y emitir leyes que invariablemente les protegen y facilitan actos de impunidad creándose así un real círculo vicioso.
Círculo vicioso que ha crecido, se ha profundizado en la psique del mexicano, no consideraré a otras nacionalidades puesto que es mejor circunscribirnos por el momento en lo que nos afecta y retrae a una identidad social íntima y propia.
Pero esta particularidad o identidad del mexicano no es un hecho de generación espontánea, es realmente un proceso de siglos de adoctrinamiento, que incluso se extiende a la época prehispánica donde las clases sociales como hoy a más de 500 años existían y existen en una convivencia de discriminación y racismo, poder y sumisión, que ningún historiador puede negar.
Por ello la importancia del razonamiento y las ideas, del conocimiento emanado de la consciencia y del aprendizaje propio que realmente es la única libertad posible, la libertad de pensamiento.
Pero permita el amable lector una pequeña pausa; Encuentro frecuentemente la opinión popular inclinada al considerar que todo pensamiento puede y debe ser objeto de libertad lo cual en esencia, como premisa, es correcto pero profundizando en ello, tal consideración es totalmente estéril, inútil incluso llegando a reflejar un trastorno mismo del pensamiento. Entonces si las ideas carecen de un fundamento estructurado, desarrollado y crítico resultarán simplemente en expresiones casi instintivas, de índole visceral, vulgar, enturbiado (pensamiento intrusivo), y por tanto llevadas al campo de la libertad solo alcanzarán a expresar y representar libertinaje, perturbación y decadencia.
Me excuso entonces por desviar un poco el propósito de mis letras en principio, que es entender el porqué seguimos sujetos y sumisos ante un sistema que no admite ni resguarda de forma alguna el ejercicio de una voluntad individual y consciente dispensada al bienestar social, mucho menos de una libertad de pensamiento correctamente cimentado, pues como pueblo hemos aprendido a obedecer normas que predisponen a cada uno en un sitio social, asignado en un escalafón indignante por otros que sustentan su poder sobre el mérito que ellos si disfrutan por sobre nuestra servil y conformista ignorancia.
Por ello siempre he sostenido que la real discriminación social es entre conscientes e inconscientes, toda segregación restante es instrumento de control emanado del sistema perfectamente calibrado para crear servilismo y postración.
E inicia desde los albores de la humanidad cuando la incertidumbre a lo desconocido se forjó en el terror a un dios, cuando el pensamiento del hombre ancestral derivó en la manipulación de lo evidentemente incontrolable de un entorno salvaje, agreste al entramado de un supuesto juicio divino solo asequible por algunos privilegiados y consentidos de aquella deidad, con ello nace la fe, no solo en un dios sino en sus emisarios y representantes, se origina la esperanza pues en la fe se resguarda el anhelo de un beneficio ulterior y el perdón a una carga auto-impuesta de castigo, responsabilidad, obligación y derecho exculpatorio (base ideológica del neoliberalismo) así principia el dominio de la consciencia y voluntad ya no solo por la capacidad física y de adaptación sino al delegar razón a la fe, esperanza y mérito.
Desde aquel remoto momento que se invocó la creencia (del latín credere: poner confianza en; y del indoeuropeo kerd: corazón y dhé: poner en, poner el corazón en.) hasta hoy el ser humano ha preferido un pacto social delegando todo a la voluntad e intelecto de otros, el hombre creyente se ha vuelto más perezoso, inconsciente, ignorante y apático, el hombre actual delega su ignorancia en la esperanza, su consciencia en la fe, su criterio en los dogmas, su moral en la religión, su ética en las normas, su aprendizaje en la educación, su desarrollo en la competitividad, su libertad en las leyes, su política en la demagogia, su miedo en la obediencia, su responsabilidad en un contrato, su obligación en promesa, sus derechos en el mérito, su realidad en la verdad, etc.
No en balde seguimos y seguiremos abrevando de un sistema llamado de representatividad, pues justamente por carecer de capacidad, conocimiento e información real se prefiere delegar en otros nuestra responsabilidad en el supuesto de un acto ¡altamente! cívico llamado sufragio, lo cual es una total y completa estupidez pues ni al menos existe una posibilidad de medir anticipadamente la capacidad de quien representa a un pueblo, la misma acción de delegar exige un conocimiento previo de lo que será cedido a otro y es más que evidente que el pueblo “bueno y sabio” no conoce ni al menos acepta su propia realidad.
Ya solo entender que delegar es nombrar a otro para actuar en nombre propio, ceder facultad, poder, y responsabilidad bajo juramento o contrato, es decir una “carta poder” firmada en blanco es para erizar la piel a cualquiera, sin embargo así hemos acostumbrado delegar el poder a gobernantes por casi un siglo y así hemos pagado semejante pendejez.
Si un empresario delegara puestos sin conocer a profundidad la labor requerida estaría condenando a su empresa al quebranto seguro e inmediato. Es por ello que el alto empresariado en México delega con mucho cuidado y esmero a quienes representarán sus intereses en el gobierno.
Empero el pueblo delega el poder en un individuo bajo el absurdo de la fe cuando delegar el poder de un gobierno a un individuo se debería establecer bajo un marco jurídico que le obliga a ejercer el deber con el poder cedido y nunca ejercer el poder como deber, y ante esa fe se evade el marco jurisprudencial, normativo que se rige por una Constitución tan balaceada como la Alhóndiga de Granaditas, afortunadamente aún resta la obligada observancia de una Declaratoria de Derechos Humanos aún integra y clara cobijada por el primer articulo constitucional. Pero lo anterior es campo desconocido para la gran mayoría que vota, y no solo eso, quienes controlan el poder han marginado o distraído este conocimiento y su entendimiento a voluntad llegando al extremo de modificar la misma Constitución dejándole más parecido a contratos de servicios de empresas de seguros.
En tanto, justificar acciones políticas contraviniendo no solo la Constitución sino los derechos humanos y sacrificando el deber a la sociedad ¡Toda! en aras de popularidad electoral y además argumentando con cinismo un “¿Y yo porqué?” de Fox, o “Haiga sido como haiga sido“ de Calderón o un “¿Qué hubieran hecho ustedes?” de Peña Nieto o “¡Yo no sabía!” de López Obrador, cualquiera inaceptable para una ciudadanía informada y consciente, sin embargo para en un pueblo pendejo significó y significa la inmediata exculpación y resignación ante el rigor de la fe, esperanza y el fanatismo.
-V. Roccas.