Héctor Calderón Hallal
El padre es uno y la madre es otra. Ni duda cabe.
Cada uno tiene un rol muy específico e insustituible; único.
No existe la mínima pugna entre cada competencia; entre cada rol de vida.
En la relación filial de padre e hijo, es la crianza su entelequia; en la de una madre y su vástago, la sagrada y milagrosa función-proceso de concebir, gestar, parir, criar y amarlo hasta que duela, toda una vida, es la espina sinóptica que la define.
Pero tan significativa una como la otra.
Es de hecho en ambas una relación biunívoca con los hijos, que se debe corresponder y complementar entre ambas figuras de autoridad, en ambos sentidos…sólo que inversamente proporcional.
Mientras que el(la) hijo(a) para la madre es motivo de un deliberado orgullo ante el resto de la comunidad solo digno de la presunción, por motivaciones incipientes o virtudes que solo la madre ve incluso… para el padre un hijo(a) es, aunque él no quiera, la personificación de sus propios errores, la repetición de sus pecados tan largamente indeseados, lo que le genera la urgente necesidad de abrir una especie de registro de todo lo que habrá de corregir en ese nuevo ser, a fin de que sea alguien mejor que lo que él mismo fue.
Por encima del amor a sí mismo, se despoja de su propio ego y se empieza “a dar” al hijo, pieza por pieza, en un sacrificio permanente y que no conoce tampoco el dolor, ni los límites.
Y el progenitor se vuelve un almacén de secretos y de conocimientos sobre el hijo, que sólo podrán ser comprendidos por este una vez que indefectiblemente haya vivido su propia vida. Es hasta entonces cuando reconoce la labor exacta del padre… y de la madre, en esa complicidad integrada, en ese trabajo conjunto, quirúrgico, de administrar el amor y marcarle el camino correcto a ese nuevo individuo.
Viene a cuento lo anterior, a fin de explicar la idea central del texto, alusiva a la relación entre el Reino de España y los Estados Unidos Mexicanos, en los últimos días.
Y es que la relación entre ambas naciones sólo se explica por el vínculo histórico, asimilable a uno que es, definitivamente y por mucho, filial.
Hasta el cansancio hemos escuchado hipótesis y explicaciones sobre lo anterior, más no lo suficiente para adecuarlo al más reciente hecho que motivó ya que la propia misión diplomática de España en nuestro país, haya intercedido para corregir a algunos actores políticos, que claman por ver correr sangre al río de la confusión, para ‘justificar’ aún más, el porqué ‘el hijo debe pelear con el padre… y renegar de él’.
Pretextos todos pues, para abonarle a ese odio incipientemente explicado que muchos pseudointelectuales, neo ‘chauvinistas’ y latinoamericanistas, pretenden reorientar hacia España, hacia lo español, hacia ese período de la historia en que fuimos un virreinato español, hacia la fe que nos fue ‘impuesta’ y en general hacia todo el orden en que se ha concatenado el estudio de la historia mexicana.
España ha sido pues, madre y padre de la patria mexicana; les guste o no a los detractores de este axioma.
Fue madre con los asegunes que gusten y manden, desde la famosa “Guerra de Conquista”, hasta 1821, en la Consumación de su Independencia, en que el bebé tuvo que aprender a caminar ‘solito’ y a conseguirse su propio alimento ese nuevo y desvalido país, frente al acecho permanente del pirata despiadado que robaba con la bendición de los monarcas ingleses u holandeses, ambos enemigos acérrimos de España y lo español… incluyendo ‘el negocio de la fe’, hay que decirlo con todas sus letras y siendo en esencia esto último, el combustible que aviva la hoguera desde entonces, de las diferencias que España tuvo con ingleses, holandeses, escandinavos y los entonces países emergentes (nuevos), como nuestro entonces ‘inofensivo’ vecinito del norte que, con el paso de los años se convirtió en nuestra principal amenaza y presión, por nuestras diferencias esenciales, hasta en temas tan aparentemente intrascendentes como la forma en que concebimos “el progreso material, el capital financiero y su interés, el trabajo… y los servicios religiosos”.
Sí, ni México ni España se forjó o desarrolló –respectivamente- en la nueva religión inspirada por el ascetismo cristiano alcanzado por el “Luteranismo” ni las nuevas formas de asociación religiosa en europa occidental.
España siguió siendo fiel a la iglesia católica romana, al igual que en su mayoría otros países de Europa como Francia y la propia Italia.
México es hijo de esa determinación y de esa historia. No lo puede negar … ni cambiar.
México es hijo de España.
España ha sido también el padre sufrido y callado que ha visto como le han arrancado al joven hijo emancipado en los albores del siglo XIX, parte de su territorio y parte de su esencia napoleónica, con el desarrollo de ese mismo siglo.
Ha guardado en su corazón con tristeza las ofensas recibidas de los ‘nuevos países ricos’, como el propio Estados Unidos, que influenció por afanes expansionistas a movimientos independentistas en los demás virreinatos españoles alo largo del propio siglo XIX y, ya en el siglo XX, a inicios, fue capaz de retar a España, la ‘otrora reina de los mares’ y arrebatarle Cuba de su dominio.
Sin duda España debe haber valorado a lo largo del tiempo sus errores y básicamente uno; que no fue capaz de modernizarse, de adecuarse a las nuevas formas de lucha por el mercado entre las naciones, porque en los dos últimos siglos, la expansión comercial, aunada a la modernización tecnológica, han sido el tema neurálgico para explicar el auge y la crisis de los países.
Y como padre leal al hijo, España sabe cuáles han sido los errores y limitaciones de México y aún en su senectud, desea que el vigoroso México, no cometa sus mismos errores. España desea –desde el siglo pasado- que México y todo el subcontinente hispanoamericano, siga consolidándose como un conjunto de naciones libres, democráticas y desarrolladas, tal y como lo concibió en alguno de sus memorables discursos, el ´Maestro de América’, el mexicano José Vasconcelos, al hablar de su idea de la América hipanoparlante.
México no puede ni debe, convertirse en aquella España aberrante que apoyó en la primera mitad del siglo pasado al nacionalsocialismo de Adolfo Hitler.
Ni debe seguir la ruta de la xenofobia, el clasismo o el racismo solapado por el régimen de Francisco Franco.
Tan reconoce España eso, que ha agradecido reiteradamente que las fuerzas del universo hayan conspirado para que nuestro país fuese un refugio seguro de toda una pléyade de intelectuales, emprendedores, artistas y hombres de bien, todos de ideología liberal, antifranquista.
Que llegaron a México para aportar significativamente en todos los rubros del quehacer económico, social e intelectual de nuestro país y continente.
México, definitivamente no puede concebir ni como opción electoral, la presencia de la xenofobia, el clasismo o el racismo, en el discurso de quien aspire a gobernar este país, que se dice liberal, democrático y republicano.
Por eso la firma de una carta compromiso, firmada erráticamente por el ala conservadora del Partido Acción Nacional, con el partido VOX español. Digno de todo nuestro respeto –hay que decirlo también- no fue una buena idea, de frente a la lucha encarnizada que ya se presenta en el plano ideológico electoral en México.
Y es que el PAN hasta hace unos días, fue lo más parecido a una alternativa que podría disputarle el poder a Morena, el partido dominante actualmente en el espectro político nacional… pero este ‘affaire’ lo derrumbó.
España quiere para México un mejor destino que el propio incluso. Despojado de egoísmos y etnocentrismos, muy seguramente.
Como ese padre desea silenciosa y fervientemente, que su hijo supere sus propios límites, sus propias ataduras, sus propios complejos, sus propios miedos.
Porque la paternidad es una forma de reencontrarse con ese niño que se fue… reencontrarse con el origen y disponer de una nueva oportunidad.
La paternidad es apreciar lo que tus padres o tus mayores hicieron por uno.
Ser padre es reconocer que toda evolución que valga la pena se hace de forma lenta y continua.
Porque la paternidad es también comprender que el amor es mucho más de lo que se puede expresar con palabras, sean cortesanas u ofensivas, alienten o hieran.
Porque ser padre es sacrificar mucho sin importar lo que pierdes, porque ganas siempre. Un padre es capaz de lanzarse al vacío y nacer en la caída mucho más fuerte y con alas.
Ser padre es mirar a los ojos a la vida y sonreírle; viendo al mundo como un espejo que refleja lo que tú le das. Es sentirse vulnerable, tener miedo y confirmar que ya no importa el obstáculo, porque no tienes más opción que hacerlo bien y en ese momento, descubrir que se puede con todo lo que venga.
Ser padre es el amor viviendo en uno.
México es el gran país que debe reencontrarse con todas sus raíces y sentirse orgulloso de ellas… sin excepción.
Incluyendo por supuesto, su origen español.
Autor: Héctor Calderón Hallal
Twitter: @pequenialdo