RELATO
Todo, absolutamente todo, había sido creado por él; o eso era lo que decía aquel libro llamado “La Biblia”, el cual había sido escrito por un montón de imbéciles, a propia petición suya.
Aquel misántropo era al mismo tiempo “creador y destructor”, pero de esto jamás nunca nadie se había dado cuenta. Porque le amaban tanto que, de manera irónica, todo lo malo también venía siendo parte de “su voluntad divina”, o de su plan.
Un misántropo era aquel, quien desde su escondite llamado “el cielo” mandaba desgracias, enfermedades y catástrofes a sus hijos los humanos, quienes en lo absoluto se atrevían a revelarse contra él, y mucho menos odiarlo.
Aunque, a decir verdad, algunas veces sí llegaba a suceder que alguna personita, en medio de su dolor e ira, se atrevía a vociferar frases como “¡Te odio, dios!”, y etcétera. Pero esto anterior solamente sucedía en unas historias que se llamaban “películas”.
Aquel misántropo que gobernaba y manipulaba desde lo alto a sus miles de millones de títeres, nunca se cansaba de hacerlos infelices. Jugar con ellos, vaya que si le divertía sobremanera. Y lo mejor de todo era que esos pequeños seres, en vez de odiarlo, siempre terminaban amándole y rezándole un montón de cosas.
Sus creaciones llamados “Humanos” eran ciegos y sordos, aunque no literalmente hablando, sino que en un sentido metafórico. ¡Nunca podían ver más allá de lo que sus ojos se los permitían, y tampoco podían escuchar más allá de lo que sus oídos se los permitían! ¡Ni qué decir de pensar y razonar! Si por alguna razón increíble lograban hacer una de estas dos últimas cosas, entonces eran llamados “herejes o pecadores”
¡Nunca nadie jamás se había cuestionado los actos de aquel misántropo! Porque entonces le tenían mucho miedo. Temían tanto traicionarle con un poco de razonamiento, y después ser enviados enseguida “al infierno”. Infierno: una fantasía que a algún idiota se la había ocurrido inventar, para así infundir más y más terror a los de ya por sí aterrados seres humanos.
Aquel misántropo era todo, menos lo que sus creaciones creían que era: un ser bueno y bondadoso. Pero ellos siempre seguirían creyendo todo lo contrario, que aquel era todo misericordioso y que siempre terminaba por perdonarlo todo y a todos.
Y mientras siguiese existiendo esa cosa llamada “vida, aquel misántropo seguiría divirtiéndose a sus anchas, mandando desgracias, enfermedades y catástrofes de todo tipo a sus muñecos los humanos. Mientras existiese la vida, aquel misántropo jamás dejaría de ser alabado y ensalzado por sus miles de “followers”, quienes, como si de una red dis-social se tratase, ¡siempre le darían “likes” a todos sus actos!, pero sobre todo a los malos, ya que según ellos, esto no venía siendo más que “una prueba de aguante” que aquel su ser divino y bondadoso les enviaba desde lo alto, desde su escondite llamado “el cielo”.
“Su amor es infinito”, dirían siempre aquellos títeres, sin lograr, por supuesto, llegar al verdadero significado de esta frase, la cual no era más que: “SU ODIO ES INFINITO”
Y aquel misántropo seguiría gozando hacer sufrir a aquellos pequeños muñecos de carne y hueso. Desde su escondite seguiría gozando como nadie más el destruir a sus fieles seguidores. Y éstos, por más cosas males que él les diese a padecer, jamás dejarían de amarlo. Y el misántropo jamás sería descubierto. Su verdadera esencia de un creador que odiaba a sus creaciones, seguiría estando a salvo, por los siglos de los siglos, en su mente infinita.
Anthony Smart
Septiembre/12/2021