* Es tiempo de que asumamos la responsabilidad de las consecuencias de no haber querido darle un rostro secular a la Patria, porque nos convierte, de entrada, en una nación sin identidad
Para Carmen Estopier y Severo López Mestre
Gregorio Ortega Molina
¿Cómo y por qué se llegó a la decisión de crear los libros de texto gratuitos? ¿Fue a propuesta de Jaime Torres Bodet? Difícil de encontrar el nombre del responsable y saber, con precisión, qué lo motivó en el fondo.
Supongo, dado el estilo de gobierno y el privilegio de mandar, al margen de la educación adquirida en los hogares, que el secretario de Educación Pública conversó, en privado, con cada uno de los autores de las primeras portadas de los textos gratuitos. Seguramente se habló de los temas, de la libertad de hacerlo como su pericia e imaginación les respondieran.
No es difícil imaginar que la charla con Jorge González Camarena fue más larga, y quizá requirió dos o tres encuentros debido al tema: la Patria. ¿Evocaron a Ramón López Velarde? ¿Refirieron a la Virgen de Guadalupe? Casi puedo asegurar que hablaron de Mariana y la revolución francesa, la identidad nacional y el sentido (¿o sinsentido?) de la Patria en nuestras vidas y en la de los educandos, los futuros mexicanos.
Allí estuvo y está el rostro de nuestra identidad nacional, pero ¿qué detuvo a Adolfo López Mateos y Jaime Torres Bodet? ¿Qué Victoria Dorantes (mestiza y hermosa) era tlaxcalteca, de la raza de los aliados a Cortés? No lo creo, tengo la certeza de que fue un embate eclesial, de los obispos mexicanos, pues esa imagen de la Patria todavía está destinada a sustituir, en el imaginario secular colectivo, la veneración a la guadalupana. Equivale a la figura religiosa vestida de civil.
Ahí está la certera observación de Emilio Uranga, dejada como constancia de lo que somos y nos negamos a dejar de ser: “En un desesperado gesto se ha venido diciendo que lo que importa al fin de cuentas no es conocernos, sino transformarnos, que la tarea reside en alterar nuestro modo de ser y no en iluminarlo mediante la reflexión. Se quiere el cambio a ciegas, el placer en la oscuridad. Pero lo que a ciegas cambia no cambia, sino que sigue siendo la misma opacidad que precedió el incentivo. Muchos quisieran vernos transformados sin que nuestra conciencia tomara registro alguno de esa metamorfosis”.
Tuvimos la oportunidad, porque al dar un rostro a la Patria, distinto a los veneros de petróleo, a las pirámides, al “indio” con sombrero y recargado en un árbol… nos proporcionaríamos una imagen de nosotros mismos, una idea tangible de nuestras aspiraciones como país y de nuestro proyecto de nación, pero decidimos darle la espalda para reflejarnos en una emotiva identidad propuesta por los administradores de la fe, lejana de la fidelidad del gobierno de los hombres.
Le “sacateamos” a la metamorfosis referida por Uranga y recuperada para nosotros por José Manuel Cuéllar Moreno. Es tiempo de que asumamos la responsabilidad de las consecuencias de no haber querido darle un rostro secular a la Patria, porque nos convierte, de entrada, en una nación sin identidad.
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