Luis Farías Mackey
A pesar de nuestras diferencias, la VI Cumbre de la CELAC fue todo un éxito, farfulló más o menos un abollado Marcelo Ebrard.
En el argumento-excusa de su mensaje encuentro la clave de la interpretación más consistente del juego de espejos que atestiguamos el fin de semana pasado, desde donde hoy se pretende aherrojar el palpitar mismo de la Nación: el Salón Tesorería, con motivo de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
La interpretación es de mi dilecto amigo, Osiris Cantú, y aquí se las comparto.
La creación de la CELAC fue planteada en febrero de 2010 en Playa del Carmen, Quintana Roo, México, por Felipe Calderón, entonces presidente. Se constituye en diciembre de 2011 en Caracas, Venezuela, bajo la presidencia de Hugo Chavez. Su primera cumbre se celebra en Chile en enero del 2014, con Sebastían Piñera al frente y su segunda en la Habana, Cuba, en enero de 2014, bajo la batuta de Raúl Castro.
Rebobinemos para dimensionar nuestro punto: ¡Calderón, Chavez, Piñera y Castro! ¿Cuál podría ser el espíritu de un organismo concitado y fraguado por personajes tan antónimos? No otro que la integración y desarrollo de las naciones de la América Latina y del Caribe sin importar disimilitudes.
Regresemos a Ebrard: ¿a pesar de nuestras diferencias? Si la CELAC no se creó para limar contradicciones, sino para ¡unirlas sin demérito! Jamás nadie en su seno ha proclamado el pensamiento único y la indeferenciación.
No es a pesar de diferencias, sino gracia a ellas, que se reúnen y pueden —en el reconocimiento y respeto de sus incompatibilidades— ver al mundo por los intereses de la región con independencia y respeto a las disparidades a su interior.
Luego entonces, razonar como un triunfo que, a pesar de las diversidades implícitas, los miembros de la Comunidad de Estados se reunieron y ello, en sí mismo, sea todo un éxito, es un despropósito, únicamente superado por el descalabró que todos atestiguamos en su seno el sábado 18 de septiembre.
Pero es precisamente que para Ebrard y su jefe la VI Cumbre de la CELAC haya sido todo un éxito lo que llama a atención. ¡Cuidado con estos maestros del embuste!
Nadie que haya avistado la reunión podría sostener triunfo alguno: la mitad de sus miembros ausentes, desencuentros en su seno que no hallaron la conducción ni el procesamiento propios de este tipo de reuniones; abandono aireado y adelantado de asistentes al evento y ausencia de logro rescatable.
Esta Cumbre, además, es la única de la que se tenga memoria de una presidencia florero, cuya conducción haya quedado a cargo de un subalterno sin la autoridad ni legitimidad para conducir el barco —como quedó demostrado— en caso de tormenta.
López Obrador es un hombre limitado y hecho a monólogos y ambientes controlados, ajenos a toda deliberación, procesamiento y construcción de acuerdos propios de cuerpos colegiados. Hecho a interlocutores de la catadura de Lord Molécula y a la felona fauna de las mañaneras, se concretó a leer un discurso inaugural, de suyo contradictorio, y se sumió en las antípodas a su incontinente verborrea, en una sórdida y oscura presencia de la que asistentes, medios y fotografías dieron cuenta.
Ebrard, por su parte, carecía de credenciales para, como canciller, llamar al orden a presidentes e invitarlos a ajustarse a la agenda de la reunión y al espíritu de la CELAC.
López abrió así la Cumbre: “La CELAC, en estos tiempos, puede convertirse en el principal instrumento para (…) alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías; es decir, construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la Comunidad Económica que dio origen a la actual Unión Europea”.
El propósito pudiese ser encomiable, más no el instrumento y menos la ocasión. La CELAC se crea, precisamente, para dar entidad y voz a la región latinoamericana y caribeña, incluso y primigeniamente, de cara a ¡Estados Unidos y Canadá!
Repito, bienvenida una organización remozada de Estados Americanos, pero ello no pudiera ser objeto de la instancia que tiene por desiderátum dar cara y voz a sus regiones latina y caribeña.
Proponerlo en su discurso inaugural fue mentar la soga en la casa del ahorcado. De allí la torpe defensa que de la CELAC intentó un limitado Maduro, mencionando sin luces ni explicitación la figura fundacional de Calderón a la cara de su más colérico enemigo.
Vayamos ahora al contexto inmediato a la reunión —laboriosa y perversamente orquestado: Dos días antes, en un festejo de carácter eminentemente nacional, se invita con distinción a calzador al mandatario cubano, inmerso en una tormenta global por sus acciones en contra de los Derechos Humanos de sus ciudadanos y se aprovecha el capítulo discursivo sobre los héroes que nos dieron patria y libertad, para exigir a Estados Unidos el levantamiento de un poroso bloqueo. Y horas antes del evento, ya con todos los jefes de Estado previa y protocolariamente confirmados y debidamente hospedados en sus respectivos hoteles, la llegada por la puerta trasera, a las altas horas de la noche, fuera de todo aviso y etiqueta, de Nicolás Maduro, de quien se había avisado no asistiría al evento y cuya presencia vino a disrrumpir los protocolos y preacuerdos alcanzados.
Luego un discurso inaugural a contrapelo del espíritu fundador del organismo, su conducción a tras mano —sólo faltó que López Obrador se fuera de gira y se incomunicará, como suele hacerlo— dejando al frente a Ebrard y, finalmente, su mutismo ante eventos que, siendo propios de cuerpos colegiados, debieron haberse atajado con prudencia y diplomacia por el responsable de conducir personalmente la Cumbre. Encerrado éste en el mutismo y la automarginación, aquella se extravió en agenda, espíritu, aliento y propósito.
Y aquí la hipótesis de Osiris Cantú: Ebrad canta el éxito de la ocasión porque el descarrilamiento de la CELAC era precisamente lo que in péctore buscaban López y el canciller: escindirla, hacerla Babel e imposible, para —en palabras del propio López Obrador— alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá dentro de su seno. Es decir, desnaturalizarla.
De ser cierto, se acreditaría, una vez más, el lacayismo de López para con Estados Unidos.
¿A quién le puede convenir más que los Estados latinoamericanos y caribeños extremen sus diferencias y abdiquen de una intermediación común y consolidada ante el mundo? A Estados Unidos.
Por eso el otro gran mutismo: ¡el de Biden!
Cierto o falso, la resultante es que nadie ha dañado tanto a la CELAC como López Obrador y Ebrad lo hicieron la semana pasada.
Va costar mucho más restañar las heridas al interior de la CELAC, que lo que costó su creación.
López Obrador, incapaz de crear algo positivo, consistente y duradero, es, por el contrario, experto en derruir instituciones, imposibilitar interlocuciones, entorpecer destinos, simular cruzadas y malversar propósitos.