Como en los mejores días de la Guerra Fría (1945-1989), las relaciones entre Moscú y Washington se tornan más gélidas y ríspidas por el caso de Edward Snowden.
Héroe para muchos, entre quienes se encuentran los seguidores de Julián Asange el papá de los wikileaks. Villano para otros, los conservadores, reaccionarios, nacionalistas y simpatizantes de las medidas severas de seguridad.
Snowden, apodado el “jilguero” por cantar verdades inconfesables, que han puesto en jaque a las agencias de inteligencia de los Estados Unidos, al desvelar la invasión a la privacidad de los contribuyentes mediante sistemas de espionaje, programas secretos de espionaje telefónico y por Internet, muchos con alcance mundial.
El colaborador de la NSA, la agencia de seguridad por sus siglas en inglés, debió escapar de Hong Kong para evitar ser repatriado a los Estados Unidos. Eligió Moscú como primer puerto en la ruta al Ecuador a donde solicitó asilo político.
La saga de Snowden resulta paradójica. Si bien, cuando ocurrió el atentado en la pista del maratón de Boston el 15 de abril pasado, Rusia de inmediato colaboró con el gobierno de los Estados Unidos para esclarecer los antecedentes de los sospechosos.
Ahora y en éste sensible caso, el presidente Putin se lava las manos respecto del jilguero Snowden, arguyendo que el sujeto al encontrarse en la zona de tránsito del aeropuerto Internacional de Moscú-Sheremétievo, es neutral y por tanto, no ha pisado suelo ruso. Además de no existir tratado de extradición entre los dos países.
Sin duda Putin, juega un doble juego al poner en jaque a la diplomacia con los Estados Unidos por un caso internacional delicado de más, y por las implicaciones que conlleva la negativa de solución. Sin descontar, las reales de seguridad nacional y, orillar a la primera potencia mundial a tomar nota de la falta de colaboración para cobrarla después.
Putin considera que con la afrenta, atenuará la posición de occidente respecto a su protegido a ultranza, el dictador de Siria Bashar Al-Assad. Se prevé que el gran perdedor en el mediano plazo será el presidente de Rusia. Quien sin duda, de haber sido el agravio de Snowden contra de su gobierno, la zona de tránsito del aeropuerto moscovita nunca habría existido para detener sin clemencia al jilguero.
Esa es la reciprocidad diplomática de Putin y el apego al derecho internacional a conveniencia. Quien hoy, gobierna con solo el 20 por ciento de popularidad, en relación al 78 por ciento durante su primera gestión.
Vladimir Putin en su tozudez por el poder, y deseo a ser el hombre fuerte de Rusia, vive la amargura de la animadversión de su propio pueblo, el que alguna vez lo glorificó, hoy lo repudia.
Esta historia no promete un final feliz…