La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Y no refuten, porque también la Inquisición fue santa
No cabe duda, poco queda de aquel Alejandro Solalinde, sacerdote y activista que, desde el sureste mexicano, defendía la causa de los migrantes, aunque pusiera en riesgo su vida.
Contrario a lo que dictan las leyes electorales y el derecho canónico, al cura le ha dado por meterse de lleno en la ‘grilla’ y sus posturas rayan en la abyección, incluso, le quitó la corona a otro inefable: Antonio Attolini.
El súmmum de su insensatez lo descubrimos el domingo, cuando en una entrevista otorgada a El Universal, señaló lo siguiente: “Está siguiendo las enseñanzas de Jesús. Por eso, veo en Andrés Manuel rasgos muy importantes de santidad. Qué lástima que no lo valoren”.
Lo anterior es inexplicable, porque el señor Solalinde estudio teología y, suponemos, ha leído en innumerables ocasiones la Biblia, por lo tanto, debe tener claro, que el acto más trascedente de alguien que cree en Dios, más allá de si tiene o no rasgos de santidad, es el amor al prójimo, sin importar si es comerciante, recaudador de impuestos o enemigo.
En este sentido, en ‘las mañaneras’, AMLO se la pasa ultrajando a sus adversarios, sembrando cizaña y, por si fuera poco, su característica principal es la vanagloria.
El tabasqueño no es Gandhi, Mandela o un futuro candidato a la canonización, es un hombre que ha mantenido una tenaz lucha política en contra de las perversiones del sistema, no obstante, ya en el poder, ha sido víctima de su exacerbada soberbia.
Ni hablar, los migrantes resienten la lejanía de su otrora defensor y al Tlatoani, en nada lo beneficia contar con un capellán travestido de cortesano. La otra, sería indagar si el vino de consagrar ya aumentó de graduación.