La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Los políticos se miden por sus resultados no por sus expectativas
El origen del desastre, en que se convirtió la administración municipal de Hipólito Rodríguez Herrero, fue generar falsas expectativas (mediáticas), en torno de los palmareses profesionales del susodicho: es doctor, un académico, justo lo que Xalapa necesita.
En efecto, aunque desconocido más allá de Banderilla y Emiliano Zapata, el señor Rodríguez construyó cierta reputación en el ámbito universitario de la capital del estado, sin embargo, está muy lejos de ser un referente entre la crema y nata de la intelectualidad.
Así pues, en virtud del hartazgo, los politizados ciudadanos le otorgaron el beneficio de la duda al investigador, mismo que, cuando se sentó en la silla, supuso, bajo spenceriana premisa, que su doctoral ciencia para administrar la ciudad se trasmitiría por ósmosis y, por lo tanto, se allanó a los arrumacos de la plenitud del pinche poder.
Hipólito nunca entendió el papel de un alcalde, sólo se dedicó a medrar y tan es así, que el subejercicio presupuestal se convirtió en el sello de la casa, lo cual, ante las carencias históricas de la demarcación, bien podría tipificarse como un crimen.
Alejado de los electores y apaleado por la opinión pública, el edil se refugió en su realidad alterna, cimentada en sus delirios de grandeza, para con ello redactar su mantra redentor: nadie me entiende, yo soy la revolución permanente.
Traer burócratas cubanos o nombrar Carlos Marx un edificio, no es legado que enorgullezca. La verdadera herencia del doctorcito (que le agradecemos), radica en entender que ningún tipo de grado (académico, militar, etc.), sustituye el compromiso social, la vocación de servicio y el inmenso placer que da la satisfacción del deber cumplido.