La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
A los periodistas los matan porque son los fiscales del Juicio de la Historia
Si a un periodista lo asesinan por el desempeño de su trabajo, el asunto es muy claro, buscan acallarlo porque está haciendo algo que la autoridad omite: investigar y denunciar un ilícito.
La cuestión es doblemente grave, porque además de que el comunicador pierde la vida, el mensaje al resto de la sociedad es demoledor: no busquen la verdad, las reglas democráticas son una simulación, sólo debe prevalecer la impunidad.
Para que tal fenómeno ocurra, es necesaria una compleja red de complicidades entre los integrantes del poder público (y en ocasiones privado), con el crimen organizado, en un ámbito se detectan los reporteros incómodos y en el otro los ejecutan.
En este sentido, insistimos, los más interesados en que los pretendidos cambios de régimen sean cosméticos, son estos grupos fácticos que en su pendular modus operandi, fusionan las esferas del quehacer público con el criminal, como en las series de suspenso, es difícil diferenciar entre ‘buenos y malos’.
Por ello, la labor periodística es una amenaza real a estas sociedades secretas (por llamarlas de algún modo), las que para mantener sus intereses echan mano de cualquier recurso, porque una cosa es cierta: están dominadas por la ambición de poder y dinero.
Aunque el problema es añejo, lo novedoso es que los grupos que antes eran el brazo armado de un determinado proyecto, ahora son sustituidos por sicarios ‘de proximidad’, ya no más mercenarios centroamericanos, fedayines o jubilados de alguna policía política, ahora el remedio para sembrar terror está a la vuelta de la esquina.
El objetivo es preservar los privilegios de una minoría rapaz que actúa bajo la tutela del poder político y que juntos se valen, de los que dicen combatir, para subsistir.
Si no hay una eficaz procuración y administración de justicia, no habrá solución.