Luis Farías Mackey
“… y era nuestra herencia una red de agujeros” Anónimo de Tlaltelolco.
El testamento de un gobernante no es su última voluntad, ni las obras faraónicas que le sobrevivan, ni siquiera su riqueza, menos aún sus intenciones. Son sus hechos.
Los resultados compendiados de sus decisiones y acciones como gobernante.
En política —jamás nos cansaremos de repetirlo— lo único que cuentan son los resultados.
Hammurabi, Justiniano, Alfonso X y Napoleón nos heredaron códigos de derecho que civilizaron al mundo.
Hitler heredó una Europa devastada hasta sus cimientos, totalitarismo, campos de concentración y holocausto. Alejandro Magno la Biblioteca de Alejandría; Stalin el Gulag; Chávez a Maduro y Peña a López Obrador.
De Echeverría se podrán decir muchas cosas, pero Quintana Roo, Baja California Sur, el Infonavit, el Conacyt, la Secretaría de Turismo, la de Reforma Agraria, el CONAPO y la UAM, entre otras instituciones, son parte de su herencia; también el populismo, el patrimonialismo y el paternalismo como estilo de gobierno.
No poca fue la herencia de Churchill, quien durante su gobierno solo administró sangre, sudor y lágrimas: la sobrevivencia de la democracia y Europa.
De Trump sobreviven a su gobierno muros entre los norteamericanos, la realidad y el mundo.
Todo testamento es un propósito a futuro, pero no puede alterar lo que “fue”. Eso queda. Y lo que fue no se compone de buenas intenciones, narrativas, construcciones de tablaroca, espectáculos, ni últimas voluntades; sino de hechos concretos marcados en fuego en la historia de un pueblo.
¿Se heredan ofensas? Sí. ¿Enfrentamientos entre hermanos? También.
¿Se heredan ruinas de un aeropuerto que no fue, pero sí se pagó y con creces; selvas y bosques devastados, instituciones castradas, riqueza nacional dispendiada? Sí.
¿Se heredan los retazos de un entramado institucional que requería, sí, correctivos y actualizaciones, pero que era mejor a nada? Sí.
¿Se hereda una división de poderes borrada y una federación centralizada? Sí.
¿Se hereda un presupuesto llavero en el bolsillo presidencia? Sí.
¿Se hereda —en palabras de Usigli y Cosio Villegas— la gesticulación como estilo personal de gobernar? Sí.
¿Se hereda el clientelismo como tara social? Sí.
¿Se heredan muertes por falta de medicinas, de un servicio público de salud funcional, de una mínima coordinación gubernamental, de responsabilidad política y de humanidad; todo por exceso de frivolidad y soberbia? Sí.
¿Se hereda una judicatura servil? Sí.
¿Se hereda la abyección como paradigma legislativo? Sí.
¿Se heredan los escándalos enterrados bajo montañas de señalar a otro lado? Sí.
¿Se heredan la incertidumbre, el vacío en las entrañas y el llanto impotente ante el desperdicio y precarización de la Nación y de sus hijos en caprichos, quimeras y fabulas de transformación? Sí.
¿Se hereda la incapacidad como gobernanza, la improvisación, el resentimiento como eje de gobierno y los costos de una lealtad sin aptitud ni actitud para el servicio público? Sí.
¿Se hereda la mentira y el cinismo? Sí.
¿Se hereda la nada? En política sí.
El testamento de un gobernante se construye de instante en instante, no es voluntad póstuma. Ésa siempre llega demasiado tarde.