Francisco Gómez Maza
• Periodistas, sociedad y poderes
• Entre la prepotencia y el desprecio
Los periodistas han sido perseguidos, maltratados, cooptados, corrompidos, amenazados, “levantados”, desaparecidos, secuestrados, asesinados, con saña, por sicarios de gobernantes, políticos, capos de los poderes fácticos, entre otros victimarios.
Hemos sido objetos de odio por nuestro trabajo de destapar cloacas. O de no hacer lo que intentan obligarnos a hacer con la información periodística.
Disgustamos a integrantes de las clases dominantes, empezando, muchas veces, por el empresario “periodístico” que nos paga el salario por investigar, redactar, para difundir información, presuntamente para la toma de decisiones de los lectores.
Molesta nuestro trabajo de indagar en los entretelones de personajes públicos injustos, corruptos, cínicos, criminales, que dañan la convivencia en la sociedad, entre ésta y el poder político y el poder económico.
En esta realidad de conflicto entre el periodista, los medios de información, los empresarios dueños de los medios, los gobiernos – “no te pago para que me pegues” (“el Perro dixit”) y los capos de la delincuencia organizada y de cuello blanco, el periodista resulta ser el jamón del sándwich. El perdedor. Inclusive el corrompido es despreciado por su corruptor. Con todos queda mal.
Simultáneamente, su trabajo de informar muchas veces deviene en moneda de cambio. La empresa “periodística” para la que trabaja negocia ganancias monetarias, posiciones políticas, influencias, con la información que entrega para su publicación el periodista. La empresa llega a cobrar por no publicar la información. Y vaya que cobra.
El periodista es sólo el medio, el que proporciona, el material para el pingüe negocio del empresario “periodístico”. Y cobra un salario de miedo.
Así, el periodista vive muchas vicisitudes, mientras se empeña en obtener la primicia, que el editor decida publicar en el lugar más importante de la primera plana del diario impreso, o en el espacio más trascendente del noticiario más importante del canal de TV o de la estación de radio.
Y después de todo, ni su humanidad, ni su personalidad, ni su dignidad, ni su empeño importan a los empresarios “periodísticos”, y menos a los políticos y hombres de empresa o de los poderes fácticos. Son los periodistas hijos de perra, como lo ha expresado públicamente el presidente Biden.
Como decía en otra nota, el periodista resulta ser el ser humano más despreciable para muchos, que, inclusive, se sienten con derecho de disponer de su vida, si no se alinean con sus intereses.
Ocurre que muchos tienen que entregar su libertad de investigar, reportear, a cambio de cochupos que, en la jerga del gremio, se llaman embutes, igualas, chayotes. Y como los salarios del periodista son exiguos y no son suficientes para mantenerse y mantener a su familia, pues se ven obligados a recibirlos. Un mucho parecido a la prostitución.
Hay otros que, abiertamente, usan el periodismo como negocio y se enriquecen publicando lo que conviene a sus patrones, o a políticos poderosos, o a empresarios. A estos periodistas y los medios informativos para los que trabajaban, los llamaban los estudiantes del 68 “prensa vendida”.
Estos “periodistas” son capaces de inventar historias que hacen aparecer como verdaderas; son capaces de crear montajes para aparentar hechos como reales. Son voceros de quienes los enriquecen. Son actores y avatares de la prepotencia, de la corrupción, de la impunidad y del cinismo.
Con todo, hay muchos, muchísimos, verdaderos periodistas que no caen y realizan un verdadero periodismo, investigan, verifican, confirman, y obtienen información importante de diversos asuntos que afectan a la sociedad. Estos periodistas trabajan para medios informativos realmente comprometidos con el periodismo verdadero. El que da voz a quienes, en la sociedad, no tienen voz.
Habría que escribir, cuartillas y más cuartillas, de sólo un día en la vida de un periodista.