Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Es importante tener presente que las agresiones verbales que el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador lanza todo el tiempo en contra de quien ejerce su libertad de expresión y su derecho a disentir y criticar a su gobierno, no son algo nuevo ni que no pudiera saberse que ocurriría al llegar al poder.
Intolerante ante el mínimo señalamiento sobre su incongruencia, la corrupción a su alrededor de la que “nunca sabe nada” o sus pactos con impresentables y hasta con conocidos delincuentes, dicha actitud ha acompañado a López Obrador desde hace varios años y no se molestaba mucho en disimularla, si siquiera en los momentos en que hacía proselitismo, cuando los candidatos lo que buscan es quedar bien, mostrar una faceta amable –aunque sea falsa- y proyectar una imagen positiva ante la ciudadanía.
De mecha corta, López Obrador nunca ha tenido reparo en demostrar el desprecio que siente por los periodistas que no lo adulan, por los que no le celebran todo lo que dice y hace y que no lo justifican hasta la más vergonzosa ignominia. Contra ésos guarda un resentimiento profundo que no duda en expresar a la menor provocación. A él, le gustan los que son obedientes y sumisos, prestos para salir en su defensa hasta en las situaciones más absurdas, como sucedió con el “affaire” de la repuesta “diplomática” que envió al Parlamento Europeo la semana pasada.
Lo peor del asunto es que la resolución de los eurodiputados que tanto enfureció al presidente señala que el órgano “observa con preocupación las duras y sistemáticas críticas formuladas por las más altas autoridades del gobierno mexicano contra los periodistas y su labor” y critica la “retórica de abuso y estigmatización” que López Obrador utiliza en sus conferencias matutinas en contra de activistas y periodistas, misma que “genera un ambiente de agitación incesante contra los periodistas independientes”.
Si algo no ha cambiado en absoluto en el México de la autoproclamada “cuarta transformación” es la situación de extrema violencia contra las y los periodistas, que siguen siendo un blanco fácil para las agresiones, vengan de donde vengan, ya sea del Estado o de los poderes fácticos como el del crimen organizado, principalmente porque al primero no le importa garantizar la libertad de prensa ni el derecho a la información de los ciudadanos. Y hoy como antes, los periodistas permanecen en una situación de vulnerabilidad que se ve atizada por las diatribas que desde el mayor espacio de poder en este país se les lanzan.
Empero, mientras en México muchos que antes denunciaron la responsabilidad del Estado en la intensificación de la violencia contra los comunicadores hoy la justifican con argumentos pueriles, que van del “derecho de réplica” presidencial hasta la exaltación de sus prejuicios sobre quién “merece” ser considerado periodista “de verdad”, en el ámbito internacional sigue causando recelo la intolerancia oficial contra la crítica periodística, porque a su vez provoca más violencia.
Este lunes, la Alta Comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la también expresidenta de Chile Michelle Bachelet, hizo un llamado al Gobierno de México para atender los asesinatos de periodistas.
Durante la 49ª sesión del Consejo de Derechos Humanos se abordó el tema de los homicidios de periodistas perpetrados este inicio de año y Bachelet sentenció que “desafortunadamente, en ocasiones funcionarios han contribuido al clima de miedo en el que trabajan al denigrar a los periodistas y la relevancia de su trabajo de investigación”.
Las falacias sobre el “injerencismo” y el “colonialismo” con que López Obrador y sus facilitadores y textoservidores evadieron los señalamientos del Parlamento Europeo difícilmente podrán endilgarse a Bachelet, mujer de izquierda y de reconocido prestigio internacional en materia de defensa de derechos humanos. A pesar de lo cual no es de dudarse que también sea llevada al “pelotón de fusilamiento mañanero” y de ahí al linchamiento de las hordas “cuatreras” en medios y redes.
Pero como se señaló al principio, esto nunca fue un secreto. Sin ir muy lejos, en 2017, siendo todavía dirigente nacional de Morena, en sus giras por Veracruz López Obrador acusaba a los reporteros que le cuestionaban las corruptelas de diputadas de su partido como Eva Cadena, de ser “voceros de la prensa inmunda” y de recibir sobornos del gobierno estatal, en aquel entonces en manos de Miguel Ángel Yunes Linares. Con la misma ligereza e irresponsabilidad que hace ahora.
En mayo de 2017, en la Rúbrica se publicó, precisamente en el contexto de esa actitud intolerante, lo siguiente: “Es preocupante que en el contexto de violencia cada vez más generalizada contra los periodistas en México, un líder de masas como Andrés Manuel López Obrador recurra a la violencia verbal contra quienes simplemente hacen su trabajo en los medios de comunicación, sin querer darse por enterado de la necesaria pluralidad editorial y de ideas que existe en los mismos, que a su vez es reflejo de la que hay entre la propia sociedad. Ni todo México es su seguidor, ni los periodistas tienen por qué aceptar sin mayor cuestionamiento sus dichos y actos”.
“Lo más grave es que Andrés Manuel López Obrador tiene amplias posibilidades de ganar la elección presidencial el año que entra. Si como dirigente partidista insulta a los periodistas y hasta intenta decirles qué sí y qué no deben publicar, ¿qué puede esperarse el periodismo libre si llega a la Presidencia de la República?”.
Pues ya lo estamos viviendo. Y sí podía saberse.
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