EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ciudad de México, sábado 19 de marzo, 2022. – Antes de florecer en la primavera la Jacaranda suelta sus hojas verdes punteadas hasta quedarse pelona mostrando unas ramas retorcidas que dejan pasar los rayos de sol en invierno, antes que de sus nudos, salgan unos racimos de flores color lila. Una vez terminado su ciclo, las flores caen y forman una alfombra en la terraza, tal como me di cuenta en marzo del 2020 cuando recién empezó el confinamiento por la pandemia y me hice cargo de barrerla cada otro día.
¿Cómo es que la Jacaranda tiene esa inteligencia para llevar a cabo sus ciclos dentro de un calendario más o menos establecido? Cuando bajo a la terraza y me siento bajo su fronda, la observo sin que haya podido entender cómo es que se llevan a cabo esos cambios brutales, ni cómo es que la Jacaranda sabe que ahora, en la primavera, le toca tal o cual ciclo y produce de la nada, unos racimos de flores que son una belleza, nacidas de los pequeños nudos de sus ramas retorcidas.
Se trata de una Jacaranda mimosifolia de la familia de las Bignoniaceae, originaria de Sudamérica y cultivada por sus flores. La veo y trato de explicarme cómo es posible que tenga tal inteligencia y dónde es que ésta reside ésta, si en sus raíces o en la savia, dónde guarda los códigos con los que va gestando lo que sea en cada estación, para pasar de la desnudez a las flores y, de ahí, a las hojas antes de cerrar sus tres ciclos en la desnudez total.
¿Cómo es que sabe —por decirlo de alguna manera—, que después de varios meses le toca crear de la nada unas flores que cuelgan en sus pequeños racimos? ¿Cómo, pues —me sigo preguntando—, sabe que estamos en primavera o verano, cuando se supone que hace calor para que produzca unas hojas verdes jaspeadas que nos cubren de los rayos del sol y ofrezcan una sombra amable que deja pasar al viento y el agua de lluvia que nos refresca?
La altura del tronco de esta Jacaranda debe medir unos doce metros. Es un tronco caprichoso, medio retorcido para poder sostener una fronda amplia —de unos veinte metros de diámetro—, que nos ofrece, como les decía, una sombra de “mediana intensidad” —como si fuera parte de su inteligencia— que está más o menos a tiempo en cada estación.
Esta vieja Jacaranda necesitó de una buena podada, como la que hicieron los podadores que trabajan con el Dr. Teobaldo Eguiluz, reconocido experto en árboles en México. Resulta que la Jacaranda ha respondido tan bien que, en cada uno de sus ciclos, se vuelve a expresar como cuando era joven. Debe tener unos 55 años de edad como lo podemos comprobar por su corteza: fisurada y oscura en forma de escamas que parece que se pueden desprender. Vieja pero consentida.
Vieja pero bella como ella misma cuando despliega en cada ciclo lo mejor que tiene. Para corresponderle, le hablo y le digo lo bien que se ve y el gusto que me da que se haya rejuvenecido. De esta manera, mantenemos una relación cercana.
Me encantan las descripciones puntuales de las flores cuando los expertos utilizan un vocabulario desconocido para los mortales: “los lóbulos de dichas corolas son desiguales y organizados en dos labios, uno con dos lóbulos arriba y el inferior con tres. Toda la corola es velluda, tanto externa como internamente. Las flores se agrupan en panículas terminales erectas de 20 o 30 centímetros color cielo azul o lila pálido…” ¡Dios mío!
Mejor veo sus retorcidas ramas, feas, pero con un código que le permite saber lo que hay que hacer durante esta primavera que justo empieza pasado mañana, lunes 21 de marzo, un día antes de la fecha de nacimiento de una mujer que ha colmado mi vida y que, como la Jacaranda, florece cada año mostrando su belleza en todos los sentidos de tal manera que me la paso admirándola.