El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Tumba en Lourmarin, Francia.
Ciudad de México, sábado 16 de abril, 2022. – El jardín de los senderos que se bifurcan es un cuento escrito en 1941 por Jorge Luis Borges que tiene un título tan efectivo que lo recordamos cada vez que tenemos que decidir entre dos alternativas, antes de tomar el sendero que hayamos decidido. Entonces, nos viene a la cabeza el título de este cuento con esas bifurcaciones que asociamos una vez que decidimos irnos por uno de los senderos y, el otro, se convierta en especulación si nos preguntamos, ¿qué hubiera pasado si hubiese tomado ese otro sendero?
Hay varias historias que conocemos después de haber tomado uno de los senderos, como el día que nos cruzamos con la persona que resulta ser la compañera de nuestra vida o cuando consideramos, si no todos, algunos de los senderos que nos han llevado a donde nos encontramos ahora en nuestra vida, evitando calcular las probabilidades para que se diera una de esas circunstancias, porque tendríamos que sumar las miles de bifurcaciones anteriores tomadas hasta este día, dudando si lo que pasó es algo imposible.
Estos senderos también se toman en cuenta cuando el resultado es trágico, entonces, esculcamos lo que pasó poco antes que la persona tomara tal o cual decisión, tratando de entender las herramientas del destino. En La muerte feliz —la crisálida que sirvió para que se diera la metamorfosis de El Extranjero—, es un documento publicado post mortem en donde Camus intenta demostrar que, si se vive feliz, también se puede morir de la misma manera.
En diciembre de 1959, Camus pasó sus vacaciones de Navidad y Año Nuevo en su casa en Lourmarin, comprada dos años después de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957. La casa está cerca de Aviñon y esas vacaciones las pasó con Francine, su segunda esposa y sus dos hijos, además de su amigo Michel Gallimard, Janine, su mujer y Anne, su hija.
Camus había dicho que “temía morir súbitamente en un accidente, pues no le daría tiempo de decir todo lo que quería”. Cuando sabemos lo que pasó, nos preguntamos, un poco enfadados, ¿por qué si no le gustaba viajar en coche y ya tenía comprados sus boletos de tren, aceptó regresar a París en el coche de su amigo? Era un viaje de dos días y lo harían en el Facel-Vega HK500, un coche semideportivo de Gallimard, con un motor impresionante.
Salieron el 3 de enero de 1960 de Lourmarin y pasaron la noche en un hotelito a medio camino. Al día siguiente, después de haber desayunado unos croissants gloriosos, con un café con leche en esas tazas grandes como las que ocupan los franceses para desayunar, se subieron al coche: Michel al volante, Camus de copiloto y, atrás, Janine y su hija Anne, incomodas porque tenían que doblar las piernas para que cupieran, haciéndole un hueco a su perro.
Era invierno y la carretera podía estar helada. Iban a buena velocidad en una recta sin problema, cerca de París, cuando Michel perdió el control —no se sabe por qué— y el coche empezó a valsear por la carretera de un lado para el otro, hasta que chocó de frente con un árbol que estaba al lado de la carretera: Camus murió al instante; Michel, herido de muerte, diez días después; Janine y Anne salieron a un lado de la carretera pegando de gritos para encontrar a su perro: no sabían lo que había pasado.
Camus tomó la bifurcación del sendero que lo llevaría al silencio total y la negrura absoluta. Tenía 47 años de edad. En el portafolios que encontraron entre el lodo y la nieve, estaba el manuscrito de El primer hombre que se publicaría treintaicuatro años después en 1994. Es la historia conmovedora de su infancia en Argel, frente al Mediterráneo, donde pudimos reconocer algunos de los senderos que tomó muchos años antes de decidir por esa otra bifurcación en su jardín de Lourmarin.