* La era del presidencialismo unidimensional debió quedar atrás hace largo tiempo; su subsistencia es el mayor escollo para contar con instituciones capaces de abatir la corrupción, la violencia y la desigualdad; esa modalidad de presidencialismo / personalismo impone a la vida pública una dinámica de sumisión y mediocridad que invalida la vida institucional (Diego Valadés)
Gregorio Ortega Molina
Mucho se ha escrito acerca de lo excesivamente diagnosticado de nuestros males políticos, sociales y económicos y lo que es urgente modificar, pero considero oportuno que reconozcamos, ya, el daño mayor, del que compartimos responsabilidad histórica, porque formamos parte de él: la corresponsabilidad de la sociedad civil en el fracaso del proyecto de la Revolución.
Una vez aceptado ese hecho, podemos iniciar la búsqueda de propuestas que transformen el modelo político que todo lo desquició, desde el momento en que instruyó la “traición” a uno de los pilares del movimiento armado y piedra de toque de la ruta a la democracia: la no reelección, que por fuerza implica elecciones libres y democráticas, supervisadas por la sociedad, no por los genízaros del Poder Ejecutivo.
En Caudillos culturales en la Revolución Mexicana, Enrique Krauze narra con claridad el efecto que esa complicidad o connivencia o falta de interés entre el poder y los intelectuales, causó en Vicente Lombardo Toledano, con motivo de la reforma constitucional que abrió la reelección a Álvaro Obregón, de profesión agricultor, cuyo desarrollo político fue de militar y caudillo. Después, el Maximato y los 70 años de partido único, con esa tenue y lenta democratización que llevó al poder a Andrés Manuel López Obrador, porque las instituciones electorales funcionaron.
Lo que está atrofiado es el Estado, cuya administración está a cargo de un modelo político cuya función se pervirtió hasta convertirse en garantía de impunidad.
¿Estamos dispuestos a descender otro peldaño o, como sociedad civil, tenemos la inteligencia y presencia suficientes para encausar la reforma del Estado y el cambio de modelo político? Durante la semana del 2 al 6 de mayo último, reclamé la ausencia de voces y presencias que propusieran un nuevo proyecto de nación y lo encausaran, lo que ocurrió durante el homenaje que, en vida, se ofertó a Porfirio Muñoz Ledo.
Tres destellos de lo que debe corregirse ya, con urgencia, profundidad, inteligencia. Los aporta Diego Valadés durante la ceremonia mencionada:
- El Estado constitucional quedó a medio construir. Hoy padecemos los efectos de un declive institucional que dificulta la gobernabilidad y con ello se enconan fenómenos como la corrupción, la violencia, la injusticia y la desigualdad. La degradación progresiva de las instituciones tiene como causa el hiperpresidencialismo, que se ha vuelto un obstáculo para la gobernabilidad democrática de México.
- La era del presidencialismo unidimensional debió quedar atrás hace largo tiempo; su subsistencia es el mayor escollo para contar con instituciones capaces de abatir la corrupción, la violencia y la desigualdad; esa modalidad de presidencialismo / personalismo impone a la vida pública una dinámica de sumisión y mediocridad que invalida la vida institucional. Institucionalismo y personalismo son términos antagónicos y excluyentes. Las reformas necesarias son muchas y son posibles.
- Estoy convencido de que conviene implantar un gobierno colegiado, responsable ante el Congreso; fortalecer al sistema representativo y de partidos; contar con formas de participación popular serias; disponer de una administración pública de alta profesionalidad y neutralidad política; acortar los periodos electorales, no para escenificar mascaradas como una revocación que nunca lo fue, sino para que elijamos cada cuatrienio a presidentes y gobernadores, como disponía en su origen la Constitución en 1917.
Aquí inicia mi disenso. ¿4 años? ¿No se le hicieron pocos a Obregón, a Calles, a Cárdenas? Francia redujo los años del periodo de gobierno, de siete a seis, pero mantiene vigente la reelección.
Sí, el daño está en el hiperpresidencialismo, pero también en su cómplice, la partidocracia y dos débiles poderes: Judicial y Legislativo.
Más, mañana.
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