Héctor Calderón Hallal
El presidente Andrés López Obrador se encuentra ya en una encrucijada.
Esta es propia de su momento político; es un tema de coyuntura, aunque no tiene nada qué ver con la toma de decisiones sobre su sucesor o algo así.
Él trae su propio juego y conoce muy bien su ‘baraja’; su colección de ‘corcholatas’, pues; conocedor de los tiempos, él disfruta del enorme poder que concentra, aunado a la gran popularidad de que goza; en el fondo es un ser goloso y egocéntrico que disfruta en la soledad de su alcoba del momento que vive.
Sabe que para el momento de su sucesión falta tiempo y mucho… podrá incluso sacarle un susto a más de cuatro; se puede dar el lujo de inventar un canddiato con todo el poder de que dispone.
La encrucijada tiene que ver con la sensación compulsiva que muy seguramente lo invade, de insatisfacción ‘malsana’ como a todo individuo que concentra un poder descomunal como el que posee en este momento AMLO.
La bifurcación de los caminos a seguir en su desempeño como gobernante y como individuo incluso, digámoslo de una vez, ya se apoderó de buena parte de sus pensamientos durante el día y la noche; en el consciente y en el inconsciente, se auto-interroga: Seguir el camino republicano… o asumir posturas de tiranía, aunque no deliberadas.
A eso se resume la condición de un hombre que ambicionó y atesora hoy mucho poder, como López Obrador: La República o la tiranía; el placer del poder detentado o la angustia de no tenerlo; la gloria del aplauso o la discresión del anonimato; el reconocimiento de sus bondades y atributos como ‘súperhombre’ o el silencio ignominioso de volver a ser pueblo.
AMLO ha dado sus primeros pasos, desafortunadamente hacia la tiranía, abandonando su planteamiento republicano original.
Y es que la ambición por conservar el poder lo ha llevado ya, al punto de caer en distintos patrones de conducta hasta hoy, insospechados para la población o por lo menos potenciados y cada vez más frecuentes para los que lo conocen y/o lo han tratado, en el ámbito personal desde hace mucho tiempo.
Esto se le ha presentado al presidente como individuo en el ámbito ontológico y psicológico, como también en el ámbito político.
El tirano alimenta su capacidad de ostentar poder y dirigir, quitándole a los demás la atribución de autogobernarse, cayendo él en ese vicio y siendo cegado por este mismo poder.
Por esto, en el contexto de un gobierno viciado, el tirano caerá en distintos patrones de conducta, sin tener control aparente sobre estos y sus impulsos.
Es decir, el ejercicio del poder del tirano lo lleva a tomar decisiones y prácticas desde el punto de vista individual que afectan directamente a su libertad y a su ser, ya sea atormentándolo o dándole dicha. Es por eso que surge la siguiente pregunta: ¿en qué punto del ejercicio de este poder deja de entregarle confort como individuo al tirano y termina por ponerlo en una encrucijada, a saber, la constante necesidad de mantener dicho poder?
¿En qué momento le pasó esto a López Obrador?
Es notorio que hay cosas que el presidente tiene qué desempeñar que no le satisfacen… de las que no quiere saber nada, como por ejemplo; sentarse a gobernar; a “tomar decisiones”. Eso no le gusta a él; a él le satisface andar en campaña; azuzando gente, arengando a los unos contra los otros… o, tal y como lo hace en los últimos meses de mañaneras: asumiendo posturas ‘pedagógicas’ con el pueblo, usando la historia… y hasta filosofando, según él.
Equiparándose a Platón, (perdón por semejante blasfemia) López Obrador comparte la idea de que el gobernante por excelencia e ideal era el ‘filósofo-rey’, único capaz de la hazaña de deshacerse de las cadenas que atan al mundo común, al mundo material, accediendo de las ideas.
Solo que nuestro ‘Platón tabasqueño’ en los últimos días, ha construido una República ideal… pero basada en las mentiras de sus alocuciones diarias.
Es una actitud repetitiva… notablemente compulsiva.
Es como hacer la faena del día, con una mentira por conferencia mañanera.
Una de estas mentiras, es por ejemplo, la más reciente:
Acaba de ofrecer “a nombre del pueblo de México” (y no del Gobierno como es lo más exacto), 500 plazas de médicos especialistas a galenos de nacionalidad cubana, que vengan a reforzar la ‘ausencia de médicos especialistas mexicanos’ en las zonas serranas o marginadas por su difícil acceso, a quienes se pagarán emolumentos por el orden de los 140 mil pesos mensuales a cada uno, en la inteligencia que sólo accederán a un diez por ciento de esos salarios, mientras los perciben, pues el 90 por ciento restante “se irá a un fondo administrado por la revolución cubana”, para fortalecer el estado socialista de aquella nación caribeña.
Pero además su contratación no será por concurso sino como lo hacen los tiranos, por asignación directa.
Un señalamiento hecho profusamente por el foro jurídico nacional a lo largo de este miércoles, a propósito de esta nota que da cuenta cómo el presidente López Obrador quiere agradecer (o ¿pagar?) la medalla ‘José Martí’ que le impuso la Revolución Cubana hace unos días, es el mismo que hace el brillante académico de la UNAM, doctor en derecho constitucional, docente de la División de Estudios de Posgrado y exministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, José Ramón Cosío.
Este señalamiento consiste en aclarar que de conformidad con la ley vigente, ningún extranjero puede ejercer la profesión de médico en el territorio nacional, sin haber acreditado un proceso de homologación académica y contar con una cédula profesional especial, expedida por la Dirección General de Profesiones de la SEP.
Asímismo, sin haber solicitado y pagado debidamente un permiso de migración , expedido por el Instituto Nacional de Migración (INM), con un costo de 4 mil pesos cada uno.
Del mismo modo, requieren contar con una visa expedida por la Cancillería mexicana, de tipo laboral.
Además, como se les va a pagar con un recurso financiero proveniente del pueblo de México, deberán tributar conforme lo marca la norma mexicana a través de su instancia recaudadora correspondiente, en los términos que marca la propia ley.
Se advierte que el C. Presidente de la República no tiene facultades, ni el secretario de Salud ni el de Educación, para autorizar unilateralmente sobre ese trámite. Porque –afortunadamente- la Constitución General de la República no le da facultades metajurídicas al Jefe del Ejecutivo, equiparables a la de otros autócratas del mundo (y del continente)… el poder presidencial tiene límites, por lo menos hasta hoy así ha sido.
Para que un contingente de extranjeros ingrese a territorio nacional con el rango de ‘excepción de trámite’, es en los casos de “turismo” o en caos vinculados al afán cultural o de competiciones internacionales (competencias deportivas, olimpiadas, mundiales, etcétera).
En todos los demás casos, como es este de los médicos cubanos, que se supone que ‘no vienen en plan de turismo’, ni cultural ni deportivo… pues vienen a trabajar, están sujetos a lo dispuesto por la normatividad vigente y , esto implica, que la única instancia que podría drales el grado de ‘excepción de trámite’, autorizando su ingreso y estancia en el país, es el Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, previa votación correspondiente.
Así que aunque el señor Presidente López Obrador esté dando por hecho, unilateralmente, sin consultar al Congreso ni a los especialistas de su staff o particulares, que los médicos cubanos vendrán porque es su voluntad, su capricho, a la manera de un autócrata que no cree en la legalidad o, lo peor… a la manera de un nuevo tirano, es menester decirle: su intención debe pasar por todo un proceso, por un trámite… No es facultad unilateral suya, Presidente, contratar de esa forma a los profesionales caribeños.
Es una nueva falacia, eso de que Usted ya ‘dispuso’ que así fuera.
No está autorizado…. No podría estarlo, legalmente hablando, todavía.
¡Ya basta de mentiras Presidente!... Así no va a perpetuarse en el poder. La gente en México ya se dio cuenta.
Autor: Héctor Calderón Hallal
@pequenialdo; hchallal99@gmail.com
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