CUENTO
Todas las mañanas, al dar las cinco, la alarma de su teléfono celular comienza a sonar. Ella, mujer ahora de cuarenta y cinco años, abre los ojos, suspira, luego piensa: “Un día más que va”. Pasados unos minutos, se levanta, camina al baño, se sienta…
Media hora después, con las tripas ya vaciadas y vueltas a llenar, el rostro lavado y todo el pelo puesto en su lugar, camina hacia la plaza para esperar el camión que la llevará a Mérida.
A esa hora, sus demás hermanos siguen durmiendo en sus hamacas. Colocados todos en el mismo cuarto -de unos ocho metros de largo y que el gobierno les ayudó a construir- roncan como si fuesen leones en medio de la selva.
Los siete son aviadores, ¡pero no del tipo Antoine de Saint-Exupéry!, sino que de esos que cada quince días cobran un sueldo en el ayuntamiento de sus pueblos, y sin hacer absolutamente nada.
Cada uno de los siete es hijo de un hombre distinto. Blanca Nieblas, que es la única mujer, siempre ha cocinado, lavado y planchado para ellos; hombres que la mayor parte del tiempo están borrachos.
Hace ya unos años que la madre de Blanca Nieblas murió. Debido a que era diabética, el Covid 19 se la llevó con mucha facilidad. En sus últimos momentos de vida, la señora pidió para que su hija cuidara de sus siete hermanos. Llorando por su muerte inevitable, Blanca Nieblas le prometió: “Siempre que yo viva, ¡nunca les faltará comida en la mesa, ni ropa limpia…”
Pero en la actualidad, ya se ha hartado de cocinar comida que sus hermanos siempre terminan vomitando sobre las ropas que ella misma tiene que lavar y volver a planchar. Solamente porque es una mujer de mucho carácter es que ha podido aguantar tanto tiempo así.
Cada vez que Blanca Nieblas ha estado a punto de “reventar” contra sus siete hermanos, el recuerdo de que ella fue la única que su madre engendró con verdadero amor la ha frenado. Solamente ella sabe el pasado tan doloroso de su madre: lo dañada que la señora quedó cuando le comunicaron que su marido había muerto cruzando la frontera hacia los Estados Unidos.
Con el alma y la mente rota por la pérdida de su compañero, la madre de Blanca Nieblas tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico. Sin parientes de ningún tipo, la pequeña fue llevada a un hospicio. Allí estuvo, hasta que su madre se recuperó y fue a buscarla.
Blanca Nieblas volvió a ser feliz junto a su madre…, hasta que ésta comenzó a tener problemas para mantenerla. La mujer, a pesar de lavar y planchar ropa ajena, se las veía muy difíciles para darle a su pequeña hija una vida más o menos digna.
Después de tanta preocupación mental, ¡otra vez se volvió a deprimir! Pero esta vez, para suerte suya, su depresión no duró años, como la primera vez, sino que solamente unos meses.
Gracias a que una mujer le hizo ver que poseía atributos físicos a los que podía sacarle muy buen jugo, la madre de Blanca Nieblas pudo esta vez encontrar la luz muy rápidamente. En menos de lo que canta un gallo, ella quedó totalmente corrompida.
Tan rápido sucedió el cambio en ella que jamás lo notó; pero sí las personas que vivían en aquel mismo lugar. “¡Qué vanidosa se ha vuelto!”, cuchicheaban las mujeres, cuando la veían pasar sobre su moto, vestida con tacones rojos y pantalones ajustados que dejaban ver sus nalgas que los hombres “saboreaban” solamente con sus pupilas.
“¡Mamacita!”, suspiraban todos al verla. “¡Dichoso aquel que te come a diario!” Hombres y mujeres sabían que la madre de Blanca Nieblas era la amante del alcalde. Éste, que para nada era un santo, se encerraba con ella en su oficina, donde se la pasaban horas teniendo sexo. Sobra decir que la mujer había sido contratada como su secretaria, gracias a aquella otra mujer que le había hecho ver que tenía muy bonito cu-erpo. También ésta era amante del presidente. Y, de cuando en cuando, las dos hacían -a petición de su patroncito- actos de lesbianismo puro. Todo siempre dentro de la tan honorable oficina del ayuntamiento.
“¡No molestar! Estamos en junta”, rezaba el cartel que siempre colgaban en la puerta de aquella oficina, para evitar ser molestados por la gente que la mayoría de las veces tocaba sobre aquel cristal-espejo para pedirle a su alcalde cierto tipo de apoyo.
“¡No molestar…!” El alcalde se la pasaba presumiendo a sus lambiscones que tenía una nueva querida que se lo hacía riquísimo. Sin dejar nada a la imaginación de aquellos pobres tipos, se ponía a contarles sus proezas sexuales. “¡Me lo chupa… por horas…!” “¡Suertudo!”, le respondían todos, a la espera de que así les invitasen las cervezas. Pero aquel tipo era, además de un semental, un avaro. Cuando mucho, solamente mandaba a comprar a sus lambiscones unas paletas de hielo, que costaban cinco veces menos que una simple botella de cerveza.
A los pocos meses de ser la secretaria, la mamá de blanca Nieblas quedó embaraza. Al momento de enterarse, se puso a llorar como loca. Y es que, habían matado al hombre que se suponía le compraría una casa para su hijo.
Una noche, como otras tantas, un tipo medio borracho se le acercó al todavía semental del ayuntamiento. Acto seguido, sacó su arma y se puso a decirle. “¡Esta vez no vengo a molestarle ni a pedirle ningún tipo de apoyo!”. “¡Esta vez solamente he venido para matarte!” “¡Toma esto, maldito presumido!” A continuación, se escuchó un ruido estruendoso. “Ahh…”, emitió el alcalde. Sus lambiscones, que esta vez lo acompañaban, rápidamente se movieron para socorrerlo. Pero el semental murió, mientras era llevado al hospital…
Nadie en el pueblo lo lloró, a excepción de sus eternos lambiscones y la madre de Blanca Nieblas, que ahora otra vez volvía a ver un futuro incierto para el nuevo hijo que iba creciendo en su vientre.
Pasó el tiempo y la mujer tuvo que vender su moto para poder pagar los gastos de su parto. Llorando mares en aquella cama de hospital, no paró de recriminarse por su destino tan desgraciado. “¡Por qué tuvo que morir!”, se quejó. Luego, cuando miró al niño, que una enfermera le trajo para que conociera, enseguida lo desdeño. “¡Bastardo!”, lo llamó. Luego ya no dijo más…
La mamá de blanca Nieblas siguió con su vida. Tantas veces había caído en depresión, que esta vez ya no le importó luchar por su hija, ni mucho menos por su hijo “el bastardo”, que era como ella misma lo llamaba.
Su glamour siguió apagado…, hasta que finalmente un narcotraficante la visitó. Éste, al verla tan triste, se puso a decirle: “Todavía eres una mujer muy bella. ¡Te mereces ser tratada como una reina!”. La mujer, desde luego que se lo creyó.
“¡Toma!”, dijo el tipo antes de marcharse. Abriendo las manos de la mujer, depositó en ellas un fajo de billetes de mil pesos. “¡Espero que esto pueda ayudarte para que te atiendas en un salón de belleza!”
La historia otra vez comenzó a repetirse. La mamá de Blanca Nieblas se convirtió en la amante del narcotraficante, que también era el alcalde del pueblo. Pero éste, a diferencia del primero, no era tan dado al chisme. Mantenía en total secreto todo lo que él y ella hacían dentro de aquella oficina…
Y fue así como Blanca Nieblas terminó teniendo siete hermanos, nacidos de siete aventuras entre su madre y siete presidentes de aquel lugar llamado “El Paraíso”.
Ellos, cada tres años van y renuevan “sus contratos”. Algunas veces son aviadores del PRI, otras más del PAN. ¡Nunca pierden! Gracias a que son unos tipos encantadores y guapetones, fácilmente conquistan al pueblo.
Cada tres años, cuando las elecciones se acercan, con el dinero ahorrado entre los siete, van y compran montones de palanganas y bolsas de plástico, que luego regalan a las mujeres muy mayores, las cuales quedan totalmente fascinadas con dichos “regalos”. Las pobrecitas. A los hombres, en su mayoría albañiles y campesinos, les regalan cerveza y comida
Semanas antes de las elecciones, hacen una fiesta que dura todo un día. ¡Todos los hombres olvidan sus problemas y penas! ¡Todos ríen y se abrazan! Todos se emborrachan y son felices una vez cada tres años. De esta manera, los siete hermanos de Blanca Nieblas se ganan sus votos, que luego negocian con el candidato a alcalde.
Los setecientos votos que ellos “poseen” vasta para hacer ganar o perder a alguno de los dos más fuertes en la contienda electoral. “¿Vas o no vas?”, es la pregunta que siempre hacen los siete hermanos al candidato en cuestión. “¡Voy!”, responden ellos. El trato queda entonces cerrado. El alcalde gana, y los siete borrachos vuelven a ser “aviadores” ¡otros tres años!
De entre toda esta corrupción familiar, Blanca Nieblas es la única con honradez. ¡Ella sí trabaja! Ella es la única que todos los días se parte el lomo, trabajando como sirvienta en casa de una “whitexican” meridana, nieta de unos hacendados henequeneros, opresores de indígenas mayas. La mujer, de unos cincuenta cinco años, todo el tiempo humilla a Blanca Nieblas por ser pobre, de piel oscura y pueblerina.
Pero ¡nada de todo esto afecta a la pobre mujer! Porque entonces ella posee algo con lo cual todos los días huye de su triste realidad, ¡aunque solo es por unos breves instantes!: LA FANTASÍA.
Todas las mañanas, mientras el autobús va avanzando, y mientras la noche se va haciendo día, Blanca Nieblas, reclina su cabeza contra su asiento, cierra lentamente sus ojos y, ¡y entonces comienza a suceder! En su imaginación se ve así misma sonriendo, existiendo y siendo muy feliz… ¿junto a su príncipe borracho?
Blanca Nieblas enseguida piensa y se dice así misma que no le importaría tener un esposo flojo, borracho y – ¿por qué no? – también golpeador; siempre y cuando éste sea tan sexy, varonil y guapo como… George Clooney.
Vaya. ¡Ella sí que no aspira a tener por marido a cualquiera!
FIN
Anthony Smart
Mayo/13-25/2022