Eduardo Sadot
En el siglo XVII y XVIII, la corte de la casa de Austria era famosa, porque ahí se daban cita príncipes y princesas de todo el mundo, ahí entre fiestas y convivios, quienes serían los futuros gobernantes, aprendían desde las más elementales reglas de cortesía – de ahí el nombre proveniente de corte – y los protocolos de un palacio, hasta los secretos y consejos para gobernar y ser un gran gobernante, pero las enseñanzas no bastan, dependía del carácter de princesas y príncipes, ahí se convenían matrimonios que incluían reinos, territorios y países, se les preparaba para ejercer el poder inclusive a las princesas para la eventualidad de perder a sus reyes y tener que asumir el poder. Ello no fue garantía de buen gobierno, pero se creía que de ése modo, al menos se intentaba tener gobernantes eficientes, ejemplos de aciertos abundan, la zarina Catalina la Grande de Rusia que sumió el poder a la muerte — provocada por ella — de su esposo, otros lamentables como el de María Antonieta esposa del rey Luis XVI que desbarranco el reino de Francia con la revolución francesa, así muchos buenos y otros malos.
Ya en la época del Estado Moderno, con las repúblicas la capacidad de un gobernante se ha vuelto un volado, para atinar a tener buenos o malos gobernantes, donde las multitudes, ejercen su derecho al voto y no necesariamente con eficiencia. Hasta llegar a lo que Polibio definiera como Oclocracia, el gobierno de las masas de las muchedumbres de esas que el Sicólogo de las masas Gustave Le Bon describió magistralmente como “Las masas nunca han sentido sed por la verdad, se alejan de los hechos que no les gusta y adoran los hechos que les enamoran. Quien sepa engañarlas, será fácilmente su dueño; quien por el contrario, intente desengañarlas será siempre su víctima”
Por supuesto que esas masas, sin cultura, sin educación, sin principios, desbocadas, fueron las mismas que jineteó Robespierre durante la época del terror en Francia, y luego sucumbió también a su furia.
Las decisiones de un gobernante equivocadas o acertadas siempre producen consecuencias para sus gobernados en el corto, mediano y largo plazo, ocasionando perjuicios y daños algunas veces irreparables, es por eso que quienes tienen una responsabilidad gubernamental deben tener claro las consecuencias de sus decisiones, para bien o para mal.
Pero aquí entra la responsabilidad del gobernante, para cuidar que sus decisiones sean las mas sensatas, sesudas, talentosas y juiciosas, es por ello precisamente, que de lo contrario, jamás un gobernante debe tomar decisiones sin esas características, menos impulsivas, descabelladas, intemperadas, viscerales producto de la ira, resentimiento o coraje.
Al volar del aeropuerto Internacional de la ciudad de México, al observar su mobiliario, su construcción y las carencias que acusa, no puede uno menos que reflexionar, porqué pudo llegar a gobernar México, la improvisación, el egocentrismo, el egoísmo y la vanidad. Hay seres humanos a los que atribuimos sus obras, el IPN a Cárdenas, la CNDH a Carpizo, Banco de México a Plutarco Elías Calles y así sucesivamente muchos más, pero no basta fundar algo se requiere de gobernantes posteriores para darles continuidad, sino habrían desaparecido. Entonces. porque no se concluyó el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, por un capricho visceral que empañará para siempre la imagen de un gobernante que tuvo la oportunidad de ser el mejor pero su egoísmo y vanidad se lo impidió.
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