Eduardo Sadot
El presidente Obrador ignora intencionalmente que su responsabilidad en materia de seguridad abarca todo, causas y efectos y distrae a la población atendiendo un solo elemento, las causas, evadiendo ejecutar sus efectos, por eso es el Ejecutivo, mientras a la población la están asesinando hoy. Si bien es cierto que las causas deben atenderse, a usted que saldrá hoy de su casa y no sabe si será víctima, no le pueden decir a sus deudos que dentro de unos años ya no sucederá ¡si lo están asesinando hoy! Obrador ha centrado su discurso, colocando las desigualdades como origen de la delincuencia, lo ha dicho y corrobora cada mañanera que su gobierno va a combatir las causas, sí está bien, pero ésa es solo una parte de su tarea, de su obligación, frente a sus gobernados. El origen puede prevenirse a largo plazo pero, hoy las consecuencias, exigen atajarlas ya, cada día que no se hace, cuesta vidas humanas. Pretende que fijemos la atención en esa parte, mientras nos distrae de la otra, la de los asesinados.
El presidente debiera saber y asumir su responsabilidad, que en orden de importancia está primero preservar la vida de la población, proteger y garantizar la integridad de la población, de su patrimonio y, después y solo después, las políticas de prevención, que eviten llegar a la corrección, que sería la etapa de sanción o castigo que el presidente evade, con su frase de abrazos, lo que significa y traduce en impunidad, es decir, elude su obligación de actuar y renuncia a su obligación de inhibir actos delictivos, dejando sin protección a los ciudadanos, si agredes con balazos, la ley autoriza, obliga al gobierno a defender a los particulares, le obliga a repeler la agresión con balazos también, e inhibir las conductas delictivas, cuando la ley le ordena coadyuvar para llevar juicio al asesino aplicar el castigo, la razón del presidente así, de no cumplir con su obligación, se traduce en el mensaje de un monarca, no en una república “te perdono, yo, como soy muy bueno y tengo vocación de pastor, mi magnanimidad me permite concederle al delincuente el perdón, como un gesto gracioso, es decir como una gracia benevolente del gobernante, porque me caracterizo por mi bondad”. Pero para eso no se le paga, esa puede ser tarea de un sacerdote o pastor.
Devolver abrazos e impunidad a cambio de asesinatos, es perverso, privilegia su imagen de bondad a costa de los ciudadanos asesinados, sean delincuentes o no, porque en el fondo está inhibir o no conductas delictivas, hoy y ahora. Es una estrategia perversa, del culto a su personalidad. Hasta en esto, el presidente ha interpretado erróneamente el pasaje bíblico, pues el mandato es – en todo caso – para el que sufre la agresión directamente – si te pegan en una mejilla pones la otra – pero no a una persona ajena al agredido, alguien distinto, que además tiene el trabajo, la tarea, el propósito, la encomienda o la obligación de defender, de ejercer la fuerza del derecho, evade su responsabilidad, volteando para otro lado.
Acaso ver como agreden a un indefenso y no hacer nada, es lo correcto. No es eso lo que hace, al ordenar a las fuerzas armadas, no responder a la delincuencia. Acaso no contribuye al culto a su personalidad diciendo “también son humanos”.
La titularidad del uso de la fuerza pública, que es un monopolio exclusivo del Estado es obligación de obrador, a la que ha renunciado perversamente, para preservar su imagen, su figura de “santo” hombre bueno y bondadoso, que perdona a los asesinos, mientras elude cumplir con su obligación, solo porque no quiere mancharse o manchar su imagen ni de su gobierno, no se vaya a ver como represor, y es ahí también donde se vuelve a equivocar, su obligación es garantizar la vida, tranquilidad y armonía de los ciudadanos, incluso ordenando, cuantas veces fuese necesario, el uso de la fuerza pública, porque esa actitud, esa negligencia, es lo que precisamente cuesta a diario muchas vidas. Acaso alguien cree que si el Estado decide poner orden no puede hacerlo, es el presidente quien no quiere hacerlo volteando para otro lado. Es tanta su obsesión por el culto a su imagen, que cuando el culiacanazo, primero dijo que no sabía, luego que fue una decisión colegiada del gabinete de seguridad y cuando vio que le convenía, dijo que fue su decisión. ¿Eso no es mentir? ¿mentir no es corrupción? ¿no es cobardía? Dónde quedó la honestidad valiente.
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